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Meses antes de que se acabara la obra del Palacio de Festivales, y ahora se cumplen treinta años, un joven Javier Sáenz Guerra, que también trabajó en la construcción, viajaba en un peugeot de Madrid a Santander con su padre, el arquitecto Francisco ... Javier Sáenz de Oiza, autor del proyecto. «Eran viajes de un día. Salíamos a las cinco de la mañana, comprobábamos como iba todo y por la noche regresábamos a casa». Los trayectos siempre iban amenizados con la misma música, la de Beethoven y la de Leonard Cohen. Pero había otro 'soniquete' que se repetía en cada ocasión, las quejas del padre sobre el color de las columnas del edificio. Una especie de obsesión que hizo que casi en cada visita mándase pintarlas de nuevo. Hasta que Juan Hormaechea, por entonces presidente de Cantabria, le ordenó que se quedaran como estaban. Un rojo, que hoy perdura, y que representaba los colores de la bandera de Cantabria. «Pero a él nunca le gustaron porque estaba convencido de que la arquitectura estaba siempre por encima del color».
La anécdota que da a entender el carácter del autor de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la contó su propio hijo, el conductor de aquellos viajes y también arquitecto, en el transcurso de una mesa redonda celebrada el pasado jueves de manera virtual que organizó el Colegio de Arquitectos de Cantabria (Coacan) y que, como homenaje al Palacio de Festivales, se denominó 'Atardecía en Epidauro', en referencia a lo evocador del proyecto, el momento vital y profesional que atravesaba, las dificultades y problemas de la obra y cómo surgió en medio de las mayores dificultades.
Además de Javier Sáenz Guerra, en el encuentro estaban otros tres profesionales que tuvieron relación con él: Joan Francesc, que por entonces era subdirector de General de Música y Danza en el Ministerio de Cultura; Aurelio Vega, que durante la ejecución de los trabajos de construcción colaboró en la dirección de obra; Jesús González Cabrillo, de la empresa Dragados y Construcciones, contratista principal de las obras y Miguel Ángel Baldellou, catedrático emérito de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y autor de un libro sobre Sáenz de Oiza.
Javier Sáenz Guerra - Hijo de Sáenz de Oiza
Miguel Ángel Baldellou - Catedrático
Con sus palabras, sus vivencias en realidad, los cuatro alabaron la figura de un arquitecto «valiente», «ambicioso», «polémico», «ecléctico» y el «número uno en su época» según le fueron definiendo en sus sucesivas intervenciones. La mesa redonda, moderada por el decano del Colegio de Arquitectos, Moisés Castro, contó también con la participación a modo de saludo de la directora general de Patrimonio del Gobierno de Cantabria, Zoraida Hijosa.
Treinta años después, y en eso están todos de acuerdo, el Palacio de Festivales es un emblema de la ciudad que ha cumplido y con creces el objetivo con el que nació, el de dotar a Santander de un lugar para la celebración de conciertos y otras actividades escénicas. Desde el Ministerio, recordó, hubo que 'lidiar' con alguna que otra polémica con el arquitecto y el presidente de Cantabria, pero aún así, en su opinión, «Sáenz de Oiza desarrolló una arquitectura valiente y ambiciosa».
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Jesús González Cabrillo vivió personalmente el proceso. «Uno de los mayores problemas estaba en los plazos de tiempo que la administración fijaba para no perder las ayudas, lo que obligó a Oiza a terminar su edificio en un tiempo mucho más reducido del que hubiera deseado», dijo.
Aurelio Vega hizo hincapié en el orgullo que supuso para él trabajar con el que considera el arquitecto número uno del momento; mientras que Baldellou insistió en que era un hombre polémico como su edificio y al tiempo como una esponja «que se empapaba de todo lo que veía a su alrededor para sus obras».
Javier Sáenz apuntó un dato nuevo. En realidad su padre quiso hacer «un edificio cántabro inglés» . Una obra que en su opinión ahora tiene más mérito pues entonces todos los proyectos se hacían a mano. Por cierto, a él el Palacio de Festivales le parece «un edificio brutal y difícil de entender».
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