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Roger de Vlaeminck fue un ciclista belga de los años 70. Su mujer se fugó con su representante y todo su dinero. Así que el bueno de Vlaeminck, que vivía en una furgoneta, corría carreras profesionales pero también criteriums de pueblo donde había premios en metálico. Necesitaba pasta. Participaba en pruebas un día tras otro. Sin descanso. A veces conducía cientos de kilómetros y se presentaba en otra línea de salida sin dormir. Y cuanto peor, mejor para el belga. Una buena tormenta o un sol de justicia le garantizaban una victoria segura sobre los ciclistas aficionados. Y el dinero, claro. A Vlaeminck le iba la épica. Era un tipo duro. Ganó cuatro veces la París-Roubaix. Ya saben, esa clásica en la que los corredores acaban llenos de mugre cuando llueve.
Ayer en Cabezón de la Sal había cientos de Vlaeminck. Quizás miles, entre los 5.000 participantes en las distintas categorías. Gente recia. Adicta a la aventura. Personas que lo mismo se tiran por una cuesta embarrada a tumba abierta que suben en manga corta lloviendo a 1.300 metros de altitud. Por segundo año consecutivo decidí participar en la prueba Combinada, que consiste en correr 46 kilómetros y pedalear casi 70. Mis amigos me dicen que soy un poco Vlaeminck pero creo que me parezco más al otro tipo de participante de Los 10.000 del Soplao: el que disfruta y se lo pasa bien en un evento que es toda una fiesta. Al que solo le importa terminar y estar con amigos.
La salida se dio puntual y miles de personas salieron entre las 8.00 y las 8.20 de la mañana, rumbo a su reto del día. Había participantes de todas las comunidades de España. También varios extranjeros. Muchos Vlaeminck. Y mucha gente con ganas de disfrutar. Como dos jóvenes de Badajoz que corrían, como yo, la Combinada. «Ahora en la bajada esa mala que hay vamos a poner en el móvil una canción muy simpática», me advirtieron. Y al empezar el mítico cortafuegos de la Sierra del Escudo, comenzaron a sonar los inconfundibles acordes de la música de Benny Hill, ese británico que salía en los orígenes de Tele5 siendo perseguido casi siempre por maridos enfadados. Benny Hill no paraba de caerse. Como muchos participantes. Yo me alegro de haber traído los palos. Te salvan de unas buenas culadas. En una caída puedes perderlo todo e irte para casa. No hace falta torcerse el tobillo. Con hacer un mal gesto, puedes sufrir un tirón muscular que te arruine la carrera porque queda muchísimo por delante. Casi todas las modalidades de El Soplao son larguísimas. La verdad es que se hacen eternas. El único bálsamo es el calor del público. No para de animar. Al primero, pero también al último de los corredores. Y hoy -por ayer- nos hace falta porque el terreno está embarradísimo. Correr se hace muy duro. Y peligroso. Sobre todo en la zona de los puentes. Pero ahí están todos esos Vlaeminck moviéndose ágiles entre el cenagal. El Toral marca el principio del fin en el kilómetro 33. Si has llegado hasta aquí en la categoría maratón, lo tienes hecho. En la Combinada es un poco más complicado porque te queda la bici, pero se puede decir que es un gran paso adelante cuando doblegas a ese gigante pelado de pendientes descarnadas.
Miro el reloj y vamos muy bien. Entramos dentro del corte. Porque la gente de la Combinada no puede coger la bici si no llega antes de siete horas y media. Marcamos seis horas y 50 en meta. Toca vestirse y reposar un rato. En Cabezón luce el sol y por eso muchos participantes de mi modalidad apenas se abrigan. Y esos errores se pagan. Yo decido no llevar el chubasquero y a la larga se va a demostrar una decisión horrible, porque subiendo el Moral nos cae un aguacero brutal. Llevo manguitos que repelen el agua y un buen cortavientos, pero estoy empapado. Como un chico de Ciudad Real que viene conmigo. Bajamos el Moral a toda pastilla. Yo me he puesto una bolsa de basura que me han dado en el último avituallamiento para protegerme del aire frío. Pero la sensación térmica nos destroza. Paramos abajo y los dos tiritamos. Nos castañetean los dientes.
Y decido abandonar para evitar la hipotermia. Me siento en el arcén de la carretera, en Cabuérniga, y me envuelvo en una manta térmica de emergencia que llevaba en la mochila. Me quedan sólo 30 kilómetros a meta después de nueve horas de lucha. Pero bueno, hemos venido a pasarlo bien. No se puede arriesgar la salud. Mi compañero, el manchego, sigue. Es como el ciclista belga del que hablábamos al principio. Le deseo suerte. Yo volveré a la fiesta el año próximo. En 2022 logré acabar pese a la intensa ola de calor. Ayer, el frío y la lluvia me ganaron la partida, pero disfruté.
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Ana del Castillo
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