Rodrigo Cortés
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Rodrigo Cortés
Polifacético y de verbo preciso, Rodrigo Cortés parece saber siempre cuál es el lugar exacto para cada palabra con la que construye columnas, definiciones o libros, como el que presentó ayer en Felisa; 'Cuentos telúricos'. El cineasta, además, acaba de publicar el trailer de 'Escape' ... su próxima película, que se estrenará en octubre, con producción de Martin Scorsese. De ella hab lará hoy en la Filmoteca de Cantabria en un encuentro con el público (19.00 horas).
-Una de sus metas era que 'Cuentos telúricos' no pareciera una colección de retales, sino un todo.
-Sí, como sucede con un disco por ejemplo. No es que alguien se siente una mañana de lunes a componer todas las canciones y acabe una tarde de jueves. Puede que una esté rasguñada en una servilleta de hotel hace siete años y otra empezara a esbozarse hace siete días, pero la selección final tiene que responder a un viaje y un criterio casi sonoro. Un rumor de fondo que las una y una decisión sobre el orden de cada una de ellas que debe estar muy meditado para que cada relato lleve al siguiente hasta que uno diga adiós al libro. A veces las conexiones son más evidentes y temáticas y otras son directamente secretas, pero conducen con la misma inevitabilidad al lector.
-Y si este libro es un viaje, ¿es de aventuras o unas vacaciones?
-Es un viaje en cierta medida subterráneo o, en todo caso, afectado en su comportamiento por esas fuerzas telúricas que emergen del centro de la tierra y afectan el comportamiento de los habitantes de un lugar, aunque no se den cuenta. Los cuentos son muy diferentes entre sí; directamente divertidos, luminosamente tristes, perturbadores... Pero todos están cruzados por una flecha de humor que propone, efectivamente, unas vacaciones de la realidad.
-Cuando lo compara con el proceso de una canción, desde que aparece en esa servilleta hasta que llega al oyente, se van produciendo cambios. ¿Aquí también ocurre?
-Sí, sucede. Tiendo a ponerme a escribir sin saber exactamente qué va a suceder, pero eso no se parece en nada a escribir en proceso de trance. Simplemente aceptas una idea o una imagen sin cuestionar su origen por irracional que resulte y empiezas a desarrollar la madeja. Pero que no sepas lo que va a hacer, no significa que no sepas lo que estás haciendo, porque lo tienes siempre frente a ti, como un pintor que está pintando un lienzo y tu estilo narrador está funcionando constantemente. Además, cuando acabas esa escritura simplemente tienes un borrador, no tienes un cuento. Ya sabes cuál es el coloso que sale del granito, aunque todavía esté en estado tosco. En las sucesivas reescrituras no solo empiezas a optimizar sus elementos para que se cierren estructuralmente de un modo concreto, sino que empiezas a pulir una y otra vez su música, su sintaxis, para que el lector pueda navegar por ella con plena claridad y se deje conducir y casi mecer por su ritmo.
-Como en el caso del personaje de Agustina, ¿su pensamiento es libre y metódico, ancho pero encauzado?
-(Ríe) Sí, no lo había pensado nunca, pero hay algo de eso. No te posee un autor muerto y despiertas al cabo de dos horas con un cuento frente a ti, pero lo primero que haces es darte toda la libertad del mundo.
-Para habitar un personaje, aunque sea terrible, reconoce que tiene que pasárselo bien.
-Tienes como mínimo que jugar. Contigo mismo. Darte esa libertad de permitir que pasen cosas y también con el lector y sus expectativas. Efectivamente cuando encarnas a un personaje perturbador, de alguna manera tienes que pasártelo bien. No tiene que ver con la maldad sino con esa parte lúdica de saber que estás cruzando al otro lado de la línea y que en tanto que encarnes a alguien, vas a tener que habitarlo deportivamente durante un tiempo.
-Como en el caso de sus 'Soutinesques', relatos cortos e inquietantes, llevan a estilos de cuento Poe o Lovecraft, lugares más oscuros. ¿Sigue algún modelo?
-No sé si hay un modelo, pero sí millones de referentes. Efectivamente, las 'Soutinesques' pueden llegar a ser incluso duras y descarnadas en esos retratos hechos con cuatro trazos de vidas enteras. Si repasáramos algunos de los grandes cuentistas, no nos sorprendería ver que muchas veces el blanco y negro atraviesa el color. En esa lista estarían Kafka, Conrad, Hemingway, Chèjov, Cortázar, Maupassant, Salinger... Hay muchos tintes diferentes en el mundo y muchos colores necesitan de una gota de negro.
-Ha incluido elementos clásicos como que terminan siendo otra cosa. ¿Es un giro buscado?
-Se da de forma natural porque mi cabeza es preocupante y funciona así. Eludo de forma muy consciente la gravedad y la solemnidad. Casi me alimento del contraste. Si un pasaje empieza a explorar zonas demasiado hondas y corro el riesgo de gustarme más de la cuenta, inmediatamente rompo un vaso para romper esa atmósfera y tratar de que una carcajada acabe con ese momento. Del mismo modo, puedo tratar de congelar una carcajada y cambiar con una palabra la temperatura de la sala. Sí que hay una evasión muy consciente de la moraleja, de la lección, del consejo.
-¿Elige cuento con final feliz o cuento con final dramático?
-Lo que más me interesa de cualquiera de las dos opciones es que se quede en la cabeza. No tengo ningún problema con los finales felices o los dramáticos. Si el impacto procede del corazón de la historia y se convierten en rumia interna, acepto sus cicatrices. Lo que más me interesa de un cuento, de una novela o una película, es que sigan dando vueltas en la cabeza cuando la obra ha acabado. Que las cosas no acaben cuando acaban, sino que sigan rondando en la mente de cada cual al día siguiente.
-En términos cronológicos fue antes escritor que cineasta. ¿Se acabará comiendo el literato al cineasta?
-No; tienen el mismo peso porque son la misma persona y en mi caso no hay cámara sin pluma ni pluma sin cámara. Son dos lenguajes que amo, que exploro hasta el límite para ver cuánto aguantan sin romperse y ambos resultan irrenunciables para mí. Sin embargo, no los confundo. Son extraordinariamente diferentes y se arman con herramientas muy distintas.
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