En El soplao siempre es un poquito más
La Combinada es una prueba eterna enla que hay que salir con calculadora
Marcos Menocal
Santander
Lunes, 21 de mayo 2018, 12:32
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Marcos Menocal
Santander
Lunes, 21 de mayo 2018, 12:32
Escribo estas líneas desde mi portátil y la corriente para que funcione la obtiene directamente de mis gemelos. Con los calambres que he sufrido durante todo el día me temo que el aparato tendrá autonomía para toda la semana. Ha pasado alrededor de una hora ... desde que finalicé la prueba de la Combinada –48 kilómetros a pie y 70 en bicicleta de montaña– y todavía tienen vida propia. En El Soplao da igual que haga sol o que llueva, todo lo que ocurre se convierte en una prueba de supervivencia. El sábado tocó fuego, aunque estando en el infierno puede resultar normal. Los 9.000 participantes que camparon por el monte se enfrentaron a un enemigo insobornable: el calor. Pasadas unas horas el agua es inmune a la sensación de ahogo y falta de aire en algunas zonas a la intemperie.
Por lo que a mí respecta, la carrera a pie me hizo daño, pero en el sector de bicicleta me sacudió sin piedad. La Combinada es una prueba eterna en la que hay que salir con la calculadora y cualquier despiste o descuido se paga con la semimuerte en vida. Es una modalidad en la que en la salida, los aplausos de la muchedumbre que abarrota Cabezón de la Sal pueden jugar una mala pasada porque cuando te quieres dar cuenta ya has gastado más balas de las previstas. Se sale con un cartuchero y hay que mimar la munición.
El primero ha de ir destinado al cortafuegos que te lleva a Ruente. Allí, tanto en la subida como en la espectacular bajada, el daño muscular puede ser irreparable. Precisamente en Ruente uno se da cuenta lo que es El Soplao. No creo que haya un participante al que no se le erizará el vello al ser agasajado a su paso por el puente de La Fuentona. Luego el camino hasta Ucieda, otra bala. Aquí es donde empieza la frase del día: «Un poquito más, un poquito más y estáis». Lo mismo da que falten siete u ocho horas, siempre queda un poco para el aficionado que anima. Gracias por tus mentiras. Se agradecen.
El otro casquillo se quema subiendo al Pandiuco, eterna ascensión vertical. Allí ya te haces una idea de lo que te espera. Mis gemelos empezaron a hablar en un idioma que nunca entenderé. Da gusto ver como te animan los que vienen de la Ultra que a pesar de llevar quince horas te contagian ilusión. Eso en El Soplao es norma. Todos animan a todos. Las balas que quedan se reparten así: una para el Toral; el parque de Mazcuerras y sus secretos, y luego la bicicleta. Una en El Moral y las dos últimas para Correpoco y el Negreo. Hay ocasiones en las que la calculadora se nubla, como la mía ayer y la de tantos. En el maratón estuve por encima de las previsiones y en la bicicleta tocó sufrir. «Un poquito más y acaba».
Se debería hacer fiesta regional al lío que se monta en los pies del Negreo; aquello es lo más parecido al Tour de Francia; el pasillo que te hace el público te convierte en un 'gallo'. Gracias, una vez más. Gracias a los del avituallamiento del Toral; ¡Un huevo frito y unas salchichas con 40 kilómetros en las piernas saben a gloria! Gracias los que engañan para paliar el sufrimiento desde la cuneta. Gracias a los rivales y compañeros, a quienes nunca les falta una buena palabra. Ser partícipe de esta locura te convierte en un superviviente privilegiado.
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