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«La historia del Prado San Roque es la historia de un barrio». Así comienza el repaso de Francisco Calderón, uno de los tres fundadores y primer entrenador del equipo santanderino, que celebra medio siglo de vida (1972-2022). Hay que remontarse hasta la década ... de los 60, «cuando General Dávila era la zona de expansión de Santander», continúa. La capital cántabra crecía y en la vaguada de Las Llamas, que «se llamaba El Prado», comenzaron a construir bloques de viviendas. Las demandas de los vecinos les obligaron a organizarse «en los locales de la parroquia de San Pío X» y una de sus primeras reivindicaciones era que «no había alternativas de ocio para los jóvenes». La solución fue alquilar un terreno «por parte de los vecinos al dueño y comenzamos a construir una pista deportiva», recuerda Francisco Calderón.
Con la pista de Polio ya terminada, «se nos ocurrió hacer un equipo de balonmano». En 1972 «nos inscribimos en el torneo juvenil de los barrios y jugamos el primer partido en el Colegio La Salle, que nos tocó jugar como visitantes», rememora Calderón. Así nació un proyecto deportivo que se mantiene vivo 50 años después y es el último vestigio de un balonmano nacido en las barriadas. Los inicios no fueron fáciles y «hasta 1975 no pudimos jugar como locales en nuestra pista, así que lo hacíamos en la Plaza Pombo, que entonces se llamaba José Antonio. Ahí había partidos todos los días de la semana, porque los equipos que no teníamos pista, cuando nos tocaba como locales disputábamos allí los encuentros», añade.
Luis Rivas y Luis Alonso son dos jugadores de aquella plantilla inicial que comenzó a competir con el nombre de Altamira, hasta que adoptó el de Prado San Roque por la asociación de vecinos en 1976. «Mientras hacían la pista, empezamos a entrenar en lo primero que asfaltaron en la zona, donde está ahora la universidad. Poníamos dos bolsas de deporte como portería y cuando venia el autobús, que paraba ahí, las teníamos que recoger corriendo», cuentan hilando la anécdota entre ellos. La semilla del Prado San Roque era «la mayoría de Polio y también veníamos de Entrehuertas», añaden. Rivas y Alonso, a las órdenes de Francisco Calderón, reconocen que «jugábamos al balonmano para divertirnos. Después sí se volvió todo mucho más serio, pero al entrenador –dicen mientras señalan a Calderón– le volvíamos loco».
Desde entonces, los cambios se han sucedido. Las asociaciones de vecinos han ido perdiendo importancia en el tejido social de la ciudad y, con ellas, el deporte que ocupaba las pistas de las barriadas. La pista de Polio la cambiaron con la llegada del siglo XXI por el pabellón de la Universidad de Cantabria, hasta que en 2003 se inauguraron las instalaciones del María Blanchard. Castillo no puede ocultar la emoción de que «50 años después sigan jugando hijos o nietos de los que en nuestro día lo creamos». Con el paso de las décadas, los que en su día vestían los colores del Prado San Roque cambiaron la pista por la gestión. Un ejemplo es José Andrés 'Tate' Conde, ahora coordinador y exjugador. «Actualmente el sénior es el único equipo», explica, «es complicado mantener solo uno, porque al no tener cantera tenemos que surtimos de otras entidades». De momento, lo que toca es «vivir al día, vamos año a año y poco a poco».
Para celebrar el aniversario tienen pensado organizar un torneo, «pero todavía tenemos que buscar un hueco en el calendario, porque iba a ser pretemporada y resultó imposible, ya que había muchos compromisos» durante ese periodo de preparación, Los que colaboran en el día a día son conscientes de que «las dificultades son mayores por la modestia del club y los recursos están más limitados».
Otro que también ha cambiado su rol es Juan Carlos Gutiérrez. El actual entrenador del Prado San Roque debuta esta temporada en los banquillos, a los 52 años, tras dejar la portería al final del pasado curso. Está contento con su equipo de esta campaña. «Hemos conseguido captar mucho talento joven». Lo que atrae a los jugadores al Prado San Roque, según el nuevo técnico, es que «consideran que el sistema nuevo de entrenamiento es menos formal y les encaja mejor en su día a día». Al llegar al Blanchard «se dan cuenta que entrenamos con las mismas ganas e intensidad mientras hacemos grupo y se hermana el vestuario».
Los de Polio juegan este curso en Segunda Nacional y tienen como objetivo meterse en la fase de ascenso para la que se clasifican los cuatro primeros. Víctor Fernández es uno de los jugadores del San Roque está convencido que «tenemos capacidades de sobra para estar entre el cuarto y sexto puesto, teniendo en cuenta que este año la liga está muy igualada».
El '9' es la segunda generación de Fernández que viste el negro y rojo. Su padre, antes que él, ya lo hizo, igual que sucede con los Bermejo. Primero fue Genio y ahora, Berto. Para ellos «supone un orgullo, porque a pesar de ser un equipo que nunca ha ganado nada, tiene tradición e historia». Víctor lo define a la perfección: el Prado San Roque es «la transmisión del barrio de padres a hijos. Es una forma de completar el círculo. Desde pequeño sabías cuándo había o no partido, porque la luz de la pista se veía desde todos los rincones de Polio».
Lo que no pierden los santanderinos es el espíritu reivindicativo. «Llevamos muchos años, tanto nosotros como otros equipos que también usan el María Blanchard, solicitando soluciones a las instituciones municipales, porque llega un punto en el año en el que cuando hay cambios bruscos de temperatura en un día hay condensación en la pista y es imposible jugar porque resbala. Sí ha venido algún técnico del Instituto Municipal de Deportes y lo ha corroborado, pero seguimos sin alternativas».
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