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Apenas un mes antes de desatarse la pandemia escribía un articulo en el que analizaba el presente sin dejar de mirar al pasado: «No ... podría entenderse el avance del populismo sin el uso de estrategias masivas de comunicación digital. Estas utilizan una agresividad argumentativa y una dinámica de viralización que adapta en clave posmoderna la violencia que el fascismo utilizaba en la calle durante el periodo de entreguerras».
El profesor y ensayista José María Lassalle (Santander, 1966), tras dejar la aventura política, es uno de los intelectuales que mayor ahínco pone en diseccionar la crisis de valores actual. El último libro del exsecretario de Estado de Cultura y de Sociedad de la Información y Agenda Digital, 'Ciberleviatán' (Arpa Editores), advertía del peligro que representan las corporaciones tecnológicas para los derechos y libertades civiles de los estados modernos.
Lassalle, que avisaba sobre determinadas amenazas para la democracia, aprovecha el confinamiento para ejercitar lo que se espera de un intelectual: pensar, escribir, o publicar artículos de reflexión, mientras prepara un nuevo libro. «Estoy analizando cómo luchar para lograr que salgamos con más libertad y responsabilidad cooperativa de todo esto». En su domicilio madrileño diluye las incertidumbres de la crisis en un diario. Desde hoy, cada domingo, Lassalle publicará en este periódico una serie de artículos que sintetizan su reflexión diaria.
Director del Centro de Humanismo Tecnológico de Esade y profesor de Filosofía del Derecho en Icade, el santanderino regresó a la vida académica, a las lecturas y la escritura. Hoy reflexiona desde el encierro sobre este presente suspendido: «Si no aprovechamos lo que nos sucede y humanizamos la revolución digital, ésta generará más desigualdad porque la economía de plataformas está en manos de empresas que no comparten la riqueza que generan nuestros datos». En la maraña de incógnitas y escenarios posibles, destaca una inquietud esencial: «Me preocupa ver cómo las redes sociales difunden mensajes conspiranoicos de odio que organizan la ira contra las instituciones y nuestros gobiernos».
-¿Tiene la sensación de que su 'Ciberleviatán' se ha quedado pequeño?
-Creo que el Ciberleviatán va camino de consumarse. Vivimos un megatsunami de datos. Nuestros cuerpos están confinados y subordinados a nuestra identidad digital, que es la única que fluye a través de las redes. Nuestra libertad es posible a través de internet. Los algoritmos están desatados, procesando toda la información que estamos dejando sobre nosotros en nuestro encierro y las grandes corporaciones tecnológicas acumulan más y más datos mientras su cuenta de resultados sube como la espuma. Y, por si fuera poco, ahora estamos geolocalizados para combatir la pandemia. Más vigilancia y menos derechos.
-Y ahora...¿redención, resiliencia o sentido de la solidaridad?
-La solidaridad es lo único que nos permitirá salir adelante. Una solidaridad global que hay que administrar con grandes dosis de racionalidad, compasión y proyectando nuestro entendimiento sobre el futuro. Porque habrá más crisis debido a una globalización que se acelera y se hace más intensa. Aquí no se salvará nadie de forma aislada. Hay que reinventar la generosidad y mutualizar el dolor que acumula la humanidad. Si no, puede convertirse en ira. Y la ira organizada, sumada al miedo, acaba buscando culpables.
-Inteligencia artificial, robótica, tecnologías exponenciales... y el bichito, con nombre de inocente juguete, rompe la baraja. ¿Somos frágiles y nos hemos creído superhéroes?
-El cuerpo nos ha recordado que es el anclaje orgánico que nos conecta con el mundo, todavía. Me da miedo que olvidemos pronto. La inmersión digital nos modela estos días en tiempo real. Si antes nuestra libertad era asistida por dispositivos inteligentes, ahora las personas no podrían soportar el confinamiento sin ellos. Nuestra libertad ha desaparecido físicamente y ha sido sustituida por una libertad tecnológica que nos hace trabajadores de una huella digital que nos sustituye como personas para hacernos usuarios de aplicaciones y consumidores de contenidos. De ciudadanos, ni hablo. No existimos digitalmente.
Qué hacer
EL PELIGRO DEL SIGLO XXI
BULOS, FAKES...
- Algo me dice que el orwelliano «Todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros» será desde ahora más verdad que nunca...
-Sin duda. Si no aprovechamos lo que nos sucede y humanizamos la revolución digital, ésta generará más desigualdad porque la economía de plataformas está en manos de empresas que no comparten la riqueza que generan nuestros datos. Si la desigualdad aumentaba antes de la pandemia, después se multiplicará por todo el efecto agregado de valor que habremos producido con el Biggest Data de estos días. A él estamos contribuyendo al convertirnos en trabajadores digitales que mezclamos nuestro trabajo, nuestra comunicación y nuestro ocio online. Vivimos online y eso va a hacer a un puñado de empresas más inmensamente ricas.
-¿Saldremos de esta tocados, como náufragos en busca de la última tabla, o reconvertidos y reinventados como tantas otras veces?
-Nos reinventaremos pero no sé con qué costes económicos, sociales y políticos. El Estado ha demostrado que todavía es soberano analógico. Ha logrado detener nuestra realidad pero no el cibermundo, que ha acrecentado su velocidad y su poder. El cibermundo está en proceso de independizarse. Le estamos dando las herramientas para acelerar nuestra desmaterialización. Pronto tendremos incluso aplicaciones que monitorizarán nuestra salud y controlarán nuestros movimientos para impedir nuevos brotes de la enfermedad u otras parecidas. Iniciativas tecnológicas que darán más poder a la estructura de vigilancia que estamos instaurando. El debate político más importante que tendremos que abordar es si queremos vivir dentro de una estructura tecnológica de libertad y cooperación, o de vigilancia, orden y control.
-Héroes sí, ¿lo malo es que encima están mal pagados?
-Absolutamente de acuerdo. Ojalá que uno de los desenlaces de esta crisis sanitaria sea mejorar las salarios de nuestros profesionales de la salud y dotar a la ciencia de más medios.
-De aquellas privatizaciones.... ¿estos lodos?
-En parte sí, aunque creo que, sobre todo, ha influido esa lógica de austeridad que vio en la sanidad o en la educación pozos sin fondo de gasto.
-¿Qué les dice a sus hijas del bicho malo?
-Que ha habido otros bichos malos en la historia y que la ciencia y la investigación encontraron vacunas para matarlos.
-¿No cree que muchos aprovecharán para convertir las mascarillas en mordazas?
-Ya sucede. Orban tiene plenos poderes sin límite de tiempo para combatir el coronavirus. Lo alucinante es que Europa no haya impuesto sanciones a Hungría por instaurar la dictadura.
-¿A qué dedica el recogimiento obligado?
-A pensar y escribir. Estoy con mi próximo libro, que tengo que terminarlo antes de junio. Trata de cómo luchar para lograr que salgamos con más libertad y responsabilidad cooperativa de todo esto y no dentro de un Ciberleviatán perfecto que imponga una estructura tecnológica de vigilancia y orden 24 horas al día y 365 días al año.
-Estábamos seducidos por la magia de la tecnología y el cuerpo nos ha reconectado con el dolor.
-Es inquietante. Contribuye a pensar que detrás del enemigo sin rostro que es el coronavirus, se esconden culpables con rostros. Esta dinámica puede alimentar un fascismo de nuevo cuño que busque culpables sobre los que hacer recaer la ira y el miedo reprimidos después de semanas, así como por las incertidumbres que no se despejarán en el futuro sobre tantas cosas que están abiertas en canal. Me preocupa ver cómo las redes sociales difunden mensajes conspiranoicos de odio que organizan la ira contra las instituciones y nuestros gobiernos. Que culpan desde la mentira. Que levantan fronteras, expulsan a migrantes e insultan a quienes no piensan como ellos.
-Pensar que no mejoraremos después de la pandemia y que pueda vencer una ira socializada que masifique el fanatismo, la intolerancia y el dogmatismo.
-Probablemente, pero mi experiencia es que lo estamos tomando todos muy en serio.
-¿Reordenaremos nuestras vidas o nos pisaremos más fuerte?
-Deberíamos consagrar un derecho colectivo a pensar hacia dónde queremos ir como sociedad. De hecho, pensar críticamente es lo más importante que podríamos hacer cada uno de nosotros y todos como comunidad.
-Uno lee y escucha cosas....¿El peor es el virus ideológico?
-Sí, y circula ya por las redes. Habla de negligencia y responsabilidad política. Esgrime cifras de infectados y de fallecidos para acusar y culpar. He formado parte de un gobierno durante siete años y sé que con los medios y la información disponibles era imposible no verse desbordado. Aquí y en cualquier otro país. Esto es una pesadilla inimaginable.
-Los intelectuales, como usted, ¿tienen un reto? ¿Cuál es ahora su primera línea?
-Ayudar a concienciarnos de que el mundo que resulte de la pandemia dependerá de las palabras que pronunciemos y de los actos que asumamos en este momento crítico.
-Pues si el cuerpo ya contaba poco...¿desde ahora?
-Costará mucho desarraigarnos del cuerpo aunque algunos poshumanistas querrán darle el empujón definitivo.
-Dijo en su libro que el nuevo humanismo basado en derechos digitales y la creación de una república digital global solo la podría liderar Europa. Después de lo escuchado estos días, ¿piensa igual?
-Sí, creo que nos hace falta más Europa. Espero que esta crisis ayude a reforzarnos como unidad. Tendrá obstáculos y dificultades pero la soberanía sanitaria de los Estados es lo que ha fracasado ante la pandemia.
-¿El peligro reside en que nacerá una nueva dictadura, un nuevo Gran Hermano fundamentado en la coartada de los controles sanitarios?
-El peligro está en cómo respondamos cada uno de nosotros ante la tentación del miedo que tratará de ser traducida políticamente. El siglo XXI está alfrombrando el suelo a la dictadura si no lo impedimos. El 11 S nos negó la seguridad y sentimentalizó la política de la surgieron los populismos. La crisis financiera de 2008 nos quitó la prosperidad y la confianza en el progreso para echarnos a los brazos de los populismos. La covid 19 normaliza la excepcionalidad para justificar que los populismos muten en dictaduras. El balance del siglo XXI es aterrador para la libertad.
-¿Las redes borran el rastro de bulos para convertirse en sí mismas en propaganda oficial?
-Decía Hannah Arendt que el sujeto ideal del totalitarismo no era el fanático del nazismo o del comunismo sino quien no distingue entre la verdad y la mentira. La desinformación es ya el opio de la propaganda que normaliza la mentira.
-Distopía, transhumanismo, utopía...¿Necesitamos una nueva revolución que reinvente la Francesa?
-Necesitamos una nueva emancipación para el ser humano que dé sentido a las máquinas, que nos ayude a entender críticamente lo que nos pasa y nos permita ser más tolerantes y generosos con nuestros semejantes. Debemos mejorar como civilización.
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Ana del Castillo
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