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marcos menocal | vicente cortabitarte
San Vicente de la Barquera
Sábado, 7 de septiembre 2019, 16:26
«Pocas veces he visto un paisaje como este. Con una playa tan hermosa, con todo el verde que la rodea y con los Picos de Europa tan cerca». Con una enorme sonrisa en la cara y satisfecho por haber superado ese reparo que causa ... subirse a un helicóptero, se expresaba uno de los privilegiados que este sábado pudo disfrutar de la mejor panorámica posible de San Vicente de la Barquera: desde el aire. A modo de aperitivo matutino, el ruido de las hélices se convirtió en la banda sonora de un día especial. Los viajes protocolarios de diversas autoridades sirvieron para mostrar el entorno de singular belleza que albergó la Vuelta y que forma parte del Parque Natural de Oyambre. Allí, junto a la playa de Merón y no en el centro de la villa, como en otras ediciones, se dio la Vuelta a España un homenaje. Hubo quien aprovechó para mojarse las piernas en el mar Cántábrico. Lo tenía a tiro de piedra. Allí durante unas horas se mezclaron los surferos, enfundados en el traje de neopreno y con la tabla en la mano, con los ciclistas, embutidos en sus maillots y culotes. Ambos perfiles se distinguían por el color del rostro, curtido por el sol y el azote del viento. Dos formas distintas de disfrutar del tiempo.
La de este sábado fue la tercera ocasión que San Vicente de la Barquera acogió una salida de etapa de la Vuelta en sus 74 años de historia. Nada sencillo y algo para celebrar. Quizás por eso la policía hizo la vista gorda y permitió decorar las inmediaciones de la villa de vehículos de todos los colores; unos aupados a dos ruedas en los bordillos, otros en los recodos como escondidos y algunos en las rotondas esquilados para no estorbar. Alicatado metálico. La pasión por el ciclismo está a prueba de bomba. Es algo que encaja en cualquier lugar; en San Vicente se la hizo hueco y eso que la villa anda inmersa en plenas fiestas patronales de La Barquera y El Mozucu. Este año precisamente se cumple el 90 aniversario de la coronación de su patrona, por eso invitó a más de 2.000 vecinos de un día a su casa.
Si ya en San Vicente de la Barquera es habitual ver autobuses aparcados, ayer eran más de treinta los que se instalaron en la arena. El rojo de Katusha, el burdeos de Ineos, el amarillo de Lotto y el más solicitado, el azul de Movistar. «Alejandro, Alejandro... Vamos, campeón», se escuchaba desde el cordón que rodeaba la casa rodante del maillot arcoíris. El más demandado de todos. Fino como una espátula, de blanco radiante y barba de varios días, no dejó de saludar el murciano. «Con este público todo es más fácil», exclamó desde el podio del control de firmas, donde los aficionados se agolparon como si los corredores fueran estrellas de rock. Y Nairo Quintana fue el siguiente. No solo los colombianos, legión ambulante que le sigue por todos los sitios, también los cántabros le aplaudieron. A él y a su compatriota, 'Supermán' López, ídolo dolido por la tiranía de Los Machucos. «¿Por qué le llaman 'Supermán'?», le preguntaba un hijo a su padre. «Porque es muy fuerte». Mentiras piadosas. Y claro que lo es, pero con permiso de Roglic, que pasó más desapercibido. El carácter esloveno es diferente al colombiano.
Ruido de cadenas, piñones, frenazos... Prisas de última hora. Sesenta motos de la Guardia Civil aparcadas con tiralíneas, el parking con mejores vistas que se pueda imaginar, decenas de puestos ambulantes con productos ciclistas a la venta y algún sorteo para el que nadie se vaya de vacío. Fernando Ortiz Gutiérrez saltó como un resorte al escuchar su número. El santanderino recibió de manos de Joaquim 'Purito' Rodríguez un maillot para que luzca elegante. El catalán, retirado desde hace un par unos años, sigue despertando la atención de todos. Y es en las salidas de las etapas donde se descubre mejor que nunca la cercanía de los superhérores. Antes de ponerse la capa, antes de subirse a la bicicleta, se vuelven terrenales. Óscar Pereiro (ganador del Tour de Francia 2006), Santi Blanco (ganador de etapa en la Vuelta a España), Iván Gutiérrez (subcampeón del mundo contrarreloj) o Fernando Escartín (tercero en el Tour de Francia)... Los de ahora, los de antes y los de mucho antes.
«Dame una gorra». «Un bote, por favor, un bote...». Hay cosas que no cambian. Siempre existirá ese deseo de llevarse algo prestado de los ciclistas. Los de Education First regalaban cromos de sus corredores; los de Michelton Scott algún póster; bolígrafos los de Ineos... Parecía que daban móviles los de Movistar a juzgar por la cantidad de aficionados que se agolpaba para dar el último ánimo al 'Bala'.
Y a las 12.35 horas, el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, y el alcalde de San Vicente de la Barquera, Dionisio Luguera, hicieron el tradicional corte de cinta, junto con el director de la Vuelta, Javier Guillén. La salida neutralizada permitió a la caravana disfrutar del icónico puente de La Maza, el único lugar donde no había un coche aparcado, y las calles de San Vicente a modo de paseo. Al atravesar las calles, donde la carretera se empina, comenzó la Vuelta a dar la espalda a Cantabria y a despedirse hasta la próxima vez, que será pronto, porque se necesitan la una a la otra.
Entre todos los valientes marchaban tres de casa: Fran Ventoso, Jesús Ezquerrra y el 'Gorrión', Ángel Madrazo, que el pasado viernes en las rampas de Los Machucos pedía el apoyo del público y que ayer se lo brindó sin cortapisas. Para una región como esta, en la que a los paisanos se les llama montañeses, lo de tener a uno de ellos distinguido como el mejor en las cumbres no puede ser más que un privilegio. «Vamos Gorrión, vamos que no te lo quitan», se escuchaba a la salida. No era el alpiste a lo que se referían los gritos, sino a ese singular maillot con el que lució a su paso por su tierra. Y cuando la Vuelta se marchó, comenzó el ritual; centenares de operarios desmontando el improvisado campamento, retirando las vallas, desinflando los arcos publicitarios... El parking se convirtió de nuevo en playa en apenas una hora. Y mientras los avezados 'currantes' desmontaban el andamiaje, los visitantes disfrutaban del tapeo y el vermouth como un sábado más. Y es que la Villa sigue de fiesta. Y que no pare.
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