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Si había un jugador al que el racinguismo hubiera echado de menos en los últimos partidos, ese era Jordi Mboula. Y no solo por el extraordinario rendimiento en la segunda vuelta, sino porque los peores momentos de la era Jose Alberto habían coincidido precisamente con ... su lesión.
Sus compañeros, sin embargo, no demostraron ayer que le echasen demasiado de menos. Mboula el deseado pasó sin pena ni gloria por el encuentro ante el Ibiza. De hecho, apenas tocó el balón en los primeros compases, y hasta el minuto once no le llegó un balón en condiciones. Rascó un saque de esquina, eso sí.
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Sergio Herrero
Con el campo inclinado hacia la izquierda, lo cierto es que los suyos no le buscaron. Tal vez, porque su homólogo zurdo sigue en estado de gracia. Y a Jordi, en cambio, le tocaba clamar en el desierto. En el dieciocho reclamó mano de un defensa, pero el árbitro le señaló falta a él. A partir de entonces, todo se torció: Dani Fernández no entendía sus desmarques, y Juergen miraba para la otra banda. Una y otra vez. Cuando le buscaba Aldasoro, tampoco le encontraba. Y los suyos decidieron volcar el juego a la derecha, mediada la primera parte, Íñigo Vicente le quitó el puesto y hasta le robó la escena, inventándose un caño muy vistoso. Luego, ya con el marcador a favor, cobraría algo más de protagonismo. Hasta tiraría una pared con Roko, pero sin consecuencias.
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Aunque su regreso sería más bien discreto, pero no sería por falta de entrega, sino porque no tal vez no era el mejor partido para sus características de juego. Sin espacios, el rival que no proponía y Jordi tenía que jugar por dentro, siguiendo la consigna del míster de estrechar el equipo. Pocas oportunidades para un Mboula cuyas virtudes son velocidad y desborde. Con todo, Jordi la tuvo en el descuento de la primera parte. Un fallo en cadena le dejó solo en el área, con todo a favor. Pero el máximo artillero verdiblanco falló: no se la esperaba.
José Alberto, que se las sabe todas, no quiso correr riesgos con una posible recaída del extremo. Sobre todo, después de que le ocurriera exactamente lo mismo a Rubén Alves. Y el míster probablemente también intuyó a tiempo que el Ibiza sería un jabalí herido, y vendería caro su descenso matemático. Tocaba, por tanto, contemporizar. Y elegir entre músculo o toque, si defenderían con el balón o sin él. Jordi no encajaba en ninguna de las dos opciones. Así, cedería su puesto a Sangalli, para ver toda la segunda parte desde el banquillo. Y, posiblemente, desesperarse, viendo los grandes espacios que, ahora sí, dejaba el equipo isleño y los suyos no terminaron de aprovechar.
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