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Pito y tambor. Al ritmo de unos acordes tan cántabros mugió la mejor Vaca de las últimas ediciones, según coincidían los expertos en olas gigantes que se arremolinaban en la zona de La Cantera, convertida hace una década en lugar de culto para los surfers de postín. La Vaca Gigante habla el mismo idioma que Nazaré, donde los devotos de este tipo de surf más heavy rinden pleitesía a quienes se atreven a subirse sobre sus olas. Allí acuden siempre que suena la voz de alarma los más virtuosos sobre la tabla. Ellos son los protagonistas de un espectáculo donde también cobran su importancia los que le rodean y sin los que tampoco sería posible disfrutar de la manera que se hace. Ellos son los 10.000 aficionados –según datos de la Policía– que dejaron sus vehículos a un par de kilómetros de la orilla y se lanzaron a una caminata con bolsas de bocadillos, refrescos y cervezas. Los hubo también que madrugaron y pudieron acercarse un poco más encontrando plaza en uno de los aparcamientos habilitados para la ocasión. Entre todos dotaron de una estampa digna de postal; cresteando las rocas, apostados en las pequeñas elevaciones, con toallas en las zonas verdes o debajo de las carpas. Porque carpas había tres; una para los jueces del evento, otra para los invitados y una tercera donde se ubicaban los organizadores. Para ayudar la labor de los jueces se habilitó una zona con monitores, donde poder seguir la repetición de las jugadas más interesantes del partido.
Pero son muchos más los que alcanzan la categoría de protagonistas en un evento tan grande. Los voluntarios que ponen y quitan el escenario móvil tienen una importancia capital cuando se trata de un lugar tan rabiosamente natural. No habían pasado ni treinta minutos y de los tenderetes y las carpas no quedaba más que el recuerdo. Trabajo exprés.
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Baños portátiles, vestuarios móviles y unisex –en la playa no hay reparos–, zona de masajes con el último grito en tecnología y un bar. Para ser más precisos, dos, uno con B, indispensable. Con refrescos, cervezas y bebida energética. También con dispensador de bocadillos y raciones. Y otro, con V, para que los árbitros pudieran acometer las puntuaciones de los participantes o estudiar las reclamaciones si es que las hubiere.
Caravanas y furgonetas que se hacen casas. Más de un centenar de vehículos versátiles de esos que decoran las playas de cualquier lugar donde haya olas. Trajes de neopreno colgados de las puertas y cuatro ambulancias, una en cada esquina, no faltaban en el encuadre de una tarde que a medida que fue quedándose sin luz fue también perdiendo fuerza en la mar. En la época de las previsiones, los gurús de la meteorología lo clavaron; más de siete metros al filo de las 15.00 horas coincidiendo con la pleamar y después el pico de ola bajará. Y así fue. Mientras el público se iba retirando, las olas dejaron de ser gigantes para ser, únicamente, grandes. Los que entienden dicen que es algo normal, que cuando se avecina un temporal de frío y nieve –como el que comienza hoy y durará hasta el próximo domingo– las olas se toman un respiro.
Y así, entre anécdotas y alguna hazaña bajo el agua, llegó el turno de la entrega de trofeos. Los primeros en subirse al podio fueron los cántabros. Nano Riego, Nico García, Juan Merodio, Ajan Oavarri, Miguel Welsh, Asier Puntiverio, Luis García, Óscar Gómez, Sergio García y Jorge Fernández. Fueron diez valientes de casa los que desafiaron las olas de la Vaca Gigante en su décima edición. Ellos conocen de primera mano lo que significa surfear esta famosa ola que se ha convertido en reclamo.
En el podio se llevó la ovación de gala el sexto clasificado de la competición, Juan Merodio, que vive a tiro de piedra de La Cantera y al que le salieron los dientes subido en una tabla entres las rocas. Tuvo vecinos para sentirse respaldado a pie de podio.
La Vaca Gigante es algo que se ve un día, como el de ayer, que para ser miércoles reunió a un gentío más que considerable. Pero en realidad es algo que cuesta más de un año organizar. Y una vez ya ensamblada la estructura toca esperar el momento decisivo. El momento perfecto.
Uno de los más contentos fue Nico García, el más joven de la contienda que puede decir que acabó en el podio en una competición en la que compitió con su padre. Y al final, en el podio llegó el ritual: Indar hizo sonar el cencerro, el signo de identidad de la cita, y recibió la olla que también representa a la fiesta.
De nuevo pito y tambor para despedir a los ganadores. Pandereta y más tambor. Abajo, en el 'prao', llegó el momento de las despedidas. Peruanos, californianos, franceses, estadounidenses... Abrazos y hasta la próxima. Todos ellos se verán en el próximo evento de olas grandes. Porque estos locos forman una familia unidos por la locura que supone subirse tan alto. Esa especie de adrenalina que solo conocen los que se olvidan del miedo y piensan en una inmortalidad pasada por agua.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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