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Cejudo controla el balón ante Íñigo Celihueta en el encuentro de ayer en Gobela. Oskar Matxin
Cejudo reivindica el 10

Cejudo reivindica el 10

La contracrónica ·

El cordobés, que no jugó en Copa, lidera al Racing en la segunda parte para empatar y aguantar el resultado

Lunes, 21 de diciembre 2020, 11:59

Ambición e inteligencia práctica. Dos virtudes para un deportista, que siempre debe saber cuál de las dos conviene aplicar en cada momento. Tal vez por eso, cuando ya agonizaba el partido ayer en Gobela, Álvaro Cejudo se pegó a la línea de cal y aprovechó un golpe no demasiado aparatoso para comprobar el estado de su mandíbula, mesarse las barbas, pelearse con el mundo… Su equipo empataba en un campo donde debía ganar, y los puestos de cabeza empezaban a verse muy lejos en la tabla. Precisamente, en esta temporada en la que la regularidad resulta más importante que nunca.

Serían las tablas de la veteranía, pero resultó llamativo que fuera precisamente el jugador que con más ahínco había buscado la victoria el que sacase el manual del buen pragmático y calmase el encuentro. El que recurriese a aquel consejo tan viejo como infalible: lo que no has podido ganar en 89 minutos, no lo pierdas en uno.

Claro que el guión había sido bien distinto. En esta temporada menguante, nada estaba saliendo según lo previsto. De estrella al ostracismo, tres días antes había tocado fondo, cuando ni siquiera saltó al campo, a pesar de que su equipo estaba cayendo eliminado en Copa, y frente a un rival a priori tan accesible como la Mutilvera. ¿Los motivos? Eso sólo lo sabe el míster, pero Cejudo arrancó el partido frente al Arenas como si estuviera decidido a demostrar a Javi Rozada lo equivocado que estaba, prescindiendo de sus servicios.

Aunque la primera parte sería un auténtico vía crucis. Escorado en banda, aunque con toda la libertad que suele tomarse, probó por ambos costados, aunque sin demasiada fortuna. Los balones de Óscar Gil, lateral improvisado, silbaban sobre su cabeza y, aunque intentaba entenderse con Siverio, la defensa rival estaba demasiado entera. Y si, además, el árbitro tampoco ayuda, el exceso de motivación puede acabar pagándose. Por ejemplo, con una amarilla, como la que se llevó al cumplirse el primer cuarto de hora, cuando por fin le salió una ruleta, pero el colegiado no quiso ver una falta evidente.

El castigo, en cualquier caso, tendría efecto balsámico: minutos después, sería el propio Cejudo el que pediría calma a sus compañeros, con gestos inequívocos. La lluvia de tarjetas no presagiaba nada bueno. Como intentar hacer la guerra por cuenta propia, cuando a la media hora rebañó un balón al borde del área propia e intentó surcar de costa a costa con él pegado al pie. No lo consiguió, pero ya daba muestras de una confianza ciega y un estado de forma espectacular. Algo que también vio el defensa Celihueta, que de un planchazo casi lo envía a vestuarios anticipadamente. Sin embargo, nada salía. Buscó a Matic en un golpe franco, disparó desde la frontal…

La segunda parte, en cambio, sería una declaración de rebeldía. Ya perdiendo y con uno menos, el cordobés tomó el centro y la manija del equipo, que durante media hora se olvidó de la inferioridad numérica y de la encerrona de la 'jaula'. Con el mono de trabajo, un Racing muy solidario pasó a apretar al rival, demostrando que, a igual de entrega, la calidad manda. Y arrancó el espectáculo de un Cejudo en su segunda o tercera juventud. Buscó la portería desde fuera del área, en volea o aprovechando cualquier balón muerto, que le buscaba como si tuviera un imán.

De sus botas nacería el gol del empate, en una falta que colocó justo en la cabeza de un Mantilla que llegaba como un tren de mercancías. Uno a uno, pero no era suficiente. En el 56, un pase de tiralíneas se coló por un hueco invisible entre los centrales y dejó solo a Siverio frente al meta rival. Agua.

Pero Cejudo tenía ese brillo en la mirada de los ganadores. De esos que se motivan más con uno menos. Convertido en una pesadilla en las dos bandas, su repertorio de controles y pases entre líneas parecía no tener fin. Como su mala fortuna: cuando no era el portero, el palo repelía sus lanzamientos. Quedaban diez minutos cuando ya pareció evidente que la épica no estaba en remontar, sino en resistir. Al menos, eso debió de interpretar el míster desde la banda. Ralentí, y hasta un cambio casi sobre la bocina. Un punto no era demasiado botín, pero sí lo parecía salir vivir de Getxo. O reivindicado, como un Cejudo al que, a partir de ahora, va a ser muy difícil sentar en el banquillo.

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