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Diego Botín recibió un calido homenaje tras su participación en los Juegos Olímpìcos de Tokio Roberto Ruiz
El niño que solo quería navegar
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El niño que solo quería navegar

Con una trayectoria impecable, a Diego Botín solo le falta ser medallista olímpico. Para eso deberá esperar tres años, hasta París, tras el cuarto puesto en el que ha terminado en Tokio

Aser Falagán

Santander

Domingo, 8 de agosto 2021, 07:19

Si pudiera elegir, ¿qué sería usted? ¿ Sobrino nieto de Emilio Botín, sobrino -sí, de acuerdo, segundo y político, pero sobrino al final- de Seve Ballesteros, descendiente directo de la descubridora de las pinturas de Altamira o subcampeón del mundo? Diego Botín no necesita hacerlo. Es todas las cosas a la vez. Solo le faltaba ser medallista olímpico, pero para eso deberá esperar tres años, hasta París, tras el cuarto puesto en el que ha terminado en Tokio. Aun así destaca en una familia en la que figura el mejor jugador europeo de golf de todos los tiempos y el banquero más carismático de España. Y si hoy se habla de él, como ha sucedido durante toda su carrera, es solo, única y exclusivamente, por su prodigioso talento deportivo. Tanto como para competir mano a mano con Peter Burling, que para que lo entiendan es a la vela como echarle unas canastas a LeBron. Aunque ni Burling ni Diego ganaron el forty, sino unos británicos que dejaron a todos atrás.

A él no parece importarle, pero el apellido Botín es muy sonoro en Cantabria. No solo en Cantabria, claro, pero en Santander, en un Real Club Marítimo y un CEAR de Vela que están justo al lado de la sede histórica del banco y el centro de arte moderno que lleva ese apellido, pesa mucho más aún. Pesa, que no lastra, porque si algo tiene Diego Botín Sanz de Sautuola Le Chever (Madrid, 25 de diciembre de 1993) es un instinto innato para eso de la vela, como pudo comprobar todo un campeón olímpico, Jan Abascal, cuando le vio aparecer con nueve años por los cursos para niños que organizaba la Federación Española. Aquel chaval que desde mucho antes ya veía entrenar a los olímpicos, quería ser uno de ellos. Llevaba la medalla entre ceja y ceja, empeñado en coronar un ciclo que arrancó hace más de dos décadas. Lo dijo bien claro: iba a Tokio a por la medalla. Se ha quedado sin ella, pero le queda tiempo para seguir persiguiéndola.

Lo de que figure Madrid como lugar de nacimiento es fortuito, porque Diego Botín es cántabro y de Santander. O de Carriazo, donde tiene la casa familiar y donde incluso se aloja muchas veces su compañero, Iago López Marra. El gallego se pasa media vida en el Centro de Alto Rendimiento Príncipe Felipe Santander, donde tiene su sede el equipo olímpico español y, sobre todo, las clases dobles: 49er, Nacra y 470. Abascal, el gran patriarca de la vela española, se ufana de ello; de una institución que impulsó desde su nacimiento hasta su jubilación.

Fue buen estudiante y hasta hizo un curso de diseño de barcos hasta que la vela le fagocitó casi todo el tiempo

Que nadie se engañe: si es regatista de élite no es por nacimiento. O quizá sí, pero no por el apellido, sino por el hecho de vivir en una ciudad con mar y la vinculación familiar no a la banca, sino al deporte. Desde que a los nueve años apareció por la bahía sorprendió a todos los técnicos del CEAR, incluido un Abascal al que es muy difícil sorprender tras haber tenido a sus órdenes, por citar un solo ejemplo, a Theresa Zabell. Lo que tiene es un instinto innato para llevar el timón, leer las condiciones de viento y elegir la táctica. Y un físico cuidado con una disciplina prusiana que le permite dar el peso ideal para el barco. La casualidad quiso además que tenga la altura (183 centímetros) y envergadura perfectas para hacer palanca y dirigir la vela. Una máquina perfecta.

«No es fácil acertar que alguien va a llegar a lo más alto, es posible ver que tienen aptitudes y que pueden llegar lejos, pero no basta con esto. Hay otros factores: la motivación, el trabajo, estar bien asesorados, la suerte... Pero a Diego se le veía ese algo especial. Tenía una gran sensibilidad al timón, se fijaba mucho en todo, siempre estaba muy atento para escuchar y aprender de todo el mundo y tenía un instinto natural para apreciar e interpretar las condiciones de viento. Y sobre todo muchas ganas de navegar», recordaba estos días Jan Abascal.

Siempre que puede aprovecha los viajes, de placer o laborales, para visitar las playas y si es posible hacer surf Botín tiene un instinto innato para eso de la vela, como pudo comprobar todo un campeón olímpico: Jan Abascal

La saga familiar también tiene su interés: su abuelo Jaime fue presidente de Bankinter y es sobrino-nieto de Emilio Botín y, por lo tanto, sobrino de la actual presidenta del Banco Santander, Ana Botín. Pero si ha respirado banca, también ha vivido la vela desde siempre. Su padre, Gonzalo Botín, es el armador del 'Tales', un barco que ganó regatas como la Fastnet Race, pero con quien competirá por ser el Botín más importante en el mundo del deporte es con su tío Fernando, prestigioso diseñador de barcos de competición que ha trabajado para diversos equipos de la Copa América. Casi nada.

Pero la cosa no se queda ahí. Lo de Sainz de Sautuola es un apellido compuesto que la familia quiso conservar no porque fuera especialmente sonoro (o quizá también; quién sabe), sino para conservar el recuerdo y el orgullo de pertenecer a la estirpe de Marcelino y María Sanz de Sautuola, padre e hija, descubridores de las pinturas de Altamira. Tatarabuela y trastatarabuelo del medallista olímpico, para más señas. Mola bastante. Quizá no tanto como ser sobrino segundo de Seve Ballesteros, pero mola.

Con todos estos ingredientes la receta no podía fallar, como recuerda quien fue su primer entrenador en la élite Rubén Morán: «Es un chaval que lo que se suba lo hace correr; muy metódico y, sobre todo, muy honesto. Gana porque es bueno, no porque sea un pirata, como a veces ocurre». Morán, como Abascal, le echó el ojo desde el primer día. Era uno de esos niños que estudiaban en el Verdemar, un colegio con un vanguardista proyecto educativo a las afueras de Santander, y que llevaba a sus alumnos a los cursos de vela para niños de la Federación, esos en los que tenían la oportunidad de tomar su primer contacto con la vela junto a la élite de ese deporte. Otros de esos niños, por cierto, eran Víctor Payá; ahora entrenador de Támara Echegoyen y Paula Barcelo, y Pablo Turrado, que formó tripulación con Diego hasta 2013 y ahora, tras dejar la competición profesional, sigue entrenando con Echegoyen, haciéndole de sparring en la bahía de Santander.

Aquella primera toma de contacto, como las siguientes, fue con los optimist. Y ahí no hay dinero que valga: todos los barcos son iguales, o prácticamente iguales, y gana quien mejor navega. No había que dejar escapar a aquel buen estudiante, en especial con los números, que incluso hizo un curso de diseño de barcos hasta que la vela le fagocitó casi todo el tiempo, y así comenzó una historia que tiene en la medalla de Tokio su clímax, aunque no necesariamente su final, porque tanto el cántabro como su tripulante están en condiciones de buscar de nuevo el campeonato olímpico dentro de tres años, en París. De hecho, que el ciclo vaya a ser más corto le beneficia.

También orígenes galos

El segundo apellido, ese Le Chever con resonancias francesas, también tiene su cosa. Lo de la resonancia francesa es porque es francés. El apellido de su madre y de su abuelo, un empresario galo con negocios hípicos y picadero propio que presume de nieto. Como le ocurrió en una regata en Francia, cuando fue a ver a su nieto y comprobó sorprendido que en la vela no solo ponía Botín, sino también su Le Chever. En un país con un solo apellido, perdió un momento para aclarar a todo el que quiso escucharle que aquel nombre era suyo; que el joven prodigio en el agua era su nieto.

En definitiva; un crisol aderezado por el deporte de élite, en todos los sentidos. Porque Diego vive por y para la vela; metódico hasta el extremo, con lo que tampoco resulta extraño que conociera en una competición a su novia, que por cierto fue la abanderada por Aruba en Río de Janeiro. No conviene perderle la pista, porque se nacionalizó en 2019 y aspira a representar a España en los Juegos de París en la nueva clase de windsurf (el RS:X desaparece para dar paso a una tabla con foley, de esas que literalmente vuelan mientras un patín se desliza por el agua recordándolas la gravedad). El windsurf elite foil, para más señas.

Nicole Van der Velden. Dicen que en esa pequeña isla incrustada en el Pacífico, qué mejor para cabalgar olas, solo hay nativos, turistas y holandeses y ella se apellida Van der Velden, pero en realidad es hija de un alemán y una venezolana y nació circunstancialmente en Madrid, que es lo que ha facilitado su nacionalización. Si un arqueólogo encontrara dentro de un milenio, solo sus DNI y referencias a sus apellidos, pensaría que Diego y Nicole eran una pareja de madrileños heredera una saga bancarias. Se equivocaría.

La de Diego Botín es la historia de un deportista muy centrado que se ha quitado muchas veces de salir y de hacer lo que cualquier joven hace cuidar su carrera. Además de su mano llevando el barco, eso es lo que ha marcado la diferencia. Amigos, novias, trabajo... Todo ha estado siempre muy vinculado a la vela. Hasta sus aficiones pasan por el mar, porque no es especialmente futbolero y, sin embargo, sí es posible verle cogiendo olas en Somo o en Santa Marina. Siempre que puede aprovecha los viajes, de placer o laborales, para visitar las playas y si es posible hacer surf. Para eso no le vinieron mal los meses que ha vivido en Canarias como parte de su preparación olímpica.

Lo de las olas es uno de los descansos que se concede, como salir a cenar pizza con su novia o con amigos. Menos de lo que le gustaría, porque también disfruta la buena mesa, pero la exigencia es máxima. «Es cierto que en Santander los chuletones están buenísimos, pero los intento evitar; al pescado sí que le doy», le confesaba antes de los Juegos a la agencia Efe. En más de una pizzería se ha encontrado en Santander con Jan Abascal, Jane para los amigos, y Diego lo es.

Porque ese equipo es casi una familia, aunque la expresión esté gastada y suene a tópico. Tanto como para que sus viejos entrenadores y compañeros, Jane incluido, quedaran en el CEAR para verle colgarse la medalla desafiando a la madrugada y al toque de queda en Cantabria. Por suerte la cita era media hora más tarde de arrancar el horario legal y pudieron emocionarse entre distancias de seguridad y mascarillas, con un respeto escrupuloso a las medidas sanitarias en el que es su centro de trabajo (algunos juveniles están concentrados en al residencia). Habían invitado también a a familia, que lo agradeció y mucho, pero celosos de su intimidad iban a verlo en la casa de Carriazo, la misma en la que Diego pasó todo el confinamiento, evitando así de paso aglomeraciones. Allí vieron la regata sus padres y su hermana en esa delgada línea entre el madrugón y el trasnoche. Pero como para perdérselo.

Diego Botín está ya en el Olimpo de la vela planetaria junto a Iago López Marra. Tan distintos y tan amigos; que no solo compenetrados compañeros en el 49er. Todavía pueden seguir alimentando su palmarés, sobre todo si sus enemigos íntimos, los neozelandeses Peter Burling y Blair Tuke, aflojan de una vez. El futuro profesional más allá del olimpismo también lo tiene en la vela. Ya está en Circuito Mundial de Sail GP, aunque el cambio de fecha de los Juegos le ha obligado a ceder este año su plaza, y mira de reojo a la Copa América. Si quiere, la hará.

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