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Solo ver su gesto; solo observar la mirada de Sergio García, resume uno de los peores escenarios que pudo imaginar el Niño. Más valiente que nunca, si cabe, dueño del centro del cuadrilátero pero impotente ante el alarde de técnica de Tony Harrison y ... su inconmensurable jab de izquierda, que le desarboló en su segundo combate estadounidense en el Consejo Mundial de Boxeo, se fue de Las Vegas con la bolsa, pero de vacío. Sabía que era el día; que tras la derrota ante Sebastian Fundora la segunda oportunidad era crítica y se lo apostó todo a la jugada más arriesgada. Era el mejor modo, pero ganó la banca pese a que el cántabro llegaba como favorito en las apuestas y mejor clasificado.
Un dato: decisión unánime a los puntos. Un 98-92 y dos 100-90. Dos jueces, Deluca y Trella, consideraron que Harrison había ganado todos y cada uno de los diez asaltos. Y puede que fuera así. Solo en el segundo y en el séptimo pudo el Niño llevarse los diez puntos, como valoró Kyson Cheeks.
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Un Carl Lewis preparado para correr con zapatos de tacón advertía que la potencia sin control no sirve de nada en una campaña noventera de Pirelli. Y eso le ocurrió al torrelaveguense, arrollador en su planteamiento, dueño del centro y decidido a lanzar manos, aun a costa de descubrir su guardia. Lanzó muchas, pero sin acierto ante Bad Boy, que cómodo en la media distancia le cintó y bloqueó mientras le mantenía a raya con la izquierda y le llegó mucho, demasiado, con el jab. Esos centímetros más de alcance del estadounidense se transformaron por breves instantes, los suficientes, en millas náuticas entre las oleadas del mejor superwélter de Europa, que nunca se fue al suelo; nunca se aturdió, pero para el que llegar al final no era ningún consuelo. Buscaba mucho más.
El excampeón mundial quiere volver a serlo. El Niño le tuvo donde quería, en ocasiones contra las cuerdas, pero no como quería, porque Harrison siempre se las arregló para llegarle alguna vez antes de encontrar la escapatoria en la carrera de fondo que le planteó el cántabro, decidido a agotarle sin éxito. Su izquierda y sus crochets de derecha, contados pero certeros, tuvieron tanta o más potencia que los jabs del cántabro, que nunca encontró sitio para verdaderos directos, y sobre todo fueron sobre todo más certeros. Sin mucha diferencia en el número de lanzamientos, la diferencia en el acierto fue crítica.
Pudo el Niño soñar con algo más en los primeros asaltos, cuando todavía pensaba en avasallar a un Harrison que se defendía sin bajar la guardia y por algunos momentos pareció flaquear, hasta sacar algún codo y alguna guillotina –sin que Tony Weeks le advirtiera–, pero que siempre tenía algo guardado. Si le cerraban el paso al directo, se sacaba un crochet de derecha. Al final la historia siempre terminaba igual: Sergio activo y entero, pero Harrison seguro y superior, esperando y navegando el vendaval para después hacer daño, como en un cuarto asalto de claro color estadounidense que marcó definitivamente la tónica. Un punto de inflexión que el Niño ya no podría revertir, como empezó a comprobar en el quinto con el directo que hizo manar sangre. Como lo ratificó un gancho en el sexto. No había por dónde pasar.
Ya hacia el séptimo asalto, García y su hemorragia nasal barruntaban que la cosa iba mal y comenzó a desesperarse. Su imagen era impecable; su planteamiento, valiente; su entereza en el encaje, Colosal. Pero nada suficiente y lo sabía. No había ido a Las Vegas a dar buena imagen y demostrar el excelente púgil que es, que lo hizo, sino a ganar, pero en el Virgin Hotel lo hacían la banca y Harrison. El de Detroit, que llevaba mucho tiempo parado, tiene dos versiones y al Niño le tocó la buena; la mala para él. La capaz de ganar a Jermell Charlo. Si está centrado el chico malo es casi imbatible, y llevaba seis meses preparando a conciencia el combate.
La táctica a la desesperada, que no fue otra que hacer lo mismo que durante todo el combate, pero asumiendo aún más riesgos, se alió con Bad Boy, que solo tuvo que marcar distancia y esperar el hueco para su velocísima izquierda volviera a asomarse al rostro del Niño. No golpes definitivos, pero certeros. «¡Con cojones!», le decía en el séptimo Víctor Iglesias, inseparable entrenador en la esquina. Había que apelar a la épica. En el descanso del octavo el Niño blasfemaba, consciente de que se alejaba del trampolín del Consejo Mundial y de que solo le quedaba buscar el KO.
Pero también sabía que la pegada no es su mejor virtud (14 KO en 35 combates, ninguno de ellos en los últimos años) y que Harrison llegaba a los últimos asaltos mucho más entero de lo deseable. La gran forma del estadounidense había soportado el juego de desgaste al que le invitaron, y cuando en el séptimo trató el cántabro de reaccionar, imprimió una nueva marcha y probó con el gancho, respondió con la lucidez de un veterano: esperar al final sin bajar la guardia y dejar algún recado cuando se abriera el hueco. Lo que había hecho durante toda la pelea, pero con la ventaja de poder permitirse el lujo de perder algún asalto.
Así lo expresaba su rictus sereno y concentrado frente al de un Niño que le esbozaba alguna sonrisa tras encajar para dar la batalla psicológica, para dejarle claro: 'Aunque me llegues no me haces daño', porque vaya si sabe encajar. El problema es que daño igual no, pero puntos sí le quitaba asalto a asalto, como en la serie de izquierda del octavo, que terminó con el atisbo de reacción del cuatro veces campeón de Europa. La búsqueda del KO era ya como golpear un muro y obligó al cántabro a asumir tantos riesgos que no tuvo opciones.
Cuando sonó la campaña tras el décimo y último asalto –esos fueron al final, aunque llegó a anunciarse a doce antes del cambio de última hora–, esperar la decisión de los jueves era ya solo un trámite. Sergio García sabía lo que había ocurrido, como también Víctor Iglesias. La decisión unánime ratificaba la segunda derrota del Niño en sus 35 combates profesionales y ponía el corolario a una noche aciaga.
Queda ahora la incógnita de cómo afrontará el torrelaveguense su carrera. «He venido aquí a ganar porque es el pan de mi familia», había dicho en la previa. El excampeón de Europa, que renunció al cinturón invicto después de tres defensas exitosas, tiene a sus 29 años mucho boxeo por delante y una buena clasificación en la WBC, pero también mucho que pensar. La noche de Nevada era su envite definitivo para ser uno más en las veladas estadounidenses; las de las grandes bolsas y los mejores profesionales del mundo. Para consolidarse definitivamente como uno más de ellos.
La derrota ante Sebastian Fundora, que por cierto ganó acto seguido sin llegar al límite a Erikson Lubin en un combate frenético y ya es campeón interino y aspirante al título mundial del peso superwélter, fue diferente. Allí el Niño tuvo sus opciones y el combate fue más parejo, aunque uno de los jueces barriera para casa. La madugada de Las Vegas fue distinta a la angelina y el gesto de Sergio lo enunciaba. Esta vez dar buena imagen, que la dio, ni le bastaba ni le satisfacía. «Quiero probarme y si veo que no estoy ahí, cerraré esa etapa y buscaré otra», había dicho antes días antes. Ahora debe decidir lo que quiere hacer con su carrera.
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