![«Hasta que no rodé por primera vez, no supe lo que me gustaban los silencios»](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202212/19/media/cortadas/79189887-kCqB--1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Se preocupa poco por el prestigio, pero es el más crítico consigo mismo, mientras intenta desentrañar su propia personalidad cinematográfica a través de los rodajes en los que participa. Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, 1977) recogió el sábado en el festival Torre en Corto ... el Premio Demetrio Pisondera que reconoce la labor de personalidades vinculadas al mundo del cine.
-¿Recoger un premio honorífico implica asumir que ya tiene cierta edad?
-Pues no tengo ni idea... Hay una paradoja, porque un premio honorífico a alguien que ha hecho tan pocas pelis... Es un reconocimiento a toda una carrera en un entorno marcado por los cortometrajes, una actividad que determina como el primer tercio de tu carrera aproximadamente. Me llama viejo, pero también es un ritual de madurez, como que paso a otro nivel.
-Los cortos suelen ser el primer paso. ¿Enganchan porque se pueden contar historias de forma accesible o son el peaje obligado al empezar?
-No niego ninguna de esas dos cosas, pero lo más importante, el objetivo que tiene hoy en día un cineasta, es conseguir hacer largometrajes. O puede que incluso eso sea la segunda división y la meta sea hacer series o el canal de Twitch. No lo tengo tan claro. Los cortometrajes lo que te permiten es saber quién eres, de una forma que no puedes aprender de otra manera. Si no es rodando no sabes quién eres rodando, qué haces bien y qué no, lo que te gusta y lo que no. Aunque estés tres décadas enlazando escuelas de cine, es imposible saber cuáles son tus puntos débiles y fuertes. Mejor descubrirlo rodando un corto que no una película que va a arruinar a todos los que se involucren.
-¿Por si lo que descubres no te gusta tanto?
-Es que siempre hay algo que no te gusta. Hasta que no rodé por primera vez, no supe lo que me gustaban los silencios, una cosa que no hubiera sospechado con las películas que me gustaban. No tenía ni idea de qué se me daba bien y qué mal.
-¿Y ahora?
-Ahora tengo una idea un poco más clara y definida. Para tener una idea completa tendría que disfrutar de algo que nunca disfrutaré, que es la perspectiva. No puedo dejar de estar dentro de mí mismo y de tratar de analizar el partido de fútbol desde dentro del balón. Es una ceguera inevitable.
-¿Es muy crítico consigo mismo y lo que sí puede ver?
-Más de lo que aparento, claro. Cuando a veces me dan un palo y percibo la intención más dañina que crítica, una parte de mí se ríe y digo; ¿pero dónde vas? ¡Si yo me torturo y me atizo a mí mismo a una escala que deja la tuya a nivel infinitesimal! A veces, en la profesión, la conversación gira en torno a la condición industrial y mercantil de lo que hacemos y reivindico que los cortos son una forma de conocerte a ti mismo, de mirarte al espejo.
-La profesión, el sector, el público... Términos que engloban un todo para entender a un individuo que es usted, y su obra.
-Cuando las películas pasan el filtro del tiempo y volvemos a verlas pasados unos años, la aprobación del público es algo que se vuelve anecdótico. Nadie ordena su colección de películas de James Bond en función de la taquilla que hicieron cada una.
-Pero pesa como argumento valorativo.
-En el tiempo presente es inevitable. Es una molestia y algo por lo que se tiene que pasar y que a veces hace que nosotros mismos lleguemos a minusvalorar cosas que hacemos porque se llevan peor con el público del momento, que otras con mejor fortuna.
-Hablando de presente; su último proyecto tiene que ver con la televisión.
-Lo último ha sido el mediometraje, aunque para mí ha sido un largo, de 'Historias para no dormir'. Se estrenó en Halloween y esta segunda temporada tuvo un capítulo mío con Roberto Álamo, Carlos Areces y Aníbal Gómez, que fue mi compañero en 'Los Felices Veinte'. Estoy muy contento. Como un niño con zapatos nuevos todavía.
-¿Por meterse a revisitar un clásico con su propia visión?
-No, porque la herencia de la serie de Chicho (Ibáñez Serrador) es más simbólica que palpable. Hay capítulos legendarios. Yo he versionado 'La alarma' y cuando he leído que nuestra propuesta es un mero remake, confirman que no se ha visto el original. No hemos tenido el lastre de tener que imitar algo ya hecho; estoy bastante en contra de la idea de repetir productos, por mucho que le interese al público a día de hoy. Por suerte, nos dejaron hacer lo que quisiéramos. Yo cogí el título, un par de ideas vagas y de la puesta en escena, pero lo demás es totalmente nuevo.
-En la variedad de lenguajes que maneja, ¿se cambia de registro a sí mismo o siempre es Vigalondo con matices?
-Si estoy en un programa o, en esta entrevista, donde soy el objeto, no sirve de nada ni me da beneficio convertirme en un personaje. Pero si conduzco un programa, nadie quiere verme a mí mismo, prefiero exagerar mis peores características y jugar a ser villano, que es mucho más divertido y, para mí, mucho más fácil que exponerme.
-¿El histrionismo siempre funciona?
-Más que el histrionismo, la exhibición de ciertas funciones y pulsiones que en principio están prohibidas en televisión; ser el más incapaz de todos. La idea del hombre orquesta que es peor músico que los músicos, me parece exquisita. También jugar a que el conductor del programa esté en una situación de vulnerabilidad, ser el que más sufre, el que más humillaciones padece...
-Justo se destaca ese papel como presentador que genera silencios incómodos, algo socialmente mal encajado
-Es curioso, porque cuando uno dice «voy a ser director de cine», cree que las películas se parecerán a las que le gustan. Luego descubres que no, que las películas se parecen a ti. Es una revelación. Los cineastas son como sus películas, para lo bueno y para lo malo.
-¿Se ha cansado de que le repitan el hito de su paso por los Oscar?
-No, no. Vivo de esas rentas (ríe). Tampoco es un peso tan grande. Ese golpe de suerte que tuve entonces, hizo que un cineasta que quizá no debiera estar en la línea de flotación, llegará a estarlo. Para mi siempre será una bendición y estoy agradecido.
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