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Martes, Día de la Constitución y hora de la siesta, una de las palabras más sagradas para el ciudadano medio, pero el Remigio Sport Tavern concitó a todos los aficionados de La Albericia y buena parte de Santander esperando la hora del inicio. Las mesas, ... reservadas. A eso de las 15.30 la gente ya estaba acomodada. Unos acabando su almuerzo y otros tomando sus cafés. Entre ellos Carmen Meneses, una joven santanderina: «Soy cántabra y me gusta ver a España todos los partidos», comentaba. La sociedad marroquí vive de puertas hacia dentro; la vida se hace en la casa y en los patios. La española es a la inversa; más expansiva o extrovertida. De salir a la calle o al bar. Ayer no fue una excepción.
Era el gran momento; el de las eliminatorias. Todo el mundo mentalizado y concentrado. Casi como los jugadores de La Roja, ya listos para entrar en el terreno de juego cuando la parroquia había tomado posiciones. Media España estaba mentalmente en Qatar y el Remigio no fue para menos. Poco tránsito en la carretera. Todo paralizado para vivir la pasión del fútbol. «Estamos con toda la banda de amigos disfrutando. Un poco tensos y con mucha expectativa. Cada pelota, cada córner u ocasión de gol lo festejamos. Queremos que España salga de esta y pase a cuartos de final y estamos tranquilos; ya nos ha dado mucho este equipo», aventuraba Iván Arnáiz, otro de los aficionados.
Pero el caso es que La Roja no tenía mucho que ofrecer.Cuando se fue al descanso, ronda a la barra entre la expectación y la preocupación. Momento de recarga y seguir metidos en la tarde mundialista. El partido en abierto resta algo de aforo a los locales futboleros, pero la clientela fiel, a la casa o a La Roja, había decidido citarse para vivir casi en familia lo que fue cierta importancia por el juego y la emoción de la prórroga y los penaltis, con los que nadie quería contar, pero que ya se barruntaban en el segundo tiempo en el local.
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La consecuencia, gritos y emoción en tiempo real, en especial a partir de la pena máxima que Dani Sarabia lanzó al poste. La ilusión transmutó en silencio y desasosiego.Como durante el resto de lanzamientos. Los aficionados que habían llenado el Remigio se agarraban la cabeza sin dejar de mirar las pantallas y ni creer cómo un partido dominado se transformaba en una derrota impensada.
Con el duelo terminado y la desilusión en el cuerpo, la imagen de la desolación fue el tiempo invertido para abandonar el local. Poco más de un minuto. Lo justo para pagar, en el mejor de los casos. «Estoy triste. Los penaltis es lo que tienen; la moneda cae para uno u otro lado», decía Mario Méndez, antes de regresar a casa con una cara contrariada. Antonio Nicolás había llegado con la intención de inmortalizar la celebración con el móvil, pero no pudo hacerlo. «Lo tenía claro, podríamos haber pasado, pero llegar a los penaltis es un riesgo, como así ha sido». Al final no hizo fotos.
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