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En esa pequeñez nos reconocemos y encontramos. La insignificancia da alas

En esa pequeñez nos reconocemos y encontramos. La insignificancia da alas

CUADERNO DE EXCEPCIÓN-DÍA 58 ·

Martes, 12 de mayo 2020, 07:22

Este cuaderno de excepción, era algo que se veía venir, se ha acabado convirtiendo, dos meses después, en un cuaderno de costumbres. De las mías: costumbres anodinas de una vida que también lo es. Pienso que justo ese puede ser su único interés, porque las personas a veces nos reconfortamos cuando vemos que las vidas de los otros se acaban pareciendo a las nuestras y no destacan en nada. Se adivina en esos puntos de encuentro con las vidas normales de los demás una comunión misteriosa que nos hace sentirnos menos solos. Aquel es insignificante. Yo, también. En esa pequeñez nos reconocemos y encontramos. La insignificancia da alas a la vida. Me parece que la ligereza, el vuelo de existir, se apoya en esa liviandad de aceptar que, con independencia de los logros de cada uno, somos poca cosa. Cuanta más importancia nos damos, más torpe acaba siendo el vuelo. Por eso, imagino, da tanta fuerza no tomarse en serio a uno mismo y reírse de las neurosis propias que todo lo deforman. Cada vez que lo consigo, despego y salto a lo mejor de la existencia.

Pienso que la risa y la bondad son las dos mejores cosas de la vida. Me asomo a lo que pasa en las noticias para ponerme al día con todo lo que está pasando con el coronavirus. Me parece que los políticos, con lo terribles e injustas que siempre son las generalizaciones, se toman demasiado en serio a sí mismos y se ríen demasiado poco de los personajes que interpretan. En público al menos. Igual la política, por eso, acaba yendo tantas veces a ras de suelo y avanza, legislatura tras legislatura, con cierto aire de pesadez, tristeza y aburrimiento. Las calles y las casas vuelven a estar abiertas. Podemos salir. Hay restricciones, sí. Pero ya no estamos confinados. Podemos pasear, sentarnos en una terraza, ir a casas que no son las nuestras. Pensaba que iba a ser como descorchar una botella de champán, que las ganas de lo de antes me iban a llevar a restablecer con rapidez la vida social que estaba detenida. Pero no. Ahora que puedo, no he quedado con nadie. Sigo solo, me he sentido bien así en este tramo final del confinamiento. Como cuando acabas encontrando el ritmo subiendo un puerto de montaña en bicicleta. Los que lo han hecho alguna vez saben de lo que hablo: pedalear nos lleva al trance a través de la repetición y la fatiga acumulada. Con el encierro que dejamos atrás creo que ha acabado pasando algo parecido. Ahora, me digo, debo comenzar a salir de este trance, debo desperezarme como el oso que sale, después de su hibernación, a la primavera.

Lea la serie completa pinchando aquí.

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