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Martina Díaz tiene catorce años y este es el primero como abonada: es la socia número 10.028. Socia, porque al Racing le gusta mantener esa denominación en los carnés. Al menos, en los digitales, porque esta es otra generación, la que en lugar de una tarjeta de plástico lo lleva en su más preciada posesión: el móvil.
Y es, además, de una generación a la que no le dice nada la palabra miedo. El Racing que ella ha conocido es el de los días de vino y rosas, la 'romoneta' y las gradas inflamadas de pasión verdiblanca. Martina salía ayer del campo con el teléfono en la mano: «No veas lo que te has perdido», decía a su interlocutor. «¡Cómo estaba el estadio».
El primer gol, el de Fausto desde la frontal, le podía haber pillado desprevenida: ni dos minutos habían pasado, casi sin tiempo para tomar posesión del asiento. Encima, en gol sur. Pero, como cada vez que Torre saca un balón parado, estaba tan atenta que lo vio «súperguay». Y lo celebró a lo grande, como todo el estadio: bufandas al viento, música de radiogaceta ochentera y unos botes que hacían temblar los maltrechos Campos de Sport. Primera ocasión para sacar el móvil e inmortalizar el instante con otro vídeo.
A partir de ahí, el partido que cuenta Martina tiene poco que ver con el que hoy saldrá en las crónicas. Es lo que tiene la ilusión, la fe ciega del racinguismo. ¿Que el equipo jugaba con el marcador? ¿Que un balón perdido casi acaba en una contra mortal? ¡Qué va! Los racinguistas corrían como leones. Y contagiaban su intensidad. Una, dos, tres y hasta cuatro olas surcarían El Sardinero, y Martina, como buena surfista, las cogió todas.
Claro que cada uno tiene su debilidad, y la de esta aficionada anda dividida entre Pablo Torre y Cedric. Cada vez que el mediapunta tenía el balón en el área, la emoción se disparaba. Y cuando el delantero galopaba haciéndose sitio entre los centrales, se le aceleraba el corazón. Casi cantó gol cuando Cedric remató al palo. Cuando Torre cayó al suelo, mediada la segunda parte, de nuevo el corazón se le puso en un puño: «¡No puede ser!». Para una vez que Fernández Romo no le cambia a la hora, «van y nos lo lesionan».
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Pero, más allá de la admiración por la gran estrella del equipo, para la abonada 10.028 no existe la 'torredependencia'. De hecho, cuando le preguntaron por el mejor verdiblanco en el encuentro su gran duda era entre Soko y Fausto. Y no por el gol, que también, sino por la entrega incansable.
Es, decíamos, otra generación. La que no piensa ni por asomo en papardas, ni en que el Racing la pueda liar en cualquier momento. Qué va: ni siquiera cuando el cuarto árbitro sacaba el cartelón con unos generosos seis minutos se le pasó por la cabeza que el resultado pudiera peligrar. ¿Este equipazo, y en El Sardinero?
Quizás le extrañó un poco, eso sí, la salida de Borja Domínguez, aunque parece que afición y jugador han pasado página. Más que miedo cuando los rojiblancos atacaban, lo que hizo fue vibrar cuando el mediapunta enfilaba hacia portería. Esta nueva generación está tan acostumbrada a las victorias que un triunfo por la mínima, aunque sea ante el cuarto clasificado, se les hace poca cosa: querían más diversión. La misma a la que les tiene acostumbrados el equipo últimamente.
Todavía sacaría el móvil una vez más: para inmortalizar la tangana. Una escena impresionante que servía para demostrar que no sólo en la grada había tensión, sino que los propios jugadores mantienen una intensidad que les convierte en casi invencibles.
Y cuántos centenares de jóvenes no habrán compartido la misma pasión que Martina. Son los racinguistas del futuro. Así sí que se hace afición.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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