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A nadie le sorprende nada ya en Los Machucos. Si acaso un poco a Hilario, el dueño del prao. «Llevaba cincuenta años viviendo aquí arriba solo y ahora le visitan belgas, holandeses y de todo el mundo», explica Miguel Ángel Revilla, el presidente más feliz. ... No porque todo el mundo quisiera una foto suya, sino porque «esto que tenemos aquí es para enseñarlo», repetía una y otra vez. Hilario es el único habitante de la cima del coloso cántabro. Vive allí consigo mismo. Ya tiene confianza y por eso abrió las puertas de su casita por si alguien quería echar la siesta. Hace dos años le cogió por sorpresa la primera llegada de la Vuelta a su reino. Ayer un poco menos, y por eso agarró la vara y se mezcló entre la gente. Se bajó con el 'presi' al puesto de productos típicos de la tierruca y compartió con el crisol de culturas los quesucos, la quesada y los sobaos. Japoneses, británicos… y pasiegos. «Como el monumento a la vaca ese de ahí que luce siempre. Que se vea, que se vea… Salvo cuando algún desalmado le arranca los cuernos», lamentaba.
Hay personas que con solo aparecer un día dejan huella y hay cuestas que les ocurre lo mismo. Los Machucos ya forma parte del universo ciclista. Por eso nadie quería perderse la cita. Los finales de etapa son como un embudo, no es nada sencillo acceder al otro lado, de ahí que haya que darse prisa. «No hay problema, se madruga», reconocía uno de los valientes que encabezaba la comitiva en la primera rampa del puerto final. Mochilas, bicicleta de montaña para mitigar la tortura y al lío. Allí, precisamente, donde supuestamente se abre el infierno de estos siete kilómetros verticales no daba abasto el bar del pueblo; bocadillos de tortilla, filetes, raciones, menús… Parecían las fiestas patronales.
Desde hace décadas ha sido uno de los lugares elegidos para comer el famoso cabrito. El jugoso festín era el reclamo prioritario para la llegada de visitantes. «Ahora todo el mundo llega preguntando por la subida esta», admitía Julián, uno de los residentes de verano. Tanto ha sido así que el bar, se convirtió en restaurante y va camino de ser un hotel, previsto para el año que viene. No será culpa exclusiva del ciclismo, pero los pedales han hecho fuerza. A la espera de que el hotel comience a funcionar, las cunetas y los aparcamientos improvisados dieron cobijo a las decenas de caravanas que se empadronaron en Bustablado la víspera. «Aquí hemos hecho noche. Hemos jugado a cartas y nos hemos hecho amigos», afirmaba Félix Suárez, que hoy estará en Asturias y que anteayer pasó la noche en Bilbao. Uno de tantos que el mes de julio lo pasa en Francia y el de agosto y septiembre en España. Siempre durmiendo en la misma cama. La de su autoravana rodante.
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«Ay, mijito, que poco pino esta esto. Allá, a esto le llamamos lisito». Envuelto en una enorme bandera colombiana bromeaba el patrón de la familia, que tiraba del grupo de siete compatriotas en Los Machucos como si nada. Eran legión. Decenas no, era cientos los escarabajos –con permiso y con mucho cariño- que poblaron las rampas finales. En los bares de Bustablado y en la sala de prensa. Por todas partes. Los más atrevidos se vistieron de Supermán, en honor a su paisano que ayer precisamente encontró en el puerto cántabro su kriptonita.
Los Machucos muta a torre de Babel cuando llega la Vuelta. Le pasa a Peña Cabarga cuando le toca, a Fuente Dé en su día o a cualquier sitio donde la organización decida que los ciclistas den el último aliento. La metas son poliglotas. Por cosas como estas la escarpada ascensión comenzó a chapurrear en un idioma universal. Banderas de todos los colores, camisetas de equipos de fútbol que lucen en la Champions… Y todos amigos. Porque para algunos fueron más de hora y media de caminata y hay amistades eternas que duran lo que dura la subida a un puerto. «Nos vimos aquí hace dos años y esta vez hemos quedado». Federico Figueroa y Lucian Van Heyden son dos amigos. Uno colombiano. El otro nació en Valkenburg, donde Óscar Freire apuró su última posibilidad de ganar el cuarto mundial antes de colgar la bicicleta. Coincidencias. Los dos quedaron para reencontrarse en las rampas de Los Machucos después de vibrar en 2017 con aquella memorable subida de Alberto Contador.
Y como ellos miles de aficionados que fueron atreviéndose con los desniveles hasta que les dio la gana. Cuando les fue entrando las ganas de comerse el bocadillo se orillaron en la cuneta e instalaron el campamento. Unas sillas, una mesa y la botella de vino. El decorado no fue exclusivo de Los Machucos, también en el puerto de Alisas, su vecino, el metro de curva cotizaba al alza. El carisma de su cima entre los amantes de la bicicleta se dejó notar y fue también uno de los lugares elegidos para disfrutar el paso de la Vuelta. Desde su cumbre, cuando las nubes querían, se veía Santander y su bahía. «Y en días buenos se ve más allá, pero esto no es Benidorm ni Torremolinos. Aquí hace como hace y a 1.500 metros de altura pasa de todo», admitía Revilla. Miraba al cielo con buena cara. Las nubes se iban marchando y dejando espacio para el azul. El sol empezó a pintar el decorado verde y al 'presi' y a todos los que escondían los paraguas se les iluminó la cara.
Iván Gutiérrez y Óscar Freire, dos de los campeones del Mundo que ha dado esta región –uno de contrarreloj sub 23 y otro de ruta–, asentían con la cabeza en la zona VIP de la llegada. Aunque lo de VIP en un lugar con este está de más, el privilegio es asomarse al balcón natural y observar los remolinos que hace la carretera serpenteante hasta la cima, con el torbellino de color de los ropajes de los aficionados aguardando el paso de los ciclistas. Un lujo.
Al empezar el eterno muro, a siete kilómetros de la cumbre, lucía una bandera eslovena, la del líder, Primoz Roglic, y la del ganador de la etapa Pogadcar. Allí estaba todavía cuando todo acabó. Nadie se atrevió a quitarla. Como tampoco les faltó la voz al séquito de seguidores de Ángel Madrazo para que se les oyera. El 'Gorrión' se quedó sordo con tanto grito. Lo subieron en volandas, con su distinguido maillot de líder de la Montaña que en los kilómetros iniciales de etapa defendió en fuga, como siempre. «Es un fenómeno, ¿qué voy a decir yo?» explicaba uno de tantos aspirantes a ciclistas que envuelto en ropa de abrigo aguantaba la bicicleta como si fuera uno de los mayores tesoros. Madrazo fue profeta en su tierra. Un privilegio, como la montaña que desde ayer comparten a pachas Contador y Pogadcar. Cantabria, además de infinita es privilegiada y Los Machucos tienen mucha parte de culpa.
'¡Aupa Supermán!', '¡Vamos, Gorrión!'. Con toda la gente en sus puestos tocaba rivalizar a gritos y el colombianito y el de Cazoña ganaron por goleada. Con permiso de un Alejandro Valverde al que el maillot arcoíris le distingue mejor que a nadie. Con casi cuarenta años tiene seguidores de todo tipo; abuelos, padres, hijos y nietos… Un abusón.
Los campamentos provisionales a mitad de puerto, con pantallas de televisión, heladero, pinchos, pizzas y cerveza se quedaron pequeños hasta que la cabeza de carrera se acercó a las faldas del muro. El ruido de los helicópteros sobrevolando la cima tiene un efecto estimulante y los que antes sesteaban se incorporaron como resortes. El ciclismo no se puede disfrutar si no es con un pequeño tembleque el pie, apretando el puño o gritando como un loco. En Los Machucos todo parece estar lejos por la tremenda pendiente que existe, pero en realidad está a tiro de piedra. Ahí abajo. «¡Ya están! ¡Ya está aquí!, se escucha decir entre el enorme parapeto humano que forman los aficionados en las cunetas. El mismo que cuando Quintana destapó la caja de los truenos se fue abriendo para formar una especie de pasillo hacia el cielo. Olor a embrague quemado, goma… Los desniveles se ceban con los ciclistas y maltratan a los vehículos. A los últimos no se les escucha quejarse entre los ánimos de la gente. Para llegar a Bustablado, todos los balcones de La Cavada, Navajeda, Entrambasaguas, Matienzo, Riba, Arredondo… Se pueblan de compadecientes curiosos que disfrutan de sus locos vecinos de un día.
Ayer en Los Machucos no hubo un Contador que le perdiera el respeto a este santuario ciclista en la primera rampa; a este ritual, que Cantabria enseñó al mundo a cuentagotas a costa de las caprichosas nubes hace dos años y que ayer se puso más guapo que nunca, cada uno a su manera le hizo burla y eso tiene un precio que sólo conocen las piernas y el corazón. «Pero si es que esto es bonito hasta lo que no se ve», se escuchaba en la sala de prensa de la meta. No hay nada como conocerlo. La vertiente sur, la cara B de la cinta de la película de ayer, la que desciende hasta Calseca y Valdició fue el otro gran descubrimiento de la jornada. Para evitar el embudo, los responsables mandaron a los coches seguir de frente y los 'nuevos' disfrutaron de más privilegios.
Los sueños conviene saborearlos porque con el desvelo desaparece buena parte de lo vivido. El prao de Hilario dio cobijo a una banda de furgonetas de colorines, las casas ambulantes de los ciclistas. Allí, desencajados y suspirantes se convirtieron en humanos. Los aficionados los pudieron ver de cerca, tocarlos, escucharlos… Tan lejos y tan cerca. La meta de Los Machcucos tiene espacio, aunque no lo parezca, para todos. Allí Madrazo se llevó la palma. El Gorrión se subió al podio y los aplausos se escucharon en Eslovenia. Allí, seguro que Los Machucos son ya como de casa.
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