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«Conozco a Mario y sé cómo la pone». «Nos conocemos el uno al otro y sabemos los movimientos de cada uno». Yeray y Mario. Así todo es más fácil. Es como jugar de memoria y en este fútbol tan sofisticado algo así supera las ... previsiones. «Empezamos a jugar en el Bansander juntos, luego nuestros caminos se separaron y yo me vine al Racing y él al Perines», recuerda Yeray, el autor del gol que permitió empatar el partido al Racing y levantarse de la lona a la que la Ponferradina le había mandado en la primera parte. El de Isla remató con virulencia un centro medido de su colega de infancia. Milimétrico. Para empujar. «Me puso un caramelo», admite el goleador.
Ahora bien, había que ir con fe a por él. «Si no entraba así era imposible rematarla. Entré con fe y la suerte que tuve fue que entró», reitera Yeray mientras recuerda cómo puso la cabeza para mandar aquel testarazo a la red.
El envío de Mario para su amigo era el segundo del novato santanderino en apenas unos minutos. Saltó al terreno de juego y en cuanto la tocó se olvidó de que era su debut. «En cuanto das dos pases seguros y bien, te ves con confianza. Luego ya vas para arriba y piensas que es fútbol y que se juega igual en todos los lados», señala con la timidez de quien por primera vez se enfrenta a esto de dar explicaciones oficiales.
«Jugábamos juntos cuando empezamos al fútbol 7. Luego en contra. Y ahora otra vez juntos», explica Mario. Tantas tardes compartidas sirvieron para centrar con los ojos cerrados. Por instinto. «Vi un hueco y y también vi a Yeray entrar desde atrás y la puse allí». El resultado fue inmejorable. Conexión cántabra. El pase es de manual, de los que se enseñan en las escuelas: fuerte, dirigido y preciso. Había que hacerlo con la presión del partido y del estreno. Con los nervios, la exigencia y las prisas... Pero el talento suele ser la mejor herramienta en los momentos en los que no se puede fallar.
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Sergio Herrero
«Estoy flipando», exclama Yeray. Él debutó el año pasado, desapareció y ahora con el cambio de entrenador «todo ha ido a mejor». Le quedaba marcar y lo hizo por todo lo grande. «No me lo esperaba para nada. Me pilló todo muy rápido. No sabía qué hacer, pero es otro rollo...», añade con esa jerga de los que tienen los años justos para conducir. Se patinó cuando fue a celebrarlo. Sus piernas corrían más que su cabeza, pero es probable que menos que su corazón.
En la banda se encontró con Mario, que apretaba el puño y agitaba el brazo en señal de victoria. La habían liado. Una travesura más de chiquillos a quienes la insensatez de quien aspira a todo y todo le parece poco se le cae de los bolsillos. «Me siento muy bien y sé que el míster confía en mí y eso te ayuda, entras con más confianza», explica Yeray. Para él era el cuarto partido en la categoría. Cuatro de seis desde que llegó José Alberto al Racing. Antes ya había participado en nueve ocasiones en la Primera RFEF.
En cambio para Mario debutó con picadores. Sin pasar por las vaquillas ni los novillos. Al ruedo. La lesión de Saúl y la de Satrústegui le metieron en el bombo, y en los últimos minutos del primer tiempo en Ponferrada llegó el cambio de tercio final. «Vi en una jugada que Mantilla pedía el cambio y en cuanto lo vi escuché a Pablo: 'A calentar'». Sonó el silbato del tren y era la hora de subir para no perderse el viaje. «Es una sensación única y con la que sueñas desde que empiezas a jugar al fútbol. Es una sensación inexplicable», describe. Sus ojos se abren como platos. Un hormigueo le recorre el cuerpo y no le permite estarse quieto. Imposible. Cuando llega este momento siempre hay un rato en que se echa la vista atrás. Solo para valorar lo que pasó, porque el futuro es ahora lo que verdaderamente importa. Mario llegó al Racing este verano y en seis meses ya sabe lo que es jugar en el primer equipo. «En cuanto escuché que podía venir al Rayo, vine con mucha ilusión». Es curioso que antes «no había tenido la oportunidad, pero el Racing es el equipo en el que todo niño de aquí quiere estar».
Yeray se resbaló y Mario apretó el puño y miró la grada cuando El Toralín vibraba. Entre los que saltaban estaban los suyos, una tropa de fieles que no falla y que ha forjado el carácter de este novato con tablas. «Fue mi familia, los amigos... Mis padres lloraron los dos, mis tíos también, mis amigos no sé, pero seguro que sí», indica entre risas. Qué mejor que llorar de felicidad. Y esto no para. Un partido lleva al otro y... «Soy jugador del Rayo y tengo que esperar cuál es la decisión del míster», afirma. Si le toca volver «pues encantado» y si no, «pues también». De momento ya lleva una oreja y tiene a la plaza en pie. A ver ahora quién la sienta.
Hoy conocerán Álvaro Mantilla y Matheus Aiás el grado de sus roturas de fibras en los isquiotibiales. Ambos se tuvieron que retirar del campo en Ponferrada y hoy se someterán a las pruebas para determinar el alcance. Mínimo a ambos les esperan tres semanas de ausencia. Tampoco estarán ante el Leganés Pombo y Juergen, sancionados. En cambio se recupera a Saúl, que estará disponible para el lunes.
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