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Por qué demonios querrá alguien matar a gente que no conoce, sobre todo a personas que no le han hecho ningún daño y que con toda probabilidad lo ayudarían a levantarse si se cayera al suelo o se rascarían el bolsillo para darle un dólar si les dijera que tiene hambre». Es una de las preguntas que el autor de 'La invención de la soledad', Paul Auster, se hace en un libro de escritura híbrida, entre la memoria, la historia, la biografía personal, la evocación y el ensayo, y que comparte con las imágenes del fotógrafo Spencer Ostrander.
Autor Paul Auster / Spencer Ostrander
Editorial Seix Barral, 2023
Páginas 192
Precio 19,90 euros
El narrador de Nueva Jersey, que hoy cumple 76 años, inicia su relato con una confesión: «Nunca he poseído un arma de fuego», pero todo su libro, 'Un país bañado en sangre' (Seix Barral), que acaba de la ver la luz, es una radiografía de balas, asesinatos y de esa violencia inherente e intrínseca a la historia de los Estados Unidos. La nueva obra del autor de 'La trilogía de Nueva York' está acompañada por las imágenes de Ostrander, autor de 'Long Live King Kobe' y 'Times Square in the Rain', que recorrió el país para fotografiar los lugares donde sucedieron más de una treintena de tiroteos masivos en las últimas décadas. A juicio de Auster, los sitios retratados son «fotografías del silencio» y su autor, con su cámara, «las transformó en lápidas de nuestro dolor colectivo».
Ostrander retrata el vacío, la ausencia de las víctimas en esos escenarios exentos de huella humana. «Son retratos de edificios, construcciones sombrías a veces, desagradables, emplazadas en paisajes norteamericanos anodinos, neutrales: estructuras olvidadas donde hombres con fusiles y pistolas perpetraron horrendas matanzas, consiguieron brevemente la atención del país y cayeron luego en el olvido», añade Auster.
'Un país bañado en sangre' es radiografía de un estado de violencia; es disección de datos, contextos y situaciones; es ensayo por sus reflexiones; es memoria histórica con sus viajes de ida y vuelta a las raíces y a lo enquistado; y es retrato familiar, sociológico y humano, muy humano. Pero, sobre todo, es un gran interrogante. Auster siembra de preguntas su discurso, entre dudas, inquietudes y sombras para intentar buscar respuestas al por qué de esa violencia innata, una desgarradura aferrada a la piel de un país. «Ningún tema divide más a los estadounidenses que el debate sobre las armas. Actualmente, hay más armas que personas en Estados Unidos y, cada día, más de cien personas mueren a causa de ellas».
Con estas cifras, solo cabe preguntarse por qué». Auster va más allá: «Cuando hablamos de tiroteos, invariablemente centramos el pensamiento en los muertos, pero rara vez hablamos de los heridos, de los que han sobrevivido a las balas y siguen viviendo a menudo con devastadoras heridas permanentes». Cuando el autor de 'Leviatán' apela al territorio más personal su mirada sobre esa huella de armas, incomprensión y heridas, las visibles y las invisibles, se torna mas honda: «La pistola que mató a mi abuelo es la misma arma que destrozó la vida de mi padre». Auster, como la mayoría de los niños estadounidenses, creció jugando con pistolas de juguete e imitando a los vaqueros de las películas del Oeste. Pero también aprendió que las familias pueden quedar destrozadas como consecuencia de la violencia: su abuela disparó y mató a su abuelo cuando su padre tenía solo seis años, algo que afectó a la vida de toda la familia durante décadas.
«Al fin comprendí cuánto aborrecía mi padre las armas de fuego y lo marcada que había estado su vida por la brutalidad de disparar balas auténticas a un cuerpo de verdad». El abuelo del narrador recibió varios disparos, uno de ellos en el cuello y mortal de necesidad, cuando tenía 36 años. El padre del escritor tenía seis años, y su tío, de nueve fue testigo directo del asesinato. La abuela, que escondía la pistola bajo la almohada del padre del escritor, fue absuelta por locura temporal.
Sin ser un libro de historia ni lo pretende, traza las huellas de esa violencia desde el origen de EE UU, marcado por el conflicto armado contra la población nativa y la esclavitud de millones de personas, hasta las matanzas de los tiroteos masivos que «dominan la actualidad informativa, en un círculo vicioso que se alimenta a sí mismo».
El escritor evoca esa infancia y primera adolescencia donde las costumbres, los juegos y los testimonios siempre están vinculados a la vida cotidiana. Pero con el discurrir del tiempo, el propio Auster hace hincapié en una de las claves: la educación, las influencias en la iniciación en las armas, la formación vital del ambiente: «A falta de otra explicación, sospecho que mi indiferencia hacia las armas procede del hecho de que en mi entorno no había nada que me hubiera predispuesto a la afición por ellas».
Y el escritor se vuelve más didáctico al explicar su propia experiencia: «De haber tenido otros antecedentes familiares, lo más probable es que me hubiera aficionado a las armas hasta el punto de que formaran parte integrante de mi vida. Tal es el caso de decenas de millones de norteamericanos a lo largo y ancho del país, y si me hubiera criado en otro sitio con otros padres y en otra clase de vecindario, y si mi padre me hubiera animado a dedicarme al tiro al blanco como uno de los imperativos fundamentales de la masculinidad, un muchacho con dotes innatas para convertirse en un tirador experto seguramente habría seguido su ejemplo con entusiasmo». El Auster más hondo llama la atención con su escritura diáfana y su juicio rotundo: «La pistola era la causante de todo aquello, y los chicos no solo se habían quedado sin padre, sino que vivían con el conocimiento de que lo había matado su madre. Sin embargo, la querían; de un modo obstinado, feroz. Y, por desequilibrada que pudiera mostrarse en ocasiones o caprichosa en el trato que les daba, se mantuvieron firmes y nunca flaquearon en su devoción». De las 500 personas que mueren cada día por arma de fuego, según Amnistía Internacional, casi cien lo hacen en EE UU, donde 45.222 murieron por lesiones relacionadas con armas de fuego durante 2020, último año del que se dispone de datos completos.
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El escritor precisa que «cuando hablamos de tiroteos en este país, invariablemente centramos el pensamiento en los muertos, pero rara vez hablamos de los heridos, de los que han sobrevivido a las balas y siguen viviendo, a menudo con devastadoras heridas permanentes: el codo hecho añicos que deja inútil el brazo, la rodilla pulverizada que convierte el paso normal en una dolorosa cojera, o el rostro destrozado y recompuesto con cirugía plástica y una prótesis de mandíbula. Luego están las víctimas a las que las balas no han lastimado pero que continúan padeciendo las heridas internas de la pérdida de seres queridos...».
El debate sobre las armas está tan abierto como fracturado. Auster lo tiene claro: «Mientras, las fisuras de la sociedad norteamericana crecen sin cesar para convertirse en grandes abismos de espacio vacío».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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