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JOSÉ CARLOS ROJO
Miércoles, 10 de febrero 2016, 10:11
Federico Muñiz (38 años) conoce bien el yudo. El cinco es su cifra: suma ese número de primeros puestos en campeonatos nacionales y alcanzó ese lugar de la clasificación en el último mundial de veteranos.
«Empecé a trabajar en la escuela en 2004. Antes ... había estado compitiendo mucho. Había entrenado interno en el centro de alto rendimiento Joaquín Blume, en Madrid. Cuando volví a Santander estaba un poco perdido, no sabía qué hacer. Pero después fundé la agrupación deportiva y hoy somos el club con más licencias de Cantabria», cuenta.
Cuestión de trabajo
Ha sido un camino hecho a base de trabajo. Lo que comenzó siendo una pequeña escuela de 10 niños se ha convertido en un gran club con más de 330 pequeñas promesas. «Tenemos de todo, desde los más pequeños, la cantera que está por llegar, hasta los adultos, con gente de hasta 53 años». El secreto del éxito ha sido la segmentación. Muñiz comenzó a trabajar en diferentes colegios y esa ha sido la filosofía con la que ha logrado sumar afición. «Nos trasladamos a cinco centros: colegio Quinta Porrúa, Santa María Micaela, Mercedes, Salesianos y Manuel Cacicedo. Es en Santa María Micaela donde tenemos una sede fija, un gimnasio donde entrenamos todos un día a la semana. El resto de jornadas, los entrenos se trasladan a esos otros lugares», confirma el artífice de la escuela.
Lo acompañan en la enseñanza dos veteranos de este deporte en la región, Miriam Arenas e Ignacio Corbín. Ellos se ocupan también de ese trabajo tan importante que es la formación primeriza, la que atiende a los más pequeños, a los que descubren este deporte. «Ellos conforman la cantera que hará que todo esto continúe en el futuro, cuando nos retiremos nosotros. Hay que poner especial atención en ellos. En hacer bien el trabajo, en que aprendan el arte marcial y sus valores, sus principios», explica Muñiz. Porque lo más importante sobre el tatami es el respeto. Lo demás viene después.
El verdadero objetivo
«No necesitamos campeones. Si salen, perfecto, pero aquí no obligamos a nadie a competir. Nos ocupamos de que los chavales se diviertan, que disfruten, que hagan deporte. Si luego quieren competir, estupendo. Si ganan cosas, mejor que mejor, pero de verdad que no es el objetivo».
Por eso todo el mundo encuentra su lugar. «Hemos tenido niños con problemas psicomotrices, con deficiencias de algún tipo, y nunca ha supuesto un problema para hacer algo de deporte con nosotros». Los entrenamientos trabajan el espíritu de grupo, la movilidad, flexibilidad, fuerza, la concentración, etc. Luego viene la educación integral.
El yudo habla de esos códigos orientales ancestrales, que han sobrevivido a los siglos. «En este mundo todo es respeto. El saludo al árbitro, al contrincante... Cultivamos mucho todo eso». «No sé, no me imagino ver cómo el público pueda gritar o insultar a un árbitro de yudo, cosa que es muy común en otros deportes. El árbitro aquí es la máxima autoridad, es intocable».
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