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La mirada profunda de Eduardo Noriega, (Santander, 1973) se posa, por costumbre, en la Península de la Magdalena y en esa amalgama de saberes que es la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, como la de quien observa a «una vecina» cercana, a donde acudió a ... veces como espectador y más tarde, también como ponente. «La UIMP siempre ha formado parte de mi vida, por eso este premio me hace especial ilusión», dijo al recibir este martes, de manos del rector Carlos Andradas, el XV Premio UIMP a la Cinematografía. Antes que él, Carlos Saura, José Luis Borau, Marisa Paredes, Isabel Coixet o Alejandro Amenábar, «grandes figuras que admiro», recibieron el mismo galardón. Dijo no verse a sí mismo al mismo nivel que la nómina de compañeros que lo precedieron, por lo que «es un honor recibirlo junto a todos ellos».
La humildad es una nota dominante en el discurso del intérprete, del que Guillermo Balbona, en su laudatio, destacó que «ha viajado de lo icónico a lo íntimo y ha batallado con la fama mientras crecían sus proyectos, en busca de una grieta que le permitiera huir del estereotipo».
El santanderino hizo también su particular viaje al pasado, que le llevó hasta su fascinación infantil por Montgomery Clift, cuando veía películas en la alfombra de su casa, hasta treine años atrás, a sus primeras clases en la Escuela del Palacio de Festivales o a las órdenes de Román Calleja. «Cosas que uno tenía olvidadas».
Recordó con claridad, sin embargo, la anécdota en la que, como figurante de Alfredo Kraus, en la última fila del escenario del Palacio, su misión era simular que daba palmas. Cuando se produjeron otros aplausos, estos reales, por parte del público de la Sala Argenta «yo sentía que eran para mí», bromeó el intérprete. Definió la suya como una profesión «apasionante, maravillosa, en continua investigación y formación», que afronta siempre desde la humildad. Pero también con una constante incertidumbre, «con un millar de posibilidades de cómo decir una frase» y la duda de dónde estar dentro de un mes o de un año. Una labor que consiste en «interpretar la vida y tratar de mostrarla con tu trazo y tu propia escritura».
Noriega ha participado, protagonizado y se ha implicado en más de 65 producciones audiovisuales, 42 largometrajes, 9 cortos, 6 propuestas publicitarias y 4 series documentales, filmadas en tres décadas, en 4 idiomas diferentes y en 17 países de 3 continentes, convirtiéndose así, como señaló Balbona en «santanderino de toda la vida pero extranjero y nómada que viaja a través de otras vidas». Un profesional que no concibe otro relato propio que la suma de pieles que ha habitado y que puede presumir, como destacó Balbona, de dos características escasas en el sector: dignidad y discreción, con las que continúa cuestionándose la raíz de un trabajo milenario. «Todavía no sé lo que es ser actor, pero sigo buscando la respuesta».
Reconoce Noriega que cuando lees un guion, «nunca sabes lo que va a pasar». En su caso, se rige por si lo que narra la historia puede hacerlo suyo. Así, nunca imaginó todo lo que vino tras participar en el casting de un cortometraje amateur y sin remunerar. En el set conoció a Carlos Montero y a un tal Alejandro Amenábar que manejaba la cámara y el sonido. Fue él quien le ofreció participar en otro proyecto que tenía en mente. Era el año 92 y durante 35 minutos, Noriega se asomó al mundo que imaginaba el futuro director de culto. A través del pequeño visor de la cámara contempló «el espíritu de todas sus películas» y supo que quería hacer el siguiente cortometraje con ese técnico de sonido singular, con las ideas claras construidas a través de planos cinematográficos.
De su mano llegaría, cuatro años después, 'Tesis', una película que ha despertado vocaciones, «que sigue emocionando a las nuevas generaciones y que será recordada», defendió. No en vano, en el rodaje de 'Tesis' «todos sabíamos que estábamos ante alguien muy importante –incidió– un talento diferente, con mucho recorrido, aunque no éramos conscientes de su dimensión». En aquella primera película, Amenábar estaba rodeado de veteranos con más de veinte años de carrera, a las órdenes de aquel chaval «que tenía la película en su cabeza, desde la música hasta el trailer». «Pensé que todos los rodajes eran así, con aquella felicidad de saber que estás haciendo algo grande».
Desde aquellos inicios, Noriega se ha encontrado con todo tipo de directores, «que son quienes marcan el ambiente del rodaje». Al fin y al cabo, el actor, cuando se dice ¡Acción!, «está en un momento de extremada sensibilidad, tratando de expresar, para ser capaz de traducir ciertas emociones». Todos los estímulos exteriores llegan multiplicados. «Aprendes a lidiar con todo ello», desde quien grita cómo norma, hasta quien pasa veinte minutos dando detalles de la secuencia sin comenzar a rodar.
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Lo mismo ocurre con los compañeros de batalla, que condicionan, en cierto modo, el acercamiento a la historia. «Si vas a rodar con Sigourney Weaver, lees el guión de otra manera», ejemplificó. Y, en la colección de recuerdos personales, compartió con el público las buenas migas que hizo con Leonardo Sbaraglia en el rodaje de 'Plata quemada', su primera película fuera de España, rodada en Argentina o, todo lo contrario, lo «insoportable» que fue Sam Shepard, con quien compartió 'Blackthorn', en el altiplano boliviano.
El santanderino, que cree en el ensayo «deliberadamente erróneo, sabiendo que no es así la secuencia, para que no sea la cabeza la que dirige», ha probado las mieles de la producción, mano a mano con Miguel Ángel Lamata en el film de terror 'El ángel y el ruiseñor', reconoció que la dirección le encanta y tras tantos años cerca de una cámara ha aprendido mucho, si bien, terminar dando ese paso, le parece «muy complejo y agotador», porque como director, uno se hace viejo más lentamente. «Prefiero envejecer más lentamente como actor», bromeó.
En el Paraninfo de la Magdalena se encontraban familiares y amigos de la infancia. Amigos con los que un joven Eduardo celebró su cumpleaños hace varias décadas. Una fiesta en la que, entre muchas frases, alguien mencionó la necesidad de hacer una película sobre 'Historias del Kronen'. A la mañana siguiente, su madre consiguió que saliera de la cama para responder a una llamada de la productora de Elías Querejeta que le proponía una prueba, precisamente, para llevar al cine la novela de José Ángel Mañas. Un día después cogió el autobús para viajar a Madrid, más escéptico que emocionado, creyendo que era una broma. Pero no. Era la oportunidad de rodar a las órdenes de Montxo Armendáriz y el inicio de una carrera que ya no se detuvo.
«Era tan difícil de alcanzar como pensar en ser astronauta». Se daba un año de margen tras terminar su formación en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid antes de volver a Santander. «Para nada pensaba que eso podía suceder, y esa sensación la guardo para siempre».
Recogió el Premio UIMP a la Cinematografía llegado desde Canarias, tras estar once horas rodando en un barco, con una epidemia de mareos por doquier. En el equipo hay un joven actor cuyo rostro fue pasando por todos los colores fruto del vaivén de las mareas. Pero siguió ahí. Para decir su única frase. «Quizá mañana pueda verle de nuevo y animarle a seguir», relató un Noriega veterano para quien el éxito, tanto como el fracaso «es algo relativo». «¿Es que te den un Goya o que te vean cien mil personas», planteó desde la experiencia. «El éxito puede ser estar once horas vomitando en un barco, porque significa que tienes un trabajo». A ese barco regresa hoy mismo. A seguir sumando kilómetros, papeles, rostros y vidas. A volver a vivir esa «especie de milagro donde el actor se funde con el personaje» y todo el trabajo previo «racional y de estudio, desaparece para darle vida». La magia que le llevó a ordenar fotos y datos de estrellas cuando solo era un niño, sin saber apenas por qué lo hacía, cuando dibujaba con tijeras y pegamento, una vida que solo tendría sentido siendo muchas, cumpliendo así su propio guion.
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