-kP4G--1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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Salta de un lado para otro. Se va al córner. Alza los brazos y sus ojos se salen de las órbitas. Un compañero le abraza, ... lo recoge cual muñeco con un brazo y se lo sube a la chepa. Le sobra energía. Álvaro Mantilla (Maliaño, 2000) no sabe hacer las cosas a medias tintas. Cuando marca un gol lo celebra por él y por todos sus compañeros. El camargués marcó el domingo su primer tanto en el fútbol profesional –ante el Burgos– y los Campos de Sport estallaron. Sintió de repente el peso del brazalete que lleva desde hace semanas. Se lo quitó y señaló al cielo.
Datos personales Nació en la Clínica Mompía (9-5-2000), pero vive en Maliaño. Mide 1,84 metros y pesa 71 kilos.
Trayectoria Se formó en la Cultural de Guarnizo, Bansander y posteriormente lo reclutó el Racing. Debutó con el primer equipo en Segunda B (2020-21, 18 partidos) para después jugar en Primera RFEF (2021-22, 27 partidos), Segunda (2022-23, 14 partidos) y este curso, que ya suma once jornadas, todas ellas de titular y completas
De cerca Es ordenado y disciplinado. Sobre el campo es contundente, serio y muy intenso.
Posición Fue delantero en sus inicios, pero pronto pasó a ser central. Su versatilidad le permite ser lateral, sobre todo derecho, pero en el Laredo donde jugó cedido también lo hizo por el carril zurdo.
Con el estadio en éxtasis emprendió el camino a su campo en solitario y ahí su mente rebobinó. Su infancia con zapatillas de clavos, las curvas de la pista de atletismo, el listón cada vez más alto, el fútbol casi sin querer, la adolescencia con prisa, los golpes traidores de la vida, la madurez por obligación, las decisiones, la suerte... Hoy es uno de los capitanes.
Mantilla está de dulce. Como el Racing. Es el chico para todo.Si falta el lateral derecho, Mantilla. Si el central no está fino, Mantilla. Notable alto. De ocho para arriba siempre. Es el canterano que todo entrenador quiere tener. «Que no se venga arriba», decía José Alberto el domingo con una sonrisa pícara que traducía el orgullo de tener un tipo como el camargués en su vestuario. Mantilla está de moda. Las calles hablan de él. En la cafeterías:«¡Qué partidazo!». De su compromiso, de su intensidad. De su empeño en hacerle trampas al destino. Y ya van once semanas con el mismo cante. Once partidos y los once completos. Apareció de repente en el lateral derecho como interino y se reinventó. Ataca tanto como defiende. Y en el centro de la zaga ya está al principio de la fila. Quiso y pudo.
Mantilla ahora suena con la precisión de un equipo de música de alta gama, pero hubo un tiempo en que era aquella vieja radio a la que hay que dar golpes para que arranque. Tocado por una varita, su talento físico le permitió despedir la infancia subido a un podio. Antes de secar a los delanteros rivales en un campo de fútbol, batió todos los récords benjamines: marcha, peso, triatlón... y pelota. Le dio por la natación hasta que una amiga le dijo que corriera una milla. Fue con las playeras de salir y la ganó. En el colegio jugaba a la pelota, pero se quedaba solo corriendo. En el recreo no le seguía nadie. El fútbol le estaba esperando. Le dio por el salto de altura y de longitud. Y el fútbol le seguía esperando. Batió el récord de Cantabria con once años saltando por encima de un listón tan alto que tuvo que mirar al cielo para verlo. Allí, detrás de aquella marca estaba Fernando, su padre, a quien el corazón se le había partido de repente sin avisar semanas antes. Álvaro, sin él no quiso ser atleta más, pese a que su otro pilar. Su madre deseaba con todas sus fuerzas que continuara. Estaba incompleto. Pero el fútbol le estaba esperando.
Un buen día los amigos le llevaron a probar en la Cultural de Guarnizo. No tenía botas y Javi, el padre de Mario García –hoy también pidiendo paso en el primer equipo del Racing a sus apenas 19 años–, con quien compartió carreras y premios en el atletismo, le regaló las de Cristiano Ronaldo, su futbolista fetiche. Se las puso y en los Campos de El Pilar se inventaron un delantero. No hacia otra cosa que meter goles. Nadie lo cogía y el Bansander fue el primero el agarrarlo. Temperamental e intenso, su adolescencia fue un combate entre sus virtudes innatas y su cabeza despistada. Una búsqueda continua para encontrar su sitio. Gonzalo Colsa, de quien nunca faltó un póster en su habitación –lo mismo que de Munitis– le echó el ojo y lo vistió de verdiblanco.Su madre, Sonia, lo arropó. Lo cuido como sólo ella sabía. Lo cambió de instituto y le puso el uniforme de las Mercedarias. Bingo. Por aquel entonces, en el cadete del Racing ya marcaba la línea en defensa. Serio, concentrado, sin despistes. Sobre el campo era una máquina. Sin tregua.
En la vieja Albericia se veía futbolista y su empeño en serlo hizo el resto. Su adolescencia le dio el testigo a una madurez que encuentra su apogeo precisamente en un paso atrás. La vida le hace otra trampa cuando, tras su padre, le arrebata también a su tío, Tomás, a quien le unía algo más que un parentesco. Se desordena y se frustra, pero resiste sin dejar de avanzar. Con 19 años sale cedido al Laredo y su aprendizaje encuentra la lección magistral. Los que confiaron en él en la nave verdiblanca no le fallan y le dan una oportunidad de echarse a un lado para crecer.
Allí se forma como futbolista, trabaja, se centra y vuelve al Racing. Mejorado y con más hambre que nunca. Con la edad justa para conducir se convierte en el volante de su familia. Su fuerte personalidad es el sustento de los suyos. Vuelve al Racing con un hombro maltrecho y dispuesto a ponerle otra prueba más en su camino. El fútbol, le continuaba esperando. Su carácter sigue puliéndose y su juego también y debuta en Segunda B con el primer equipo del Racing en la peor temporada de la historia del club. Un año para olvidar.
La trayectoria de Álvaro Mantilla, en imágenesVer 7 fotos
En julio su futuro estaba en una servilleta, pero de nuevo le dio la espalda y siguió el sendero. Guille Romo se dio cuenta de que Mantilla servía para todo. De casi decir adiós a renovarle a todo correr. Pero aquel curso termina en Lezama con una lesión en aquel hombro traidor cuando el verano pedía paso. Su futuro era incierto por enésima vez, pero se sacó otro as de la manga. Se operó, regresó el último, cumplió y se ganó a Romo primero y a José Alberto después. A la grada ya la tenía en el bolsillo.
Se fue adueñando también de una parte del vestuario –el joven a quien respetan los viejos–, pasó a ser el protector de la familia cuando se quitaba las botas y su vida se hizo una rutina. Sus yogures con cereales y la leche de avena para desayunar, su carne a la plancha, su escrupuloso respeto a los horarios. En casa de Mantilla se cierra la puerta a las 23.00 horas y se apaga la luz a las 0.00. Se entrena siempre un poco más y no se perdona un esfuerzo ni tampoco un paseo con su amigo Pancho, un perro salchicha con quien se confiesa por Maliaño cada tarde. Lo que Pancho sabe no lo sabe nadie más.
Con 27 partidos en Primera RFEF comienza su exhibición de versatilidad. Se convierte en hombre número 12. Lateral derecho, izquierdo o central. Esa facilidad para mimetizarse en cualquier posición de la zaga fue lo que le sirvió para renovar dos años (2024) y firmar su contrato profesional.
Mientras sacaba el carné de futbolista, Mantilla no dejó los libros. Aprobó sus estudios de Gestión Empresarial mientras compartía tardes de codos y pupitre con su pareja, Macarena, que se inclinó por las Relaciones Laborales. En los entrenamientos no tiene rival. «Trabaja como un búfalo», decía José Alberto esta semana. Con la misma competitividad se sentaba –y se sienta– cada tarde a jugar a la PlayStation. El FIFA es su preferencia. ¿Quién le iba a decir a él que terminaría siendo un personaje de aquel juego?
Mantilla es el producto de una cabezonería por ser futbolista que debería estudiarse en los tratados sobre la actitud. Cuando José Alberto López llegó en diciembre en Santander no le terminaba de convencer, al menos como central. Veía que le faltaban cosas. Pero al final de la temporada pasada le hizo cambiar de opinión y este verano la lesión de Dani Fernández le hizo titular en el cerril del 'dos', el mismo número que lleva a la espalda.
Ahora, con el madrileño recuperado, ha sentado a Rubén Alves y juega como central. Ahora José Alberto está convencido de que es un futuro futbolista de Primera División. Ahora es un fijo en el mejor Racing de la última década, pero sabe mejor que nadie que una sanción o una lesión y chao. De llevar el brazalete a pasar al cuarto oscuro. Nunca antes había tenido la continuidad que José Alberto le está dando y se siente importante. Crece y crece. Le gusta jugar al pádel, viajar e ir a la playa, pero aún más superarse. Mantilla está de dulce y su compromiso y racinguismo está a prueba de balas y de golpes de la vida. En las oficinas de los Campos de Sport tienen trabajo. Termina contrato y conviene que no dejen la renovación para el último día. El domingo, Mantilla y diez más.
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Ana del Castillo
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