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Volveremos para contarnos a nosotros qué pasó y tratar, así, de comprendernos
CUADERNO DE EXCEPCIÓN-DÍA 77 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN-DÍA 77 ·
Mi padre, cuando era un niño, cazaba conejos silvestres en los páramos de un pueblo en el norte de Burgos. Lo hacía acompañado por sus amigos. No pasaban hambre pero en casa todos los días comían patatas y eso, para el paladar, era un aburrimiento. Desollaban los conejos sin que los adultos lo supieran. Los cocinaban después en medio del campo al calor de una hoguera y sobre la chapa de una vieja lata de aceite abierta por la mitad con una navaja. Recuerdos. Mi madre no olvida el día que salieron al balcón para ver el paso de la vuelta ciclista a España. El gato, mientras aplaudían a los corredores, se comió una longaniza en la intimidad de la cocina. Mi abuelo, cuando se dio cuenta, mató al gato y se lo entregó a mi abuela para que preparara un guiso en la cazuela. Era una casa humilde, con seis hijos. Las historias de mis padres se me aparecen en la mente. Todas esas cosas pasaron a finales de los años cincuenta del pasado siglo. Qué abismo, el tiempo. Miro a mis padres y me cuesta imaginar a los niños que fueron. Me cuesta también imaginar al niño que fui yo, al que paseaba con mis padres cuando ellos tenían menos de cuarenta años.
Yo hoy tengo cuarenta y tres. Es raro, no acabo de comprenderlo. El tiempo es una apisonadora. Pasa por encima de todas las cosas. Por eso cultivamos la memoria, para que no se nos deshagan a nuestro paso los caminos que ya hemos recorrido, para poder mirar atrás y darnos cuenta de quiénes éramos, de dónde venimos, de qué somos hoy. Reconocernos a nosotros pasa por ese viaje a la raíz, por ese andar por los surcos de una huella dactilar hasta alcanzar su centro. Los salmones, que a veces son más listos que nosotros, terminan sus vidas haciendo justo eso, remontándolo todo para volver de nuevo a los orígenes.
A esta vida de hoy, a este confinamiento que ya comenzamos a dejar atrás, volveremos a lomos de nuestra memoria muchas veces. Volveremos para contarnos a nosotros qué pasó y tratar, así, de comprendernos y de entender en qué sociedad vivimos. Volveremos para compartir los recuerdos del encierro con quienes también estuvieron encerrados para crear, así, una memoria colectiva. Volveremos para contar a los hijos o a los nietos que un virus hizo que buena parte de la población mundial tuviera que encerrarse dos meses en sus casas. Ellos nos mirarán con desgana y nosotros insistiremos porque queremos que las personas a las que amamos sepan quiénes fuimos, qué cosas significativas nos han ocurrido, quiénes eran nuestros padres, qué niño palpita aún dentro de nosotros.
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