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«Caminar es a las actividades lúdicas lo que labrar y pescar son a la industria: es primitivo y simple; nos pone en contacto con la madre tierra y la sencilla naturaleza; no requiere de un equipo complejo ni de un entusiasmo fuera de lo común». Así compendió en este brevísimo y delicioso tratado los placeres del caminante el filósofo inglés Leslie Stephen (Londres, 1832-1904).
Autora Leslie Stephen. Ilustraciones de Manuel Marsol.
Editorial Nordica 2024
Precio 18,00 euros
Stephen fue, desde luego, un tipo singular, del que se conservan algunas fotografías inquietantes, sobre todo por la barba anárquica que se dejó en sus años postreros. Sin embargo, mucho antes, había sido una de las figuras claves del pensamiento en la época victoriana –escribió ... sobre ética e historia de las ideas–, el redactor de los artículos biográficos del célebre Diccionario Oxford, y un prelado anglicano que acabaría abandonando la fe. También fue un pionero del alpinismo, en el sentido más literal: en su viaje de novios visitó los Alpes y quedó prendado. Fundador del Alpine Club y editor de la revista Alpine Journal, fue uno de los primeros en coronar todas las altas cumbres de la cordillera. Por si fuera poco, Sir Stephen –sí, además, era 'Sir'– fue el padre de la escritora Virginia Woolf.
Leyendo este delicado 'Elogio del caminar' descubrimos a un hombre de su tiempo, de pensamiento profundamente humanista y con preocupaciones sociales, pero también un gentleman interesado por la fiebre de la época: el ejercicio físico. Es la época en que nacen los deportes modernos, cuando la revolución tecnológica está dando paso a nuevas clases sociales y a la 'invención' del ocio.
Publicado originalmente en 1901, Stephen es un auténtico precursor del 'movimiento slow'. Aunque, afortunadamente, sin la afectación de los memes actuales, que parecen herederos de Paulo Coello. Muy al contrario, aquí el pensador huye de la ñoñería y la sensibilidad fingida para llevar al lector de la mano en un auténtico paseo por la cultura de su tiempo, de Thomas de Quincey a Ralph Waldo Emerson. Y es que para Stephen lo importante es el viaje pero el interior. Como si caminar activase algún tipo de maquinaria biológica, interconectada con nuestro músculo más importante: el cerebro. Caminar, sentir, pensar, amar, disfrutar, esa sería la dinámica que nos propone, en un recorrido amenísimo. Y, además, iluminado por las maravillosas ilustraciones de Manuel Marsol, cuya estética entre el impresionismo y lo naif casa perfectamente con ese pensamiento tan modernamente retro.
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