![Vivir como si no hubiera final es solo una ilusión, un trampantojo](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202006/01/media/cortadas/comercio-k0HB--1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
Vivir como si no hubiera final es solo una ilusión, un trampantojo
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | Día 79 ·
Secciones
Servicios
Destacamos
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | Día 79 ·
Este cuaderno de excepción entra, pase lo que pase con el estado de alarma, en su última semana. Desde que tengo una fecha para su cierre he recuperado un poco la vitalidad, como el ciclista que adivina el final del puerto de montaña y siente cómo una energía olvidada aparece en sus músculos y baja un piñón y pedalea en esa recta final, pese al cansancio, con una nueva alegría. Me digo que es justo lo contrario a lo que pasa con la vida: si conociésemos el día exacto de nuestro final, viviríamos espantados sin remedio, atrapados en esa cuenta atrás. Como no tenemos una fecha fija para nuestro cierre, vivimos en esa amable indefinición de no saber cuándo terminará todo. Pero la cuenta atrás existe, conozcamos o no la fecha en la que vendrá a nosotros la oscuridad. Existe pero se camufla bajo el fluir en apariencia inagotable de los días.
Vivir como si no hubiera final es solo una ilusión, un trampantojo. El miedo a morir, aunque no sea evidente, nos late a todos por dentro. Es un miedo discreto, que no alza la voz salvo cuando son evidentes los peligros. Es un miedo latente, íntimo, irreconocible muchas veces. Sentimos una angustia que no sabemos de dónde viene, que nos paraliza o nos empuja a hacer estupideces. Pensamos a veces que ese malestar tiene que ver con asuntos mundanos pero lo que aprieta, al fondo de nosotros, es saber que ese final existe, que los años pasan con rapidez y que el día en el que todo acabará está siempre un poco más cerca. Esa angustia de existir es inseparable de la vida. Sin esa angustia, paradójicamente, nada late con fuerza y con verdad. Por eso es importante hablar cada día con ese miedo, como el que mantiene una conversación con un amigo. Esta crisis del coronavirus nos conectó como sociedad con ese temor. Ya lo teníamos dentro de nosotros pero no hablábamos con él. Digo que nos conectó, y lo digo así en pasado, porque creo que ese reconocimiento de nuestra vulnerabilidad ya comienza a olvidarse. Basta que se abran las playas y las terrazas, basta que los comercios levanten sus persianas, basta que la amenaza se aleje para que el miedo vuelva a camuflarse. Estos meses del coronavirus nos sentimos amenazados y le vimos el rostro a ese pánico antiguo, que nos acompaña como especie desde que tomamos conciencia de que existimos y empezamos a lanzar preguntas al vacío para tratar de entender. Quizás, antes de que ese miedo se marche del todo, debamos cogerle de la mano y decirle: «Ven aquí, no te vayas, enséñanos el camino de la luz, quédate siempre con nosotros».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.