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Lo explicó durante la semana Marco Sangalli en rueda de prensa: el talento está muy bien, pero siempre que esté al servicio del esfuerzo. Primero ... currar y luego ya, si eso, lucirse. Pero por ese orden.
Y es que durante la travesía del desierto de los últimos dos meses, al técnico racinguista se lo llevaban los demonios cada vez que sus jugadores desconectaban mentalmente del trabajo colectivo, y luego pasaba lo que pasaba. Es lo que tiene salir hasta en los telediarios y que te alaben por todas las esquinas, que luego cuesta convencerse de que los partidos no se ganan solos.
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José Alberto López tomó hace un par de jornadas una decisión arriesgada al llamar a capítulo a sus pupilos más brillantes. El problema es que el jarabe de banquillo muchas veces es indigesto, y puede acabar saliendo el tiro por la culata. Menos mal, eso sí, que los futbolistas de esta plantilla no solo son grandes profesionales, sino chicos listos, y en lugar de rebotarse y empezar a hacerle la cama al entrenador, tomaron buena nota del recado: hasta las estrellas tienen que esforzarse. De hecho, las estrellas todavía más que el resto.
Vamos, que la medicina del míster ha sido mano de santo, como pudo verse ayer en El Arcángel. Y eso que el equipo venía de una goleada de las del siglo pasado, de esas que en el fútbol profesional normalmente solo se ven en las estadísticas históricas. Pero no solo no se les había subido a la cabeza, sino que llegaron mentalizados para una brega que ya no es noticia: cada partido, cada punto, cuesta un mundo en una categoría donde todos son conscientes de la igualdad que reina. En la que el que no lo da todo, pierde.
Y hasta el Córdoba, que es un equipo de Ania –esto es, peligrosamente inclinado hacia el área rival– muerde a la primera ocasión. Pero los verdiblancos lo tenían tan claro que si ayer se hubieran subastado las equipaciones, como tan de moda está últimamente, más valdría que las hubieran pasado primero por la lavadora.
Ver a un artista como Íñigo Vicente pasar la recta final del partido entregado a la causa y defendiendo con uñas y dientes es un aliciente más para creer en este equipo, en sus posibilidades para culminar la hazaña. Porque ayer el Córdoba pudo parecer mejor, pero el Racing lo igualó en entrega y sacrificio, para superarlo después a base de talento. Pero primero, el esfuerzo.
Quizás por eso el club se haya dado tanta prisa en renovar al entrenador, que se quedará en el Racing hasta 2028. Bueno, o eso pondrá en los papeles, porque en el fútbol de hoy día los contratos duran lo que duran los buenos resultados. De momento, eso sí, pinta fabuloso.
Y no estaría nada mal, desde luego, que el banquillo verdiblanco dejase de ser una estación de paso, y por fin se estabilizase algún proyecto. Debe de ser increíble eso de tener un equipo técnico, una filosofía y un estilo de juego que perdura y con el que los aficionados podamos identificarnos. O combatirlos, a quien no le gusten. Pero, al menos, que existan.
La única duda, eso sí, es si en realidad había tanta prisa. ¿Ya le habían salido novias al míster, y había que atarlo en corto? O tal vez sea una cuestión de fe ciega, como ese meme que circula últimamente de «José Alberto es mi pastor, nada me falta».
Porque, en realidad, el técnico todavía está construyendo a este Racing, suponemos que a su imagen y semejanza. Un proceso en el que se empieza hablando de rock and roll, de sonidos eléctricos y ritmos trepidantes, pero luego la realidad manda, y de los riffs y los punteos ha habido que pasar a los ritmos machacones del blues. A las canciones de trabajo, las de los puntos ganados con el sudor de la frente.
Y es que es adaptarse o morir, claro. Del 4-2-3-1 inamovible al trivote en siete jornadas. Del ataque permanente a saber cerrar los partidos. Como en todos los grupos musicales, José Alberto en lugar de en viejo rockero poco a poco se va convirtiendo en 'crooner', rentabilizando la experiencia. El camino del aprendizaje suele ser doloroso, pero a veces se aprende mucho más de las derrotas merecidas que de las victorias arrolladoras.
Eso sí, igual hubiera sido mejor esperar al final de temporada antes de institucionalizarle en el cargo. Los premios, o los castigos, como las notas: en junio, a final de curso.
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