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Percibo mucha ira. Temo que pasemos de los aplausos a las bofetadas
CUADERNO DE EXCEPCIÓN - DÍA 64 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN - DÍA 64 ·
Me despierto antes de que amanezca. Miro el reloj, son las seis de la mañana. He dormido poco porque me acosté pasada la una. No me siento del todo cansado pero sé que a medida que pasen las horas la fatiga se irá acumulando. Es posible que mi cuerpo me suplique descansar a la hora de la siesta. No sé si atenderé su ruego o si seguiré maltratándolo, como el que azuza a un caballo fiel. Me preparo un café. El primero de muchos. Es posible que tome demasiados. Tres tazas grandes de café solo cada día. Un litro diario que mana de mi cafetera italiana de acero inoxidable que resopla como una vieja locomotora. Su fuerza es la mía. Cada taza es una transfusión. Es posible que ya haya algún estudio que certifique que las personas que tomamos mucho café tenemos más o menos posibilidades de tener complicaciones en caso de caer enfermos de coronavirus. Prefiero no leerlos, si es que existen, por si sus conclusiones no son las que quiero.
Anoche acabé de leer una selección de textos del tratado que Séneca escribió sobre la ira y las inflamaciones que esta emoción provoca en el espíritu. Una persona iracunda, dice Séneca, «se ofende por nimiedades, no distingue lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso. Se parece a un edificio que, al derrumbarse, se hace pedazos sobre aquello mismo que sepulta». La ira, según Séneca, «es una especie de locura, porque nos hace darle máxima importancia a lo que no la tiene en absoluto». Por eso, cuando nos dejamos arrastrar por la ira, tomamos malas decisiones, porque se nos ha nublado el juicio y somos incapaces de ver. Percibo mucha ira en este país nuestro últimamente. Temo que pasemos de los aplausos a las bofetadas, que es lo que pasa cuando la sentimentalidad se desata y no atiende a razones. Las crisis espolean las emociones y las emociones sin gobierno rara vez conducen a buenos lugares. Para Séneca, «el espíritu poseído por las pasiones, ya sea la ira, el amor o cualquier otra, pierde el control y se ve arrastrado al abismo, tanto por su propio peso como por la naturaleza de dichas pasiones». Pienso en las dificultades que vienen. Ojalá sepamos mantener la calma porque creo que solo desde la serenidad puede uno encontrar el camino de lo que desea. Cada vez que las emociones nos arrastran, volvemos a ser niños cuando ya no lo somos. Me parece que solo podremos alcanzar las grandes virtudes del espíritu (justicia, prudencia, fortaleza y templaza, según Platón) si invitamos a nuestras pasiones a que se relajen dando largos paseos de la mano de nuestra razón.
Sigue aquí este cuaderno de excepción.
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