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«Ni antes éramos el Bayer Leverkusen ni ahora la última mierda que cagó Pilatos». Esa frase de Manolo Preciado, cuando era entrenador del Sporting ha pasado al catálogo de sentencias del genial técnico de Astillero. Describe a la perfección la realidad del fútbol, donde ... la memoria y la paciencia son extremadamente cortas. Aquí y ahora. No hay más. Y el Racing de Guillermo Fernández Romo está ejecutando al extremo esa irregularidad. Con sus resultados, no sólo está llevando al límite las emociones de los aficionados verdiblancos, sino que además está debilitando, por lo fluctuante, la credibilidad en el entrenador, en su plan y en el equipo.
A los seguidores racinguistas, el subibaja de alegrías y disgustos les está llevando a un auténtico trastorno. Sólo hay que ver el ambiente en el Reino de León. En el choque frente a la Cultural, en apenas media hora, la hinchada cántabra pasó de cantar que sí, que esta temporada se asciende, a solicitar, de forma breve pero bien nítida, la dimisión de la directiva. El único tratamiento posible para esto son las victorias y la regularidad.
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Tras el choque contra el Deportivo, el gran favorito de la competición, y añadido al triunfo de Badajoz ante otro de los gallos, el racinguismo vio que su equipo estaba completamente capacitado para luchar por el campeonato. El juego no era brillante, pero las piezas puestas por el míster parecían comenzar a encajar. Al final, en el fútbol, los buenos resultados lo justifican prácticamente todo.
Sin embargo, más dura iba a ser la caída. Apenas tres días después, bochorno en los Campos de Sport. El Racing tenía a tiro el pase a las semifinales de la Copa Federación y, en consecuencia, un billete a la Copa del Rey, donde recibiría a un equipo de Primera División en El Sardinero. Llegó a Santander el Leioa, de Tercera División -dos escalones más abajo- y sacó a relucir todas las vergüenzas racinguistas, especialmente del fondo de armario de la plantilla, porque los menos habituales no estuvieron a la altura. El daño a la imagen y las pérdidas económicas son difíciles de contabilizar.
«Ya está olvidado», decía Guillermo Fernández Romo en la previa del siguiente choque liguero, contra el Real Unión. Como discurso estaba bien, pero la verdad es que el ridículo es para recordarlo durante tiempo. El Racing fue a Irún con un planteamiento serio que le llevó a ser mejor que su rival en la primera mitad. Sin embargo, al técnico madrileño se le paró el reloj y, mientras su equipo iba cayendo y el rival, creciendo, se le olvidó hacer cambios. Unas sustituciones que sólo llegaron en el minuto 76, cuando el Real Unión se puso por delante. Y, aún así, al Racing le dio tiempo para fallar un penalti y remontar en el marcador para ganar 1-2. La épica siempre es buena para animar al personal. Lo del Leioa quedó como un disgusto copero, porque en la Liga la racha continuaba.
Pero lo del domingo en León ha vuelto a tumbar la credibilidad del míster y su plan. Si ser sólido y fuerte en defensa era el cimiento básico del Racing de Romo, el 3-0 ante la Cultural echó eso por tierra. Y eso que en la primera mitad los cántabros mandaron y fueron mejores, pero sólo tuvieron una oportunidad que no aprovecharon. Además, el cambio decidido de Romo de mandar a Íñigo al lateral pudo ser contraproducente para el equipo.
Romo va a necesitar trabajar aún más duro para ganarse la confianza plena del racinguismo. Lo tiene muy complicado, especialmente mientras su equipo no sea capaz de mostrar una regularidad exigible a un aspirante al ascenso a Segunda División. «El fútbol es una montaña rusa. Hemos vivido cosas buenas y eso nos tiene que fortalecer», dijo el técnico el domingo en la sala de prensa del Reino de León. El madrileño quiere pensar que esta vez se trata de un hecho aislado y que su equipo podrá recuperar la racha liguera que llevaba hasta entonces: «Veníamos de una buena dinámica de partidos y hay que pensar en ello, más allá de que hoy estemos enfadados».
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