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Resulta casi imposible caer en el enfermizo y superficial encasillamiento a la hora de referirse a Salvador García Castañeda. Precisamente lo poliédrico de sus trabajos y aportaciones al estudio de la literatura cántabra y santanderina, la insaciable curiosidad humanista, su intensa huella como docente en ... el mundo del hispanismo y su legado como investigador y erudito permiten certificar esa pluralidad renacentista del catedrático, en especial su dedicación a la obra de José María de Pereda. El próximo miércoles recibirá el Premio de las Letras de Santander 2022, justamente al cumplirse una década del homenaje que amigos y discípulos (y son muchos) le dedicaron en la ciudad. Una publicación sobre aquel encuentro, 'Frutos de tu siembra, Silva de varias lecciones' incluía referencias y calificativos a García Castañeda como cosmopolita, políglota, trabajador infatigable, buen conocedor del Camino de Santiago, amante de la conversación, diletante del paisaje, fino y agudo observador, o ingenioso y perspicaz en su escrutinio sobre la sociedad misma.
–¿Qué supone para su trayectoria este premio que aúna Santander e investigación literaria?
–Mucho. Ha sido un premio inesperado que me ha dado una sorpresa y una gran alegría. Me ha hecho pensar que cuento algo en el mundo de las letras de Cantabria. Y eso es mucho.
–Siguiendo el hilo del gran homenaje que recibió en Santander, ¿cuáles considera que son los frutos principales de su siembra?
–Como se refiere al volumen de homenaje que tan amablemente me ofrecieron mis colegas en 2015, no sé qué frutos dará esa siembra: me he vertido durante más de sesenta años en la enseñanza a generaciones de estudiantes norteamericanos, hispanoamericanos, españoles y de otros países, he dirigido tesis doctorales de quienes hoy son catedráticos, he publicado libros y he dado conferencias… Solo puedo decir que lo he hecho con vocación y con entusiasmo.
–¿Se reconoce más como 'trashumante santanderino' o en lo de 'un americano en Santander'?
–Definitivamente como trashumante santanderino. Antes de ser catedrático emeritus en The Ohio State University pasaba los veranos en Santander, luego, antes del covid, mi mujer y yo veníamos un par de veces al año por tres meses. Ahora hemos vuelto a hacer lo mismo. Crecí en el Sardinero, y a pesar de llevar más de la mitad de mi vida en América sigo siendo ciudadano español.
–¿Se han ensalzado en exceso determinados periodos de la vida cultural santanderina (caso del espejismo de la Atenas del Norte) en detrimento de otros?
–Tras descartar a Lope de Vega, a Calderón y a Quevedo como ciudadanos de la república de las letras montañesas, contamos con escritores de la talla de Rodrigo de Reinosa, Fray Antonio de Guevara y Tomás Antonio Sánchez. Y ya en el siglo XIX destacan Trueba y Cosío y los poetas Casimiro del Collado y Fernando Velarde, entre otros muchos de menor cuantía. No creo que se pueda hablar hasta mediado aquel siglo de una «escuela montañesa» formada por Amós de Escalante, Menéndez Pelayo, Pereda y un grupo de escogidos discípulos. Después de ellos habrá que esperar hasta ya entrado el siglo XX, como muestra Jesús Lázaro Serrano en su Literatura Cántabra, a que surjan nuevos movimientos literarios y nuevos autores de sobra conocidos y leídos en España, y algunos fuera de ella.
–¿Existe una intrahistoria literaria cántabra invisible, oculta o interesadamente tapada?
–Es obvio que los diversos regímenes y partidos políticos se apropian siempre en todas partes de ciertos escritores y artistas, como en el caso de Menéndez Pelayo, a los que exhiben como portavoces de sus ideas, aunque a veces no lo sean. Limitándome al siglo XIX quiero destacar que la mayoría de los estudiosos han dedicado su atención a Escalante, a don Marcelino, a Pereda y a sus epígonos, un grupo que comparte los mismos valores, las mismas creencias y las mismas ideas, excluyendo así de la «escuela montañesa» a otra gente de letras tan valiosa como el Dr. Madrazo, Macías Picavea, o González de Linares, contemporáneos suyos, que pensaban de otro modo.
–¿Qué reivindica de Pereda y su huella?
–He trabajado mucho sobre Pereda: no pocos artículos, cinco volúmenes de los once que forman sus 'Obras Completas' (Santander: Tantin, 1999-2009), un libro, dos ediciones de Pachín González y en estos días estoy corrigiendo las pruebas de mi 'Epistolario perediano', que verá luz en tres tomos. ¿Le estoy reivindicando? Pues sí. Pereda es un clásico, merece ser estudiado y difundido en España, especialmente en Cantabria, por su calidad de costumbrista y de novelista. Espero que siempre será considerado así. Pero eso no quiere decir que sea leído por el gran público ni que deje de ser atacado por la ideología presente en sus obras. Hay contemporáneos de Pereda – Galdós, Pardo Bazán, Clarín - que hoy se leen y aprecian tanto por la crítica como por los «curiosos lectores» pero el conservadurismo de Pereda, su añoranza de un mundo paternalista y arcaico y la cerrazón a las novedades políticas, sociales y literarias de su tiempo le han dejado atrás. Lo que plantea en sus novelas interesa ahora menos que antes.
–¿La tarea de llevar la obra del autor de 'Sotileza' (y de otros autores) a los jóvenes es posible)?
–En la actualidad hay algunos jóvenes estudiosos que trabajan sobre Pereda continuando la tradición de quienes lo hacemos. Respecto a que los jóvenes no académicos aficionados por placer a la lectura lean a Pereda… y a otros clásicos… no sé qué decir.
–¿Existen prejuicios que perjudican la lectura y la atención que merecen los autores costumbristas?
–No creo que haya prejuicios; el costumbrismo en las modalidades propias de la literatura del presente sigue vivo y sigue atrayendo el interés de la crítica. Precisamente los artículos costumbristas de Pereda son de lo más celebrado de su obra y se le alabó en muchas ocasiones primariamente como autor de costumbres.
–Con la perspectiva de la madurez y la propia nostalgia, ¿qué le aportó la experiencia docente en Estados Unidos?
–Me gusta enseñar, me gusta tratar con gente joven, tengo muchos amigos que antes fueron mis discípulos pero no tengo nostalgia alguna, tan solo buenos recuerdos.
–Su monografía sobre Trueba y Cosío ha sido clave y fundamental en la historia documental y en los estudios ligados a Cantabria. ¿Qué destaca de su figura?
–Telesforo de Trueba y Cosío es un autor bilingüe que se educó y vivió en Inglaterra, escribió novelas, estrenó con éxito varias comedias en los mejores teatros de Londres y colaboró en las revistas literarias de aquella ciudad. El joven Menéndez Pelayo le dio a conocer en España basándose en los manuscritos que había en Santander, donde publicó una pequeña monografía, su primer trabajo crítico. Las pesquisas en Londres y en la Biblioteca Nacional de Madrid me permitieron conocer gran cantidad de nuevos datos y escribir así una documentada biografía de Trueba y Cosío, quien es hoy una destacada figura del movimiento romántico tanto en España como en Inglaterra.
–¿En España ha estado suficientemente valorada la labor de la edición de textos literarios?
–Creo que sí. En España existe una larga y establecida tradición de critica textual y, aparte de las ediciones publicadas en diversas editoriales contamos con las tan sólidamente escolásticas como las colecciones de Clásicos Castellanos, las dirigidas por Francisco Rico, la de Clásicos Castalia, la de Cátedra y la de la Real Academia Española.
–Usted ha dedicado una parte esencial de sus estudios a las manifestaciones de la cultura y la literatura popular: sobre todo, las aleluyas, pero también los cancioneros, pliegos, la literatura de cordel, la literatura oral... ¿Cree que existe un cierto peligro de extinción, una amenaza de olvido sobre todo ese fértil territorio?
–No, afortunadamente no hay peligro de olvido. La antigua idea de que esa literatura «de cordel» era despreciable «infraliteratura» ha dado paso a una renovada apreciación e interés de los estudiosos, debidos en parte a su relación con la etnografía y con el folklore. Como muestras, destaco los trabajos de Menéndez Pidal y de su grupo, la gran figura de Julio Caro Baroja y sus numerosos estudios, Literatura popular en España de Joaquín Marco y, muy especialmente hoy día, la inestimable labor del musicólogo y folclorista Joaquín Díaz desde el Centro Etnográfico de la Fundación Joaquín Díaz en Urueña.
–La poesía y los cuentos han formado parte de su casi privada querencia por la creación literaria. ¿Subordinó y sacrificó su escritura por los estudios y la investigación?
–Escribí poesía de joven ¡cómo no! pero después se secó la fuente. Publiqué hace años un librito de relatos y de vez en cuando escribo otros. Me divierte hacerlo pero me cuestan más que los trabajos académicos por la timidez que me causa mostrar mi intimidad.
–¿Qué valoración hace de las sucesivas polémicas que han rodeado a la Biblioteca Menéndez Pelayo?
–No estoy al tanto, la verdad. Tan solo deseo que vuelva a abrirse esa maravillosa biblioteca en la que estudié y leí desde mi primer año de carrera.
–¿Se ha perdido la identidad esencial de lo que significa la palabra maestro?
–Me temo que bastante. Yo he tenido grandes maestros a los que he admirado y he querido, y me permito recordarlos aquí – Emilio Alarcos Llorach y José María Martínez Cachero en Oviedo, José F. Montesinos, quien dirigió mi tesis, Antonio Rodríguez Moñino y Diego Catalán en Berkeley – creo que también fueron recordados y queridos por mis contemporáneos. Espero que también lo sea yo por alguno de mis antiguos estudiantes. Pero ahora hay menos contacto humano, menos presencia física en las aulas y en la vida universitaria, más prevenciones.
–¿El estado de las Humanidades en los sistemas educativos augura generaciones semianalfabetas?
–Me temo que sí, a no ser que suceda algún inesperado milagro. En esta sociedad cada día más utilitaria, más materialista y más técnica las Humanidades ocupan hoy un segundo lugar, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Claro que siempre quedamos algunos ingenuos…
–La investigación en Cantabria: después de García Castañeda..., ¿qué?
–García Castañeda es una de tantas piezas que forman parte de la cultura y de las letras de Cantabria, hoy floreciente, activa y provista de mucha gente valiosa como atestiguan las publicaciones, las frecuentes conferencias y conciertos, las exposiciones, la Sociedad Menéndez Pelayo, el Centro de Estudios Montañeses, otras sociedades y las conferencias del Ateneo.
El jurado que decidió de forma unánime otorgar a Salvador García Castañeda (1932) el Premio de las Letras de este año valoró sus aportaciones al estudio de la literatura cántabra y santanderina, sus estudios sobre el Santander literario de final del XIX, su profundización en la obra de José María de Pereda, o la reivindicación que ha hecho de Telesforo Trueba y Cosío. Decano de los estudios filológicos en Cantabria, es el investigador de más amplia y dilatada trayectoria y mayor repercusión a lo largo de más de 60 años de trabajo incesante. Director del Instituto Cultural de España en Bagdad (de 1959 a 1962), desarrolló toda su carrera profesional en Estados Unidos. Doctorado en Berkeley en 1967, fue profesor en San José State, en California, en San Francisco State y, en la Universidad de Michigan, en Ann Arbor (1968-1971) y desde 1971 en la prestigiosa Ohio State, en Columbus, en la que ejerció como catedrático. Ha publicado ocho monografías, 16 ediciones, prologadas y anotadas, otras 7 ediciones, como coordinador o compilador de volúmenes colectivos o de monográficos en revistas del hispanismo norteamericano, entre otras muchas huellas.
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