El mal que padezco lleva la palabra 'corona' en su interior, en su centro
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 51 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 51 ·
Comienza a darme problemas una de mis muelas del juicio. Lleva años asomando sin llegar a mostrarse del todo. Se ha animado ahora. ¿Ahora?, le pregunto yo. ¿De verdad tienes que salir justo ahora? La muela, como es una muela, no dice nada. Se ... limita a palpitar mientras empuja sin descanso al fondo de mi boca. Es un largo nacimiento el suyo, empezó hace dos décadas. Entiendo que si la muela tiene dificultades para salir es porque apenas queda en mí espacio para el juicio. O porque al juicio solo se llega despacio y con dolor. El malestar va en aumento, se expande en círculos concéntricos. Comenzó en la encía y ya afecta a la mandíbula, el oído y el ojo derecho. No debo hacerlo, pero me diagnostico en Internet.
Consulto solo páginas respetables, o que me lo parecen a mí. Concluyo que tengo pericoronaritis: «Una inflamación de la encía, acompañada por una infección, que se produce generalmente por la erupción de un molar». El mal que padezco lleva la palabra 'corona' en su interior, en su mismísimo centro. Recomiendan la toma de antiinflamatorios. Voy al botiquín y miro la caja de ibuprofeno. La observo con desconfianza porque recuerdo que el ministro de sanidad francés asoció su consumo a complicaciones en el caso de caer enfermo por coronavirus. Decido, en un ejercicio de estoicismo, dejar la caja. Soportaré el dolor, me digo. Un par de horas después, justo antes de dormir, regreso al botiquín, cojo una pastilla y me la tomo. Duermo tranquilo. Por la mañana, siento una pelota de ping-pong dentro de la boca, me tomo otro ibuprofeno e indago nuevamente en Internet. Leo que existe un claro riesgo de propagación de la infección, que «puede llegar al corazón y provocar una endocarditis que cause una angina de Ludwin». No sé lo que son ninguna de las dos cosas pero veo que «pueden causar la muerte por asfixia». En rarísimas ocasiones «la infección alcanza el cerebro y puede provocar el coma». Llamo inmediatamente al centro de salud. No me pueden atender hoy así que busco el número del dentista, lo he visto más que a mis padres desde que se inició el confinamiento. Me receta antibióticos que ayuden a mi sistema inmune. Salgo de la farmacia y me pregunto: ¿Cómo Miguel de Cervantes pudo llegar a cumplir los sesenta y ocho años tras haber sido herido en la batalla de Lepanto? ¿Cómo pudo curarse en el siglo XVI de las lesiones provocadas por los arcabuzazos recibidos en el pecho y la mano y no fallecer víctima de una infección? Eso, pienso, es lo que en verdad tiene mérito y no haber escrito el Quijote.
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