El espía accidental

Este tipo de advertencias parecen redundantes, en plenos tiempos de posverdad y autoficción como estamos, pero hay que tener en cuenta que en el caso de Alemania abordar cierta parte de su pasado –ya no tan reciente, es verdad– sigue siendo meterse en terrenos pantanosos. Sobre todo, si no se bucea en el victimario o en los movimientos de oposición, marcando una frontera insalvable entre buenos y malos, sino que, como en este caso, se hurga donde más duele, en la aquiescencia con el fascismo, cuando no directamente en el abrazo consciente de ese credo. Hace falta mucho arrojo para levantar la lápida que los germanos han colocado encima de la primera mitad del siglo XX y mirar debajo de todo ese complejo de culpa. Sin embargo, ha transcurrido ya demasiado tiempo y una tercera generación de alemanes ya no quiere sentir esa herida como propia.

O eso se desprende de novelas como 'El técnico de radio', en la que la que Ulla Lenza (Mönchenglachbad, 1973) reconstruye la vida de un pariente al que no llegó a conocer, que fue miembro de una formidable red de espionaje en el mismísimo corazón de Estados Unidos.

Josef –o Joe, o José, dependiendo de época– Klein fue un joven emigrante que huyó de las hambrunas de la República de Weimar, y descubrió el Nueva York de Duke Ellington y el Savoy. Aunque América no será el paraíso soñado, Klein se aclimatará pronto a un Harlem multicultural donde florecen las artes y la creatividad. Allí desarrolla su pasión: la radiofonía, mientras vive ajeno al clima de tensión entre etnias y bandos políticos que, al otro lado del Atlántico, reproduce los graves enfrentamientos que vive Europa.

Por mediación de un amigo, conseguirá convertir su pasión por la radio en un oficio, al ser contratado como operador de onda corta por unos misteriosos empresarios. Lo que no sabe es que, en realidad, es que su misión será transferir información a los nazis. ¿O sí lo sabía?