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La escena es bucólica. Un abuelo, su nieto, el mar de fondo y el anciano contando al zagal con detalle que, cuando él era joven, había un deporte en el que tres jugadores hicieron historia un 28 de agosto. Para entonces, si nadie lo ... remedia, los bolos habrán perdido el lugar que todavía tienen en la sociedad cántabra, pero en los anales de la historia quedarán tardes como la de este viernes, en la que Víctor González ganó el Campeonato de España después de batir a Óscar en la gran final y de superar su propio récord del torneo, una marca que parecía estratosférica y que ha dejado en 757 bolos.
El abuelo le contará a su nieto que la bolera, a veces, se llenaba. Le dirá también que entre los aficionados había partidarios de uno de los jugadores del momento, Víctor, partidarios de su gran rival, Óscar, y que, además, había un jugador que ponía de acuerdo a todos, a los de un lado y a los de otro: Jesús Salmón. De Víctor fue la victoria, de Óscar la segunda plaza y del que unifica criterios, de Salmón, el reconocimiento unánime cuando recibió la insignia de oro y brillantes de la Federación Española. Y es que al final, una rivalidad deportiva como la del de Peñacastillo y El Junco fomenta amigos y enemigos casi a partes iguales.
Esos enemigos dirán que Óscar no gana en Peñacastillo, o que Víctor solo en gana en casa. Menos mal que los números están ahí. Porque si cuando ese abuelo le cuente a su nieto lo ocurrido ayer los bolos siguen siendo lo que son hoy día es porque las dos bestias se retroalimentan, se necesitan una a otra para sobrevivir. El de Astillero, pese a su amplio número de concursos ganados este año tenía la espina clavada del Regional perdido por un bolo en La Cavada. Y, cuando el año que viene los dos vuelvan a verse las caras en El Malecón, en Mazcuerras o donde sean los grandes campeonatos, Óscar querrá vengarse.
La victoria de Víctor se fraguó cuando más complicado lo tenía, después de que su rival derribara 150 bolos en cuartos. Ese registro fue el impulso y a la vez la tumba de El Junco, que, pese a ello, no había jugado bien. A esos niveles una mano de doce, dos de catorce y una de quince restan más que suman. Lo elevado de la cifra llegó tras una bola adelantada que solo el propio Óscar sabe si iba a por él o no, pero que acabó embocando. Tras perder siete bolos de ventaja el día anterior el de Peñacastillo no arriesgó de tiro, apretó de tiro largo y acabó con 157. Tú golpeas, yo respondo más fuerte.
Para ser todavía mejor, al campeonato le faltó una gran final a la altura, al menos en cuanto a emoción. Óscar pinchó en el tramo final de la semifinal y Víctor no le perdonó para entrar en las últimas ocho manos con veinte de ventaja. Para rematarlo, uno embocó con la segunda bola de la fase decisiva y el otro perdió una en la caldera. Para ese momento el interés estaba ya en ver si el de Peñacastillo batía su propio récord del torneo o, incluso, el establecido por Judit Bueno hace cinco días.
Con el campeonato perdido y una bola menos Óscar dio una exhibición de juego y de garra. Al menos que el público que llenaba la bolera disfrutara. Se la jugó en busca del emboque, pegó al primero varias bolas y al final se llevó, esta vez sí, la ovación de todos. Víctor batía con catorce su marca de hace dos años. La primera se cerró blanca, subió cinco con las otras dos y con la segunda de birle logró la hazaña. A final, 757. Dos más que hace dos años.
La igualdad entre Los Tres Tenores atrajo mucho público a la bolera desde primera hora de la tarde. Mucho para lo esperado, por el día soleado, porque el coronavirus retrae a mucha gente y porque Santander, con algún oasis, está fuera del epicentro bolístico regional. Pese a ello, poco a poco el graderío se cubrió de aficionados y a media tarde Gabriel Villar y Augusto Fernández ya habían vendido buena parte de las localidades disponibles. Al final, casi 800 personas.
Pedro Gutiérrez era el más firme candidato a sacar del podio alguno de los favoritos y, para ello, ejerció el rol que mejor se le da, el de abridor. A usanza de su juego en peña subió, durante todo el concurso tres y cuatro. La bola mala llevaba dos e, incluso, alguna hubo de uno. Si hasta ahora el corraliego había sobrevivido desde el tablón, este viernes se recreó en bolas a media bolera que le auparon a raya alta con 85 bolos. En el tramo final su concurso bajo de tono para dar paso al Pedro cumplidor que tira del oficio que le da la veteranía. Sus 146 ya llevaban el torneo a cotas mayores y obligaban al siguiente en saltar a la bolera, Rubén Haya, a igualar su jugada para asegurarse el pase a semifinales.
El camargués tropezó pronto, con la segunda bola. Un resbalón a la hora del lanzamiento dejó la bola lejos del fleje, un lastre que Rubén arrastró durante la primera parte del concurso. De tiro largo volvió a su ser y castigó la madera para derribar 62 en tres tiradas. Pese a ello necesitaba 25 palos para superar a Pedro, lo que le hizo quemar sus tiros en busca del bolo del dinero.
Gutiérrez y Salmón se jugaron en la primera semifinal la tercera plaza y poner en aprietos a los líderes. Pedro se cayó pronto, pero Jesús volvió a dar una de esas lecciones de pundonor que solo él es capaz de ofrecer. Una exhibición de tiro y de birle en un concurso que tiró seguido al de cuartos y en el que perdió bolos por jugarse las últimas manos a emboque. El gran campeón no quería solo plaza de podio, quería más, pero tenía enfrente dos colosos que ni iban a sufrir pese a sus 149 palos.
Y, más allá de la pompa y boato del campeón y sus acompañantes en el podio, tiraron además otros jugadores que ya habían logrado su título particular 24 horas antes. Por diferentes motivos para todos ellos fue un triunfo estar en la tarde más decisiva del curso, una jornada que, además, en caso de mantener su buen juego, les podía reportar importantes beneficios económicos. Con registros que hace no mucho tiempo les hubieran tenido peleando, al menos, por el podio, el triunfador fue Pablo Lavín, que confirmó que aquel chaval espigado que compartía bolas al pulgar en la San José con goles en el Torina ha quedado atrás. En El Alpedre sigue repartiendo juego, pero ahora en los bolos es un jugador maduro con una capacidad de tiro a la altura de los grandes. Si logra acertar de birle, como el miércoles, puede competir con ellos. Si no lo hace, acaba en positivo. Tras ser octavo en el Regional, hoy los tres palos derribados con su último lanzamiento le permitieron mejorar la séptima plaza lograda hace tres años en El Malecón.
Con ese derribo el de Bostronizo superó a Lolo Lavid, que derribó 124 bolos…con una tirada menos. El de Andros perdió dos bolas en la caldera y otra por culpa de un caballo abierto que le impidió ganar posiciones y tener opciones de entrar en el Santander, donde sí estará su compañero de peña. Y es que ese era el bien más preciado ayer. La octava plaza fue para Ico Núñez, que se desfondó en el tramo final de su concurso.
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