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En un lugar «a trasmano del mundo, donde nunca ocurre nada excepcional o memorable», el regreso de Ernesto Gil revoluciona el pueblo. 'Tito' Gil fue actor y rapsoda, pero su mejor momento hace ya mucho que pasó. Pero pretende regresar por la puerta protagonizando una gran representación en su pueblo, donde su figura todavía mantiene cierto aire legendario. A la vez, Paula se extravía viajando en tren, ensimismada con una novela de Stephen King, e inicia una extraña odisea por la España vaciada que casi parece parte de un sueño.
Así arranca 'La última función' (Ed. Tusquets, 2024), la entrega más reciente de Luis Landero. Deliciosa y desternillante, pero cargada de reflexión y pensamiento, de nuevo el personaje sobre el que orbita la novela es memorable: Tito es una estrella venida a menos, pero a ... muchísimo menos. Su aspecto casi de mendigo lo compensa con el porte y la actitud, como si actuando como un triunfador pudiera convencer a los demás de que sigue siéndolo. Con eso, y con dos armas nada secretas: una voz campanuda y sugestiva, y el dominio de una elocuencia tan tramposa como eficaz. Su truco es utilizar fórmulas de apariencia cultísima: ¿quién se resiste a alguien que dice «las dos vertientes del problema son…» o «esto puede ser coyuntural o estructural»? Como en las grandes creaciones del escritor, uno no sabe si compadece al personaje, si le da grima, si espera que se recupere, si lo adora o si lo detesta hasta límites insospechados. O todo junto.
Titulo: La última función
Autor Luis Landero
Editorial Tusquets, 2024.
Precio 20,5 euros
Eso sí, lo mejor de leer a Landero siempre es retornar a su universo particular, ese inframundo de soñadores incurables que sobreviven inexplicablemente a los embates del fracaso. No en vano, la novela se ambienta en un escenario moribundo, un pueblo de la «sierra pobre» de Madrid al borde de la despoblación, y en un tiempo para olvidar, ese 1994 de la última crisis del pasado siglo. Por si el 'cronotopo' no fuera suficiente, la acción arranca en un bar donde los parroquianos comen cacahuetes. ¡Si hasta hay pantalones con culeras! Imposible ser más 'landero'.
Aunque, eso sí, últimamente el adjetivo que más se aplica al extremeño es 'cervantino'. Lo que supone todo un halago, porque sus novelas desprenden el mismo conocimiento de la vida y ese humor compasivo del clásico; y a la vez resulta injusto: Landero se ha ganado su propio lugar en la historia de la literatura.
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