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Es moneda común sostener que la poesía no se escribe cuando el poeta la convoca, sino cuando ella se aviene a ser convocada. Viene a esto al caso porque, en los últimos años, no han escaseado los poetas que, contraviniendo esa máxima, entregaron al lector sus versos afirmando que estos eran los últimos que escribían, no porque las musas les hubieran abandonado, sino por decisión propia. Uno de estos autores es el leonés Luis Miguel Rabanal (1957), quien, bajo el explícito título 'Este cuento se ha acabado. Poesía reunida 2014-1977', publicó su poesía completa en 2015, aunque, a decir verdad, no se mostraba del todo categórico y, si la memoria no me falla, aspiraba a recobrar la suerte del poema.
Autor Luis Miguel Rabanal
Editora Eolas
Precio 21,00 euros
Afortunadamente, esta no tardó en hacer acto de presencia: en 2017 publicó un nuevo libro, aunque valiéndose de un heterónimo, 'Los poemas de Horacio E. Cluck' y, posteriormente, esta vez con su firma, 'Matar el tiempo' (2018) y 'Que llueva siempre' (2020). Son estos los ... libros que ahora se agrupan bajo el título 'Postrimerías', no menos simbólico que el que recogía su obra completa, atendiendo ahora al criterio cronológico de la escritura, en el que realiza «un diálogo personal con el tiempo», según afirma Sergio Fernández Martínez, autor del prólogo, y, como en su producción poética de los últimos años, ausculta su propia identidad, marcada a fuego por la enfermedad. En un ejercicio de desdoblamiento, el sujeto poético se convierte en: «el personaje que tose desde su silla / ensangrentada y tiene mucho, mucho frío. / Nos ha mirado con pena y nos señala / por casualidad las flores». Abunda en gran parte de los poemas el tono lastimoso y apesadumbrado que proviene de ese estado permanente de inmovilidad, expresado sin concesiones al sentimentalismo en el poema 'El deseo de andar': «Sueñas tu parálisis desde tantos años atrás y acuden / de improviso a tu memoria las sombras». Una memoria ―«Todavía es memoria que funciona en ocasiones como un refugio («Será preciso recordar eso que narra / la pesadumbre como si fuera un eco oxidado / y mustio que nos da su ánimo»), pero también como la caja de resonancia de la frustración: «Deja que la noche te abrase la memoria / una y otra vez y te encuentre muy despierto la voz / que nunca más has escuchado». Muchos de estos poemas hacen hincapié en los detalles sensoriales, muchos de ellos a través de la vista, que vinculan al cuerpo con la realidad que le rodea y también con las personas amadas, entretejiendo una red de conexiones emotivas no exentas de dolor: «Nada ya podrá con tu cuerpo de manos disecadas / y tronchadas piernas […] / Es obvio morir en estas condiciones, si alargas / los días y las noches con tu rosario de insultos, / so salvaje». En los poemas de Rabanal no hay espacio para el autoengaño ―todo está narrado con franqueza, una franqueza también literaria, es cierto― pero sí lo hay para reorganizar la percepción en función de las necesidades más acuciantes, en función de las restricciones a las que está sujeto el poeta y la propia poesía: «La poesía es el muro donde vive / el objeto no casual, no ardido aúna, / esa araña de efusión esplendorosa», escribe Horacio E. Cluck. No es el único caso en el que se recurre a la metapoética en este recopilatorio. Hay varios registros significativos de indagación lírica que van desde la confrontación con las palabra ―«No veo las palabras, no quiero verlas porque me asusta su sentido, su vulgaridad, su asombro»― hasta denunciar la incapacidad del poema para dar cuenta de la intensidad de una emoción por fuerza representativa: «El poema recurre a tu vestido, te lo quita de golpe como si un leve temblor cerrase tus párpados y azotara tus nalgas con avivado deleite», escribe en el poema «Flecos». No se piense, sin embargo, que estas citas tratan de guiar al lector por un sendero de frustrante pesimismo. Si Luis Miguel Rabanal no confiara como confía en la palabra poética no podría haber escrito poemas tan intensos y emocionante, con esa mezcla explosiva de vulnerabilidad y esperanza, como 'Argumento del poema' o 'Escrito el Olleir'. Es cierto que estos poemas obligan más a mirar hacia atrás que hacia adelante, más a quien se era que a quien se es, pero, acaso por eso, por esa naturalidad con la que están narradas las tragedias personales, porque habla con el corazón en la mano, el lector toma conciencia de que, a pesar de la crueldad que asola el mundo, hay espacio para la solidaridad y la utopía. Su poesía, escribe Alberto R. Torices en el epílogo― «nos ofrece vislumbres de un mundo de «figuraciones imposibles», personal, recreado, con un suelo autobiográfico y un cielo abierto a todos los vientos de la fabulación», y en ese mundo es el que debe habitar el afortunado lector de estos versos.
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