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ANTONIO ARCO
MADRID.
Lunes, 15 de marzo 2021, 07:14
'Biografía de la luz' es «un texto pensado para todos los buscadores espirituales y, por ello, escrito desde una perspectiva cultural más que confesional. Un camino, tan radical como posible, para la iluminación, entendiéndola como algo sencillo y cotidiano». Es decir, «una especie de ... manual poético de la interioridad, en el que se presentan algunas de las incontables imágenes y metáforas que esbozan los evangelios y que son auténticos espejos de la identidad humana». Pablo d'Ors ha escrito un libro que fluye, enérgico y con la alegría que proporcionan las buenas compañías, enfilado hacia lo más profundo del lector. A veces beso, en otras ocasiones látigo. El autor presentará telemáticamente su nueva obra el viernes a las 19.00 horas en el Ateneo, dentro de la programación del Aula de Cultura de El Diario Montañés.
-Leo en un grafiti: 'Tengo miedo'. Pensé: eso nos pasa a todos. ¿A usted también?
Título 'Biografía de la luz', del escritor Pablo d´Ors. Retrato del itinerario espiritual del ser humano contemporáneo.
Editorial Galaxia Gutenberg. Género: ensayo. Fecha: febrero de 2021. Precio: 22,30 euros (ebook: 14,24)
Autor Novelista desde 2010, es también articulista.
-Yo vi otro grafiti, el día de los enamorados, que decía: 'San Valentín son los padres' (risas). ¡Claro que tengo miedo, como todos los seres humanos, ni más ni menos! O quizás un poco más y me explico: tenemos la idea de que una persona espiritual es alguien impasible, sereno, ecuánime, que está más allá del bien y del mal. Y, realmente, eso es un fraude, una mentira. La persona más contemplativa es la más abierta y no está más allá del bien y del mal, sino precisamente más acá. Esto significa que lo que hay, le llega hondamente. Y eso es lo que me pasa a mí, que padezco lo que padecen nuestros contemporáneos. Si hoy hay una gran incertidumbre, pues yo también la padezco; si hay miedo al futuro, pues yo también lo padezco. El asunto no es que no tengamos miedo, sino qué hacemos con él, esa es la cuestión.
LA IGLESIA
EL MUNDO
-¿Y qué propone que hagamos?
-No esconderse, no huir de él; atreverse a mirarlo amorosamente y atravesarlo. Yo no puedo decir que lo haya superado, ni atravesado del todo; pero sí que estoy en ello, que esa es una tarea fundamental para mí.
-Afirma usted que todos estamos llamados 'al despertar'. ¿Qué supondría ese estar despiertos?
-Todos estamos llamados al despertar porque todos estamos llamados a la interioridad, no solo a la exterioridad. La respiración tiene el doble movimiento de inspirar y espirar, no solo el de espirar. Hemos hecho una cultura de la exterioridad, y nos falta la cultura de la interioridad. Despertar supondría darnos cuenta de la realidad. En general, vivimos en una ficción, en una ilusión, vivimos en la mente y no en las cosas. Lo que nos hace despertar es tener una actitud fundamentalmente de confianza, no de recelo.
-Plantea usted 'Biografía de la luz' (Galaxia Gutenberg) como una guía espiritual para tener el coraje de vivir de otra manera. ¿De qué manera y qué estamos haciendo mal?
-El contexto hoy es el covid, que nos trae un mensaje ético y un mensaje místico. El ético es que hemos de cambiar de estilo de vida: no podemos seguir viajando como locos, produciendo y construyendo sin freno, dejando el panorama muy difícil a las generaciones venideras, destruyendo el planeta...; hemos de cambiar. Y el mensaje místico es que todos somos uno, puesto que nunca como hoy habíamos descubierto que somos interdependientes, que estamos interrelacionados. Nunca había existido como ahora esta conciencia planetaria de unidad, y no otra cosa es la mística. ¿En qué sentido estamos llamados a cambiar? Pues dándonos cuenta de que no nos basta con tener las necesidades materiales y nuestros deseos cubiertos; además del cuerpo y de la mente, está el espíritu. El gran desafío para el hombre del presente y del futuro es la dimensión espiritual. ¿Qué supone esto? Articular caminos para el cultivo de la interioridad, dar a la esperanza un fundamento para que no se quede en un bonito deseo o en un mero temperamento optimista.
-¿Quién es usted?
-(Ríe) En realidad, puedo definirme a partir de lo que hago: soy sacerdote, soy escritor, soy fundador de una red de meditadores que se llama Amigos del Desierto. Pero, realmente, lo que la meditación me ha ido haciendo descubrir es que lo que hacemos no es a menudo un camino para lo que realmente somos, sino la manera de entretenernos. Yo soy estas tres cosas, pero podría no serlas, puesto que lo esencial no es la forma con la que tú expresas lo que eres, sino que lo esencial es el fondo. Yo soy alguien que busca ser, que quiere, más allá de lo que hace, llegar a lo nuclear.
-¿Cómo iniciarnos en esa 'aventura del silencio interior' que propone?
-Con mucha modestia. Empezando, por ejemplo, por sentarse cinco minutos en silencio y lo más quieto que se pueda, y seguir el ritmo de la respiración. Y ver qué es lo que va pasando. Después, en la medida en la que vayamos siendo cautivados por esta práctica tan sencilla -simplemente sentarse en silencio sin hacer nada-, seguramente iremos descubriendo que nos hacen falta unos compañeros o compañeras de sentada con quienes compartir la experiencia, alguna persona que ya haya hecho este recorrido y nos pueda dar pistas. Tendremos dificultades y, evidentemente, empezaremos a investigar cómo superarlas.
-Reconoce que ahora conoce a Jesús de Nazaret mucho mejor que hace cinco años. ¿Qué le sigue interrogando más de Él?
-Lo conozco mejor porque antes le situaba todavía demasiado fuera de mí mismo, le veía más como un personaje histórico y como al Hijo de Dios. Lo que ha cambiado es que ya no le sitúo fuera, sino dentro. Lo realmente interesante es el Cristo interior, o, como dice la tradición cristiana, el huésped del alma, lo más íntimo de nosotros mismos, el núcleo más radical. Y lo que más me interroga es el hecho de que cuando Jesús es más humano es cuando es más divino. Sus momentos de máxima humanidad, por ejemplo su agonía en Getsemaní -porque se le avecina una hora muy oscura y tiene miedo de afrontarla- o cuando reacciona con violencia ante los mercaderes del templo, todo eso me llama mucho la atención porque me habla de cómo también nosotros llegamos a la plenitud de lo humano cuando tocamos los fondos más bajos y nos atrevemos a ser vulnerables. Es en la fragilidad bien vivida donde brilla la luz en todo su esplendor.
-Defiende que una mirada amorosa y serena puede con todo, y no se lo discuto. Pero qué complicado es tenerla. ¿Qué hacemos con los violentos y cómo controlar nuestra propia agresividad?
-A los violentos también hay que amarles, igual que hemos de amarnos a nosotros mismos. Lo que nos transforma de verdad es el amor; en la medida en que te sientes amado, en esa medida se va desarticulando la violencia que tenemos dentro. Por supuesto que habrá que protegerse de ellos, y que hacer leyes, educarles...; habrá que hacer muchas cosas, pero si no están guiadas por el amor al prójimo, todo eso no perdurará. El amor no es simplemente un sentimiento, y tampoco una mera buena voluntad, sino que es una práctica, algo que podemos aprender, en lo que podemos entrenarnos. Cuando hablamos del amor, siempre apuntamos al ideal, al máximo, y eso nos desanima.
- «La dificultad para perdonar es nuestro principal obstáculo para llegar a Dios», leo en su nuevo libro. Cuando hablamos de perdón, ¿incluimos también a los asesinos?
-¡Por supuesto! Todo el mundo necesita perdón, también nosotros. La persona que crea que no necesita ser perdonada es que no se conoce a sí misma. El perdón es un camino, y un primer paso para perdonar es querer hacerlo, que ya es mucho. Si, por ejemplo, tu hermano se ha quedado con tu parte de la herencia y la tiene todavía, querer perdonarle no es moco de pavo, es algo muy serio. En realidad, nos resulta casi imposible perdonar porque tenemos puesta la mirada en la ofensa, en lo que nos han hecho, en el otro que nos ha ofendido, y no en nuestra herida, no en nosotros mismos. Primero hemos de trabajarnos a nosotros mismos para poder luego reconciliarnos con los demás, de lo contrario resultará inviable.
-A la pregunta que mucha gente se está haciendo a día de hoy, ¿dónde está Dios?, ¿tiene usted la respuesta?
-(Largo silencio) En un campo de concentración, tras las ejecuciones de unos judíos, alguien pregunto '¿dónde está Dios en este momento?'. Respondió alguien que dijo que Dios estaba en los que acababan de ser ejecutados, en las víctimas. ¿Dónde está Dios? Pues... fundamentalmente en los que sufren. Seguimos manejando una idea de Dios un poco por encima del bien y del mal, no metido en la historia de la Humanidad, sobre todo en la historia de la Humanidad más sangrante y más doliente. Dios está en quien sufre y, por ello, es en ese territorio del sufrimiento, vivido amorosamente, donde podemos descubrirle. Claro que, todas estas palabras, si no van acompañadas de la experiencia, se nos quedan muy grandes y son muy peligrosas, puesto que se pueden utilizar ideológicamente. Casi siempre, cuando preguntan '¿dónde está Dios?' lo mejor es guardar silencio, dado que las palabras enseguida pueden ser malinterpretadas.
-Comentaba el filósofo Rafael Argullol en estas mismas páginas que le estaba sorprendiendo el escaso protagonismo que la Iglesia católica estaba teniendo en este tiempo de pandemia.
-Yo diría que la Iglesia está teniendo un papel muy importante en muchas personas que se ponen a tiro, que está haciendo sus deberes en esta pandemia. Bien es cierto que eso no impide reconocer que la Iglesia está mucho más ausente socialmente que en otros tiempos, debido al movimiento social de descristianización de la sociedad al que estamos asistiendo. La gente no acude mayoritariamente al consuelo que da la religión, y eso es un enorme desafío que la Iglesia tiene, o tenemos, porque yo soy Iglesia, que plantearse: ¿cómo estar a la altura de este tiempo? La Iglesia en este contexto ha seguido creyendo en la verdad y en el bien y hablando del asunto. Ni la filosofía ni el arte, que son, digamos, los otros ámbitos de la espiritualidad, creen en la verdad y en el bien, y no hablan de ello. El arte ya ha renunciado a la belleza, y habla sólo de la expresividad; y la filosofía ha renunciado a la verdad y habla casi exclusivamente del método, del lenguaje y de la hermenéutica. La Iglesia, en cambio, sí que ha continuado hablando de bien y de verdad, aunque hay que reconocer que lo ha hecho desde una perspectiva equivocada, desubicada, anacrónica. Realmente, la gente no acude a los templos porque lo que se les está ofreciendo allí no responde a la sensibilidad y al lenguaje del mundo contemporáneo. Afortunadamente, vamos caminando hacia una espiritualidad más universal, más inclusiva...; estamos en un tiempo apasionante.
-El obispo Lorca Planes se vacunó antes de que le correspondiese. Ha pedido disculpas...
-Ha sido algo muy triste y un poco inexplicable. Yo, que en general soy bienpensado, quiero creer que esto no ha sido motivado por la voluntad de engañar, sino por inconsciencia.
-¿Qué le inquieta especialmente de los comportamientos que observa con respecto a la pandemia?
-Muchas cosas, pero le diré un par de ellas. Me inquieta que la información que se está dando por los medios de comunicación genere desasosiego y desesperanza. Dada la avalancha de malas noticias, encender la tele a diario se ha convertido en algo insoportable. Se te va inoculando el veneno de la tristeza ante el horror, la necedad, la incompetencia... Hace falta una reflexión sobre cómo hacer para que los medios de comunicación no acaban con el buen ánimo de la ciudadanía. También me preocupa que este confinamiento, este quedarnos en casa al que se nos insta con lógica prudencia por parte de las autoridades civiles y sanitarias, vaya generando una actitud egoísta, poco solidaria. En las primera fases de la pandemia se aplaudía en los balcones, ahora ya no. Era algo simbólico, pero no dejaba de ser una expresión colectiva que ahora ya no tenemos. Me preocupa mucho el aislamiento existencial al que nos puede conducir la pandemia, que podría ser más doloroso que la pandemia misma.
-¿Dónde acude usted para recobrar fuerzas?
-Tengo la inmensa fortuna de contar con tres o cuatro personas a las que abro completamente mi corazón. Las quiero y me siento querido por ellas, lo que no quita para que, como todo el mundo, viva también momentos de soledad y de vacío. Y tengo luego, y esto es lo capital, el consuelo de la oración.
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