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javier santamariía
Domingo, 6 de octubre 2019, 09:03
Desde mediada la década de los cincuenta y hasta el año 1975 en que falleció su promotor, todos los veranos se jugó en la bolera de Carmona un concurso de bolos que adquirió el especial prestigio que supo hacer honor al espíritu con que se ... atrevió a concebirlo Francisco Díaz González, un eminente médico con raíces en la localidad y residente en Madrid por su profesión. El éxito de aquella singular competición radicó en que su mecenas acertó a plasmar en ella la filosofía de quien pretendía hacerla trascender de la monotonía que planteaba cualquier otro concurso al uso. De quien quería encontrarle todo su sentido en lo que debía ser la disculpa para compartir unos días de amistad y convivencia. De quien proponía en torno a los bolos una fiesta que implicara a jugadores, directivos y aficionados, con exquisito cuidado de no discriminar a nadie y apreciando en todos la capacidad para otorgarles alguna cuota del mejor protagonismo.
El Cabello más nostálgico y agradecido siempre contaba de una manera muy expresiva y concluyente lo que llegó a significar aquel concurso que promovía el conocido como Pancho en el mundo de los bolos. Lo definía como una competición que, además de disputarse, se celebraba. Una consecuencia de todas las experiencias que vivió, compartiendo con el resto de jugadores y aficionados el sabroso cocido montañés y los huevos fritos con chorizo a los que el anfitrión invitaba. Conoció al gran mecenas después de que en 1957 hubiera ganado en la bolera de Sniace su sexto título cántabro. En la cena de clausura le invitó a él y a Salas a participar en aquel concurso, trasladándoles el interés que los aficionados de la zona. Aceptada la invitación, quedaron citados el último día de tiradas, y solo al llegar a la bolera fueron conscientes de la gran expectación que su presencia había provocado.
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La jugada más alta, 265 bolos, la tenían Severino Llano, el Zurdo de Carmona, y Molín García. Como era natural, la pareja líder estaba muy orgullosa de su registro y segura de que nadie podría superar una cifra que entonces se antojaba un mundo. Tanta era la obligación que ni siquiera Salas y Cabello hubieran apostado una sola peseta a su favor, de manera que decidieron tomárselo con mucho relajo. Y tal era su tranquilidad que antes de empezar a jugar el Cabello más guasón se acercó a Severino para proponerle repartirse entre las dos parejas el dinero de los premios que ganara cada una. El Zurdo de Carmona le respondió con la misma retranca y sin inmutarse: «Nada, nada… Ahí tenéis los bolos y las bolas, y podéis rezar a Dios todas las oraciones que sepáis para que os ayude, que mucha falta os va a hacer». Cabello de nuevo le volvió a insistir en su propuesta de repartición, muchos espectadores pudieron oír como Severino le decía: «Calla hombre, calla…, con lo que nos costó hacerlos… ¡No jodas!».
Ya metidos en faena, a Salas y Cabello todo les estaba saliendo a pedir de boca. El día se les presentó pletórico de regularidad y acierto y al cerrar la séptima tirada llevaban 235 bolos, por lo que en la última mano tenían que sumar 31 para arrebatar el primer premio a los para entonces ya menos confiados Severino y Molín. En medio de gran expectación se fueron al tiro sintiendo la tensión del momento decisivo, pero con la esperanza de hacerlos. Y el panorama se les despejó del todo cuando Cabello subió ocho bolos y dejó tres birles muy prometedores. Mientras iba al birle viendo con satisfacción cómo su compañero remataba la faena en el tiro, se le acercó Severino Llano para decirle en voz baja: «Oye Modesto, que lo hemos pensado mejor, y si quieres repartimos los premios». Y Cabello le contestó sonriente: «Mira Severino, casi mejor que se lo digas a Salas, y si está de acuerdo, trato hecho». Pero no consta que el Zurdo de Carmona se atreviera a hacerle la propuesta.
Nada más acabar el juego, era la vertiente social de los bolos la que acaparaba todo el protagonismo de la jornada cuando tocaba disfrutar del cocido montañés que bordaba la madre de Severino Llano. Entre los muchos invitados de aquel día que Cabello revivía en sus libros de memorias, destacaba José María de Cossío, que llamó la atención del resto de comensales por todo lo que implicaba su figura, y también porque fue el que más comió, aunque en ese cometido todos los presentes se emplearon a base de bien. Tal como lo quería el médico Francisco Díaz, Pancho, un hombre de bolos que nos dejó hace 44 años, pero cuya memoria todavía sigue viva en el corazón de todos cuantos le conocieron, y que hoy siguen apreciando la generosidad con que les permitió disfrutar y compartir las mejores vivencias en aquella fiesta de los bolos que se celebraba en Carmona.
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