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Fue un tanto de equilibrista, casi de acróbata. Lo de Pichón, que se lo llamaban los amigos pero también en el mundo del fútbol, estuvo más justiticado que nunca, aunque el vuelo parecía más de rapaz a la caza. A la caza de un Barça ... bastante huérfano de títulos en unos años ochenta en los que vivía a la sombra del Real Madrid, del Madrid en el que dio sus primeras patadas Marcos Alonso Peña. Del Madrid de su padre, Marquitos. Del Madrid al que en aquel momento estaba arrebatando la gloria.
El partido caminaba hacia la prórroga con empate a uno en la final de Copa de 1983. El Barça se había adelantado, pero los blancos habían empatado con tanto de otro cántabro, Carlos Santillana. De pronto el balón llegó a la banda izquierda. Julio Alberto, que había doblado bien al interior, quebró a Salguero para buscar el área pequeña. Allí esperaba Schuster, pero el rubio no estaba en la mejor posición. Marcos sí. Saltó como activado por un resorte, rectificó el remate en pleno vuelo y marcó el 1-2 de un testarazo ante la cara de entusiasmo y admiración del alemán.
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Aser Falagán
El Barça era campeón de Copa en una época en que no tantos títulos se vestían de culé y lo era con un héroe muy particular: un cántabro y santanderino, pero también un madrileño de adopción e hijo de un mito madridista.
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