Destreza y magia
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En 'El secreto del Mago', Luis Alberto de Cuenca reúne treinta y cinco poemas, algunos de los cuales, podrían ser grandes elegías de la lengua española.Secciones
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En 'El secreto del Mago', Luis Alberto de Cuenca reúne treinta y cinco poemas, algunos de los cuales, podrían ser grandes elegías de la lengua española.Algo de 'Cuaderno de vacaciones', para decirlo con el título de uno de sus recientes entregas, tienen los últimos libros de Luis Alberto de Cuenca. Abundan los ejercicios de estilo y no faltan las variaciones sobre citas o anécdotas que ya ha utilizado en sus artículos. Un ejemplo de esto último lo encontramos en el poema 'Luna de Valle Inclán, luna de Shakespeare'. Esos «versos de Valle» que valen más «que el teatro completo de Voltaire» a los que se alude al comienzo del poema (y que solo se citarán parcialmente) aparecieron ya en el artículo 'Cabalística luna de marfil', publicado en 2019, conmemorando la llegada del hombre a la luna. Están tomados, según se nos indica, de La marquesa Rosalinda y dicen así: «Luna que de soñar dejas las huellas, /cabalística Luna de marfil, / tú escribes en lo azul moviendo estrellas: / Nihil». Y termina con la misma cita de Shakespeare –tomada de la traducción de Astrana Marín, se nos indica–, pero ahora adaptada al ritmo del endecasílabo.
Cuaderno de ejercicios, sí, a ratos un tanto rutinarios, sobre temas ya bien conocidos de los fieles lectores del autor: el 'Madrid fantástico' que esconde «seres lovecrafianos de nombre impronunciable» y «exóticos palacios debajo de los parkings»; los sueños («Soñé con una tribu en la ... que eran felices / todos sus componentes día y noche»); los recuerdos de infancia ; los ejercicios de erudición, a veces un tanto fantasiosa, como ese grafitti de Aristónico (para el autor, 'graffito'), un epigrama en perfectos hexámetros, supuesta e inverosímilmente escrito «con mano temblorosa» en la pierna de uno de los colosos de Memnón.
Grato y menor este 'El secreto del Mago', pensamos, y sonreímos con alguna que otra humorada: 'Habla la amante del poeta' («Ya que te marchas, / llévate en tus alforjas / a mi marido») o 'La cura del faraón', con un comienzo que recuerda a las letras de alguna zarzuela más o menos sicalíptica o los poemas droláticos del Madrid cómico o del Blanco y Negro: «A un faraón que se encontraba mal, / presa de angustias varias, / cansado de vivir y melancólico, / sometido a un insomnio recurrente, / todo ojeras y pinta de cadáver, / le aconsejó su médico / dar paseos en barca por el Nilo…». Solo echamos en falta la entonces imprescindible rima consonante.
Autor Luis Alberto de Cuenca
Editorial Visor, 2023
Páginas 76
Precio 12,90
Pero de pronto los ejercicios de estilo dejan de serlo y nos encontramos con algo más que la consabida destreza y los temas habituales. Dos de los tres sonetos del libro pueden incluirse entre las grandes elegías de la lengua española. No pretenden emular las 'Coplas a la muerte de su padre' o el 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejías' (como sí parece querer hacer Vicente Gallego en su desafortunada –ya desde el título– elegía a Francisco Brines, 'Ni la sal ni el aceite han de faltarme'), ni tampoco la desaforada expresión de la 'Elegía a Ramón Sijé', de Miguel Hernández, con la que guardan más similitudes temática.. Muestran mayor proximidad a los precisos epitafios de Manuel Machado: «Te has ido, compañero, hermano, amigo, / a la región de la tiniebla eterna, / sin dejarme otra cosa que tu ausencia». A la muerte del mismo amigo, José Luis Chousa, le dedica igualmente la primera de las varias oraciones que incluye el libro («Últimamente estoy rezando mucho», comienza), pero ahora el tono es muy distinto con eutrapelias para evitar el patetismo: «Lo importante es saber / que hay un tipo con barbas allá arriba / que, en compañía de un joven muy guapo / con estigmas en las extremidades / y de un espectro en forma de paloma, / recibe tus mensajes». Los sonetos están escritos con una transparencia emocional que parece –solo parece: hay un eco de Borges en el dístico final– dejar fuera cualquier retórica: «Somos amigos desde la prehistoria. / Seguimos siendo amigos hoy. Mañana / lo seguiremos siendo en el infierno / o en el cielo, en la nada o en la gloria. / Deja que me refugie en esta vana / sensación de creer que hay algo eterno».
También, como los epitafios, se acerca a Manuel Machado la sección titulada 'Por soleares'. En ella, Luis Alberto de Cuenca, sin dejar de ser el poeta culturalista que es (incluye una cita no se sabe muy bien en qué lengua), emula con garbo y buen humor la poesía popular o se glosa a sí mismo como en las «Soleares de tus manos en el cine»: «Tener tu mano en la mía / mientas Wayne desenfundaba / fue lo mejor de mi vida». Al final, no puede evitar una broma sobre polémicas contemporáneas: «Ahora, en estos nuevos tiempos, / no se dan besos de cine / sin consentimiento previo». Se agradece que deje las referencias políticas para los artículos de prensa (en «Cabalística luna de marfil», junto a otras varias consideraciones que quedan fuera del poema, califica a Rousseau de «prefascista»).
Con un «Elogio del ilusionismo» comienza un libro en el que Luis Alberto de Cuenca demuestra, como los ilusionistas que le fascinaron en la infancia, y que siguen fascinándole a pesar de que haya descubierto muchos trucos, «su genio, su destreza, su magia inigualable». Lo mismo nos ocurre a nosotros, los lectores.
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