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En 2014 Javier Guillén, director de Unipublic, oyó hablar de Los Machucos, una cota que ya había inspeccionado Abraham Olano. Podía ser un buen final para una Vuelta obsesionada por descubrir nuevas cimas. Como el Angliru. Como la Bola del Mundo. Dos años ... después aquello se tornó más sólido. El Gobierno de Cantabria volvía a tener color verde y rojo y el bipartito siempre ha visto la Vuelta como una buena oportunidad de promoción. Tanto que el director técnico de la ronda, Fernando Escartín, terminó visitando la cumbre. No lo hizo solo, en una campaña de promoción que terminó convirtiendo la cota próxima a Arredondo en nuevo puerto de la Vuelta. Al fin y al cabo, prometía espectáculo y aunque exigía un asfaltado el Gobierno de Cantabria estaba dispuesto a asumirlo, como el costo de contratación de un final de etapa de una de las tres grandes. Aunque nunca trascendió el coste final, la primeras aproximaciones apuntaban a los 100.000 euros.
Así fue como nació un nuevo monumento de la ronda que entusiasma a algunos y otros ven con mucho más recelo, pero que en cualquier caso genera expectación y contribuye a decidir la carrera, máxime cuando llega en su máximo apogeo, cerca de agotar la segunda semana y en plena ronda de montaña. El 2017, para más señas El 7 de septiembre, se subió por primera vez y Los Machucos entró directamente en la leyenda de la Vuelta.
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Gracias a sus infernales rampas y a dos ciclistas convertidos en héroes, aunque el primero se transformaría un par de años después en un ídolo caído. Eran Stefan Denifl, que estrenó el palmarés de la cima y durante casi dos años figuró como ganador, hasta ser desposeído por dopaje, y Alberto Contador. El austriaco era el último superviviente de la fuga. El español, que estaba a punto de abandonar el ciclismo, le seguía a ritmo de caza. O lo más parecido a ello que se pueda imaginar en esos desniveles inverosímiles.
Pero 28 segundos le separaron temporalmente de otro capítulo de gloria entre los muchos que jalonan su palmarés. En realidad le separaron de la victoria de etapa, porque su ascenso quedó igualmente inscrito como épico en un estreno difícil de mejorar para la cima cántabra. En la meta, sonriente, resumía así la tremenda subida: «Con estas piernas, no me ha parecido tan dura, ja, ja». Y le quedaba mucho por reír. Porque en junio Denifl se quedaba oficialmente sin esa victoria y se reconocía al de Pinto como ganador de la etapa. Así, con retraso, Los Machucos, llamado para la leyenda, veía cómo su jornada inaugural se vestía de mito del ciclismo para inaugurar su palmarés, aunque en su momento fuera otro el primero en cruzar la línea de meta.
Hoy todo un ganador de las tres grandes busca sucesor en la que será la segunda vez que la Vuelta sube a una cima que en muy poco tiempo se ha forjado un nombre en el ciclismo español y el Mundial, con un nombre muy sonoro y unas rampas imposibles de olvidar para quien se enfrenta a a ellas.
Eso será lo que afrontará un pelotón en el que precisamente un cántabro luce el maillot de puntos, ese que distingue al rey de la montaña. Ángel Madrazo llega a su tierra vestido de líder y con el complicado reto de mantener la prensa en una etapa agónica. Ya durante toda la romda ha demostrado su capacidad se sacrificio y una ambición por mantenerse como el mejor escalador que le ha llevado -victoria de etapa al margen- a colarse en una escapada tras otra para sumar buenos puntos que le permitieron mantener la posición de privilegio. A poco que tenga fuerza, hoy no será una excepción.
Nada más atravesar Bustablado comienza el infierno; el primer kilómetro ronda el 14% y tras un pequeño respiro de apenas cien metros arrancan las rampas con porcentajes que oscilan entre el 20% y el 22%. Solo es un anticipo. De repente los corredores se enfrentarán a una recta, el lugar idóneo para el aficionado, de unos 400 metros en donde se supera el 20% sin tregua.
A partir de ahí llega un kilómetro escaso en el que los desniveles se suavizan. Esos momentos de respiro serán perfectos para que los corredores puedan tomar aire y recuperen fuerzas para atacar, algo que cuando no existe tregua resulta imposible. Hasta ese momento, la vegetación, en particular el arbolado, convierte en un infierno oculto a la carretera. Apenas se puede dirigir la vista más allá de lo que los árboles permiten. Ahí restan algo más de cinco kilómetros en los que la calzada es muy estrecha, apenas podrán circular los coches y donde el asfalto es de hormigón y con bastante grijo suelto.
La vegetación desaparece, las rampas combinan desniveles entre el 18% y en algunos casos el 10%. Las curvas de herradura son constantes. Casi en la cumbre, el monumento a la vaca pasiega recibe al corredor después de casi siete kilómetros de ascenso. En ese punto aún no termina el suplicio, pero los apenas 1.500 metros son tan suaves -un 6%- que después de haber sufrido tanta agonía parecerá casi llano.
Después Los Machucos coronará un nuevo rey que, quién sabe, puede serlo también de la Vuelta en unas carreteras cántabras que pueden contribuir a dictar sentencia antes de que mañana la ronda parta de San Vicente de la Barquera en busca de otro día grande. Hoy Los Machucos es el severo juez del pelotón.
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