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El primer Donjuán

El primer Donjuán

Poesía ·

Luis Velázquez Buendía reflexiona sobre la conducta humana y su relación con lo que la rodea

Sábado, 11 de mayo 2024, 07:51

A pesar de sus proporciones casi mitológicas, Juan de Tassis –o el conde de Villamediana, como se prefiera– es hoy día prácticamente un perfecto desconocido. Es, en concreto, un poeta oscurecido por su propia leyenda. Esa misma que inspiró a Tirso de Molina para inmortalizarlo como el célebre Don Juan de 'El burlador de Sevilla', y hacerle así pasar a la historia por sus lances caballerescos y enredos de alcoba, y no como el autor mordaz y celebrado que fue. Para corregir esa injusticia poética se le han dedicado en los últimos años algunos libros, como esta completa y amena biografía que le dedica el escritor cántabro Juan Francisco Quevedo, y que viene a arrojar luz no en los episodios más manidos, como su truculenta muerte, sino especialmente en su formación y desarrollo literario, en su relación con las artes y, además, en la dimensión social del personaje, profundizando en el particular contexto del siglo de Oro.

Al inevitable análisis político y socioeconómico añade Quevedo algo aún más interesante: el pensamiento y el pesar generacional de los intelectuales que veían desmoronarse el sistema imperial, y la compleja red de relaciones del poder de la época.

Con una vocación más narrativa que ensayística, ... Quevedo construye no solo al personaje, sino una historia completa, que avanza trepidante en medio de las intrigas de su tiempo. Así, seguimos a un Juan de Tassis todavía adolescente haciendo su entrada tanto en la corte como en el mundillo literario. En ambos aparece triunfante, no solo por la fuerte influencia familiar –llegados con Felipe el Hermoso desde Italia, su padre sería Correo Mayor del reino, un auténtico momio, además de recibir después un condado de realengo, el de Villamediana– o su esmerada educación, sino por unas condiciones naturales envidiables: inteligente, brillante, ocurrente, con prestancia y apuesto. Lástima que, como Quevedo bien apunta, en el reverso de esa personalidad magnética destacarían sobremanera su carácter altanero y pendenciero, su pasión por el juego y una promiscuidad incontenible.

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