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María Blanchard, la prestigiosa pintora que desapareció de la historia
Cultura cántabra en femenino

María Blanchard, la prestigiosa pintora que desapareció de la historia

La artista santanderina formada en la Escuela de París y referente de cubismo compartió éxito y protagonismo con Picasso y Juan Gris

Olga Agüero

Santander

Sábado, 25 de noviembre 2023, 07:48

A María Blanchard hoy se la reconoce como una de las pintoras más relevantes y como referente del cubismo. Conviene subrayarlo tras décadas de olvido y silencio sobre una mujer que compartió amistad y éxito con Juan Gris y Picasso en París. Autora cotizada con obra en los principales museos europeos ha sido inexplicablemente invisible. Incluso algunos de sus cuadros se vendieron como si fueran de Juan Gris. Pese a ser una pintora excepcional nunca tuvo la proyección de sus compañeros de generación.

En vida, solo expuso una vez en España. Fue en 1915, junto a obras de otros autores, entre ellos de sus amigos Diego Rivera y Lipchitz. Las críticas fueron feroces, ni público ni crítica entendieron el cubismo. «María Gutiérrez no es femenina, sino varonilmente maligna», dijo Ramón Gómez de la Serna, promotor de la exposición. Tras este revés se inclinó por la docencia y aprobó una cátedra de dibujo en Salamanca a la que renunció por las burlas de los alumnos. Entonces tomó la decisión más trascedente de su vida: huir de un país atrasado incapaz de entender su pintura. En la libertad de su estudio de Montparnasse «tiró el Gutiérrez al Sena porque decía que los franceses la llamaban gotera» –contó su prima Matilde de la Torre– y se consagró como la artista María Blanchard.

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No volvió nunca a España, ni al Santander donde nació, en la calle Libertad –hoy rebautizada Santa Lucía– como vaticinio de una vida libre, creadora y a contracorriente del destino de las mujeres de su época. Le salvó pertenecer al extraordinario hogar liberal e intelectual de la familia Gutiérrez-Cueto, igual que sus parientes Matilde de la Torre y Consuelo Berges. El abuelo paterno de Cuca, su apelativo familiar, fundó el periódico La abeja montañesa, y su padre –que cultivó en ella su sensibilidad hacia la pintura– el El Atlántico. Toda la familia tuvo una predilección especial hacia las artes y la cultura. Así, la enviaron a Madrid para estudiar pintura. Al poco, su propia familia, ya huérfana del progenitor, se trasladó a la capital. Durante los veranos María regresaba a la casa familiar de Cabezón de la Sal y daba clases al dibujante César Abín. En esos años pinta 'Gitana', uno de sus cuadros más reconocidos.

En 1909 se fue por primera vez a París donde vivió tres años con la pensión de 2.500 pesetas anuales que le concedieron la Diputación y el Ayuntamiento de Santander. Allí hizo una profunda amistad con Diego Ribera, Juan Gris y Picasso que sentían una profunda admiración por su obra. La pintora rusa Angelina Beloff, primera mujer de Ribera, contaba que María vivía en un cuartito y se alimentaba solo de leche sin hervir «y filetes que metía en pan para llevárselos al estudio». Las primeras clases que allí tomó influyeron en el óleo 'Ninfas encadenando a Sileno' que ganó el segundo premio de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1910. Un crítico español de la época lo calificó como «repugnante desnudo».

En vísperas de la primera guerra mundial María se instaló con su madre en Madrid y acogió a Diego Rivera y Lipchitz con quienes protagonizó la polémica exposición en la que, además, al mexicano le obligaron a retirar, por desagradable, el retrato cubista que había hecho a Gómez de la Serna.

Cuando en 1906, desencantada de España, Blanchard regresa a París le llega el éxito. Pinta una de sus grandes obras, 'La comulgante', entra a formar parte de la galería de arte de Picasso, Gris y Braque y expone en varias ciudades europeas. Atraviesa una profunda crisis cuando muere Juan Gris en 1927 que la lleva a convertirse al catolicismo influida por su amiga Isabel Rivière hasta el punto que decide entrar en un convento. Su propio confesor la disuade y le hace ver que solo la pintura la sacará de ese abatimiento. Cuando su hermana Carmen se separó de su marido, destinado en la Embajada de España en París, la acogió con sus tres hijos. Para mantenerlos tuvo que pintar muchos encargos en una etapa de dificultades económicas y con su salud ya muy resentida.

«María pintaba medio vestida, manchada de color de los pies a la cabeza, los pelos revueltos y las gafas de hierro, una de cuyas patillas estaba desde tiempo inmemorial sujeta con un alambre», recordaba Reviére que llevaba «un terrible vestido con grandes cuadros amarillos y verdes del que no pudimos disuadirla ni con la astucia más sutil ni con los ataques más directos».

Estaba hecha de amor y piedad. Aun cuando apenas la llegaba el dinero, atendía con generosidad a todas las personas necesitadas que llamaban a su puerta a diario y cuyos rostros inspiraron numerosos retratos.

Dicen que María estuvo enamorada del temperamental Diego Rivera con quien trabajó y compartió viajes fruto de una intensa amistad. Él acabó casado con Frida Khalo, que convirtió en arte pop su propio dolor físico. El de María, en cambio, debido a su cuerpo deformado desde el nacimiento, permaneció siempre en silencio. Aunque en su pintura parece asomarse un poso trágico y triste.

Cuando María Blanchard murió, a los 51 años, era primavera en París. «Quiero pintar flores», repetía en sus últimos días. Ese 6 de abril de 1932 brotaron en los jardines para despedirse de la mujer despreciada e invisible en su propia patria.

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