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La historia de Jimena Pérez; la de su familia, para más señas, es una historia bastante frecuente. Demasiado, por desgracia, en Cantabria. La de unos ... profesionales a que tuvieron que hacer las maletas para seguir creciendo laboralmente. Y lo hicieron para trasladarse a Madrid, donde ella, quizá la mejor nadadora española tras Mireia Belmonte, ha desarrollado casi toda su carrera... por necesidades del guión. Porque a cualquiera que le pregunta se lo deja claro; muy claro. Es cántabra. Mucho. De Santander, para más señas. De hecho, por su condición de montañesa no recibe ayudas de Madrid Olímpica, como no percibe tampoco nada de Cantabria al residir y estar federada en Madrid. Pequeñas o grandes paradojas que no la impiden, eso sí, beneficiarse de la beca ADO de la que es justa acreedora por sus resultados.
Porque Jimena Pérez, hija de cántabro de Santander y cántabra de Renedo, entrena incluso en vacaciones, si se pueden llamar así en una deportista de élite, en la piscina de Camargo, allí donde siempre ha encontrado la complicidad de Jesús Herrán, o en Castilla-Hermida. Siempre que está en su tierra, que es siempre que puede. Entre otras cosas para ver a su familia, porque en Madrid se encuentran, en lo que a lazos familiares se refiere, bastante «solucos», como explica su madre, María Cristina Blanco, que fue en los noventa presidente de la Federación Cántabra de Tenis. La filiación de la nadadora conduce además a un ilustre ilustre bolista como su tío Jaime Blanco y su abuelo José Pérez Palacios, periodista deportivo cántabro ya fallecido.
Así que como para no practicar el retorno permanente. Antes en el piso de Peña Herbosa; ahora en la casa familiar de Vargas. Pero claro, compite con Madrid, así que ni tiene ningún récord cántabro. De tener la ficha en Santander, acapararía muchos de ellos. Pero muchos. No en vano, ya se ha asegurado la presencia en Tokio en los 800 metros y aspira a clasificarse también en los 1.500. Se quitará así el mal sabor de no ser seleccionada para Río de Janeiro en 2016 pese a tener la mínima –los criterios de clasificación no eran todo lo claros que parecería necesario– y podrá dedicárselo así a su padre, fallecido antes de tiempo en una zancadilla del destino.
Así es como presume de cántabra esta nadadora del Colegio Obreros de Madrid, que igual que a su tierra ha sido siempre fiel a su escuela y no ha querido fichar por ningún club pese a estar becada en el CEAR de Sant Cugat y compartir piscina y entrenador nada menos que con Mireia Belmonte. Incluso mide mucho los patrocinios que acepta, centrada como está también en su Grado en Psicología, que como comenta su madre puede llevarla, o al menos eso valora, a especializarse en Criminología.
Y así es también como la Residencia Cantabria, esa misma que ha visto nacer a tantos y tantos montañeses, acogió la llegada al mundo de la que aspira a ser la mejor nadadora española a la retirada de Mireia Belmonte. Una cántabra de nacimiento, de sangre y, lo que es mucho más importante, de vocación y convencimiento. Y la fuente es ella misma. Para más señas, Jimena Pérez Blanco (Santander, 1997), a quien si ninguna pandemia lo impide el deporte, la natación y los Juegos le devolverán lo que le quitaron hace cinco años. Mucha gente la seguirá en toda España. Y en Madrid; y en el Colegio Obreros. Pero también en Santander, en Vargas; en Peña Herbosa.
Quizá este verano no se la pueda ver por donde suele, pero será por un buen motivo. Estará en Asia; en Tokio, compitiendo con España como la primera cántabra olímpicas en natación. Si en las últimas vacaciones fue la pandemia la que le impidió cumplir con sus rutinas montañesas, esta vez el motivo será mucho más alegre y emocionante. Y una vez en Tokio, tocará disfrutar la experiencia y buscar el menor puesto posible. Por el momento ya se puede poner una simbólica medalla: acaba de conseguir la plusmarca española de los 5.000 metros en piscina. Se la ha arrebatado a su compañera de trabajo. Sí; nada menos que a Mireia Belmonte.
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Ana del Castillo
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