![«La narración de nuestro tiempo es lo único que hará posible la convivencia»](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202209/11/media/cortadas/76236874-kAQF--1248x830@Diario%20Montanes.jpg)
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Sostiene Marta San Miguel que «en lo cotidiano es donde tenemos muchas veces la explicación de lo más complejo que nos pasa». Más que saudade, la periodista y escritora santanderina, entre el caballo y la palabra, tanto monta, monta tanto, se mimetizó durante un año ... con Lisboa hasta sentir «esa necesidad de la ciudad de contarse a sí misma». La vibración narrativa, los recuerdos y la identidad se han fundido en la autora a la hora de plasmar 'Antes del salto' (Libros del Asteroide), su debut en la novela, que presentará el día 16 en Librería Gil.
Un libro que se postula como un homenaje a la capacidad que tenemos para asimilar los cambios y en el que se pregunta «¿por qué tenemos tanto miedo a saltar, a salirnos de la rutina?». Marta San Miguel (Santander, 1981), Premio José Hierro de Poesía, licenciada en periodismo por la Universidad de Navarra, redactora de El Diario Montañés, ya debutó en la narrativa de no ficción con 'Una forma de permanencia' (Libros del K.O., 2019). Además, fue finalista del Premio Cosecha Eñe de Relato.
-Defina 'Antes del salto' como si solo hubiese sido su lectora.
-Es un texto que despierta en ti las ganas de levantarte y sentir el viento en la cara, de recordar aquello que nos mantuvo en el aire y que sigue intacto en la memoria. Todos tenemos pedazos de nuestro pasado haciéndonos cosquillas cuando les damos permiso.
-Habla de cómo la vida conlleva muchas veces lanzarse al vacío, pero su libro es fruto de tener muy claro cuáles son las riendas de la literatura. ¿Ha aprendido a caerse en cada frase?
-Con este libro he aprendido a mantener el equilibrio con el lenguaje. Tiene una fuerza tremenda para llevarnos a lugares donde de otra manera no llegas, pero a la vez puede lanzarte al suelo. Creo que ese equilibrio es fundamental para contar una historia, sobre todo si esa historia busca hurgar en la memoria para desenterrar recuerdos y celebrar que las ausencias son llevaderas si uno sabe cómo convivir con ellas.
-¿Qué supone más esfuerzo, domar al caballo o a las palabras?
-Creo que escribir y montar tienen mucho que ver. Subirte a un caballo supone ceder tu autonomía a un animal de casi 500 kilos; es tener humildad para que sea él quien te lleve, debes respetar su fuerza y confiar en él. Y escribir tiene que ver también con esa cesión de nuestra autonomía, con un abandono físico de la conciencia sobre el teclado aunque lleves las riendas de lo que quieres contar.
-Diría que su libro es un alegato para quienes olvidan que, ante todo, la vida es cambio.
-Más que un alegato, yo diría que es un homenaje a la capacidad que tenemos para asimilar los cambios. ¿Por qué tenemos tanto miedo a saltar, a salirnos de la rutina? Porque la rutina es una forma de protección, como si así pudiéramos evitar que nada imprevisto nos suceda, y es cierto que de alguna manera la rutina nos protege, pero también nos adormece por dentro, vuelve manso nuestro instinto y nos quita la capacidad tan brutal para sentir y experimentar que todos tenemos, aunque a veces se nos olvide.
-En tiempos de ruido y furia, ¿'Antes del salto' reclama el valor de la intimidad y los espacios de la memoria?
-En la novela, la protagonista se enfrenta precisamente a eso porque, como todos, vive en esta actualidad que define de ruido y furia. Toma conciencia de todo lo que ha olvidado y entra en ese espacio de la memoria al que alude gracias a un caballo. Juan Tallón se refiere al personaje del caballo como un 'caballo de Troya', y es así, porque es el animal quien la hace adentrarse en ese territorio. Así arranca la historia, cuando en pleno vuelo a Lisboa, donde la protagonista se muda a para vivir un año con su familia, se da cuenta de que ha olvidado la foto del caballo que montaba de joven. Y lo que parece un olvido intrascendente, acaba siendo un detonante: como un ruido fuerte cuando estás medio dormido y te hace espabilar.
-¿Cuáles han sido los desafíos para afrontar la narración?
-Como periodista en los textos tiene que haber una veracidad y fidelidad hacia los hechos que en la ficción no es imprescindible, y creo que ese ha sido uno de los desafíos más fuertes a los que me he enfrentado, porque la ficción te permite ir y venir de la realidad, doblarla y estirarla, hacer nudos con ella entre pasajes, y al principio notaba que, al usar fragmentos de mi propia experiencia como materia narrativa, me costaba luego moldearla como ficción. La imaginación no es solo inventar mundos, sino inventar formas de contar, y este libro ha fortalecido esta parte.
-El caballo es el icono, el afecto, el vínculo, la metáfora de este libro. En su caso, ¿el animal fue antes que la necesidad de narrar o ambas se solapan?
-La necesidad de narrar y el afecto por este animal son previos, hay algo preverbal en mi querencia por ambos. Mis hijos suelen hacerme esta pregunta; por qué el caballo es mi animal favorito y no sé contestarles porque, en realidad, no lo he elegido sobre el resto de los animales, no hay un argumento que explique esa decisión razonada porque me vino dado. Como la escritura. Tengo recuerdos de pequeña, apenas fogonazos, de ir en coche y por la ventana ver escenas que me hacían pensar en cuentos, imaginaba lo que estaba pasando a la velocidad a la que avanzábamos por la carretera. Y, después, solo tuve que sentarme en una mesa y pasarlo a papel.
-Cuaderno de bitácora, diario a veces, dietario emocional otras. ¿Modeló la escritura en busca de la novela, o la historia pedía a gritos el rigor narrativo?
-En realidad, yo estaba trabajando en otra novela cuando empezaron a aparecer estas anotaciones. Mis amigos del periódico me regalaron un cuaderno antes de irme, y las primeras semanas lo llevaba conmigo a todas partes, como si fuera un talismán, o algo que me recordaba mi casa, lo conocido y por tanto protector. Empecé a escribir notas a lápiz en ese cuaderno, escribía despacio y es fantástico escribir a mano porque el pensamiento se ralentiza y te vuelves más preciso en el uso de las palabras. Cuando me quise dar cuenta, en ese cuaderno palpitaba una historia. Y como hacía cuando era pequeña, solo tuve que sentarme en una mesa...
-Los hechos que narra trotan en el tiempo con fluidez. ¿Lo que queda en los márgenes, sin embargo, es lo más importante?
-Creo que sí, por eso utilizo una fotografía como excusa para abordar justo esa idea en el libro, en lo cotidiano es donde tenemos muchas veces la explicación de lo más complejo que nos pasa. Piensa en una foto que tienes en casa enmarcada, cuando la ves recuerdas lo que pasaba cuando se tomó, y sin embargo, yo creo en la memoria de lo que está fuera de la foto, de lo que, con el tiempo, se ha quedado difuminado porque nos quedamos solo con la imagen, con lo que entra en el recuadro limitado. Lo que somos, o lo que éramos, está alrededor, en lo previo, en lo que vino después.
-¿Escribir es empaparse de saudade?
-Saudade es una palabra bellísima. Pero algo que me abrumó de Lisboa fue la necesidad de la ciudad de contarse a sí misma. Lisboa es una historia escrita con aceras, balcones y andamios. Cómo entender si no que Pessoa firmara con tantos nombres. No hay una única vida posible, y en una ciudad como Lisboa tomas plena conciencia de ello.
-Una de sus autoras de referencia, Natalia Ginzburg, escribe: «La memoria es amorosa y no es nunca 'casual'. Ahonda sus raíces en nuestra propia vida y por ello su elección no es nunca 'casual' sino siempre apasionada e imperiosa». ¿Igual la cita preside su escritorio?
-¡Preside mi biblioteca! Natalia Ginzburg ha sido y es un referente que se adentra desde lo personal hacia lo literario, porque la descubrí entre los libros de mi madre. Leerla fue como leerla a ella, y desde entonces, en sus novelas, en los ensayos o en los cuentos hay una experiencia vital de la que aprendo; es reconfortante tener su voz al otro lado de los libros como mujer, como madre, como escritora, como amiga, como hija... Junto a James Salter, es la autora que más me ha ayudado.
-¿Las ausencias, las pérdidas se cubren, afortunadamente, de manera inútil con palabras?
-En 'Una pena en observación', C.S. Lewis intenta superar la pérdida de su mujer y la única manera de hacerlo es entendiendo ese dolor, es decir, escribiendo sobre él. Creo que la ausencia va convirtiendo el recuerdo en una serie de gestos y anécdotas que acaban limitando a la persona. Creo que las personas que nos dejan siguen intactas dentro de nosotros, no en nuestra memoria sino en nuestra identidad, en quiénes éramos cuando estábamos a su lado. Y escribir a veces logra rescatar ese reflejo.
-¿Tiene claras las fronteras entre la periodista y la escritora?
-No creo que haya una frontera. Como periodista verifico los datos y respeto al máximo el relato que me cuentan los protagonistas de una noticia o un reportaje; después lo escribo de la mejor manera que puedo, y para eso dejo salir a la escritora, para que me ayude a contar lo que sucede de una forma certera, entretenida y a ser posible, bella.
-Contar historias une al periodismo y a la literatura. ¿La convivencia será su mayor reto?
-El periodismo está en plena transformación porque el mundo al que se dirige también está cambiando constantemente, pero hay algo que se mantiene en el tiempo y es la necesidad de contar historias, creo que la narración de nuestro tiempo es lo único que hará posible la convivencia.
-Como en su oficio, ¿la novela también es fruto de hacerse preguntas?
-Totalmente. La primera pregunta que me hago es por qué escribo, y supongo que no tener la respuesta es lo que me hace escribir y escribir y escribir, con tinta o sin ella mientras cocino, o conduzco o paseo. Hay que preguntarse por qué hacemos lo que hacemos, es la única manera de fijar la atención y darse cuenta de lo que nos pasa desapercibido como, por ejemplo, lo aparentemente fácil que la tecnología ha vuelto la vida y cómo nos lo hemos creído.
-¿Desde dónde ha atisbado mejor el mundo: en la redacción de un periódico, sobre un caballo o en las páginas de un libro?
-Desde cada uno de los lugares que cita he visto una parte diferente del mundo porque te sitúas en espacios que te condicionan la mirada y, por tanto, lo que ves. En un periódico estoy cerca de las personas importantes del momento que vivimos, o de personas anónimas a las que les sucede cosas importantes, y esto te da una visión privilegiada. Sobre un caballo ves que no hay límite que no puedas alcanzar, sobre todo cuando saltas y te despegas del suelo, y en las páginas de un libro no hay un mundo... hay miles.
-En este salto a la novela, ¿hubo vértigo, miedos, dudas? ¿Las lecturas han servido para ganar altura y para saber caerse?
-Claro que hubo vértigo y dudas, y caídas. Pero en ese momento, más que las lecturas, fue crucial la mirada de amigos, de compañeros de trabajo, su fe cuando les pasaba fragmentos. Ha habido personas fundamentales en este proceso, empezando por mi pareja y mis hijos. A veces es necesario no tenerse tan en cuenta y dejar que los demás te vean, confiar en ellos y dejarte ir.
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