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Después del partido de ayer hay quien tiene dudas de si el Racing ganó el duelo en Irún queriendo o a pesar de. Lo importante es que se ganó; eso es lo único en lo que se coincide. Guille Romo fue tan prudente que solo cuando se traicionó a sí mismo tuvo chance para sumar un triunfo que le ha colocado como colíder -hay cuatro- de la categoría. A domicilio, con un campo embarrado por las previsiones de lluvia y con tanto reparo a perder, el míster puso tanto músculo sobre el campo para hacerse fuerte que tampoco hubiese extrañado que hubiera listado a Lucas Díaz y a Miquel Parera a la vez. Cuatro centrales en defensa -dos disfrazados de laterales-, dos pivotes defensivos, Fausto Tienza e Íñigo Sainz-Maza, por delante. Pablo Torre y Marco Camus, al banquillo. Hacerse fuertes. La premisa era hacerse sólidos aunque para eso se renunciara a ser brillante. Pragmatismo elevado a la enésima potencia.
Y a todo esto, la lluvia convirtió el césped en impracticable. No se podía jugar aunque se quisiera. Contactos, caídas, errores no forzados... El partido de ayer se convirtió en un cursillo acelerado del otro fútbol; de ese que no luce. Del que prima más el no fallar que el acertar. En ese, el Racing, o más bien su entrenador, se siente cómodo. Porque pese que no llegaran ocasiones de gol ni nada que se le pareciese, tampoco buscaba soluciones. El pesado césped irundarra se convirtió el lastre para algunos futbolistas como Manu Justo y Borja Domínguez, que se estrenó en la posición de mediapunta y no desentonó del todo.
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Y en medio de ese statu quo, llegó el error, pero en el bando en el que no se quería. El Racing se puso por detrás del marcador a falta de 16 minutos. En ese intento de que no pasase nada ocurrió lo peor. Y de repente, Guille Romo se dio vuelta del todo. Se traicionó y comenzó una huida hacia delante.
Cambió tres jugadores de una tacada y dio entrada a los tres futbolistas con más pies, como dicen ahora los gurús del fútbol, que tenía en el banquillo. Pablo Torre, Marco Camus y Sergio Marcos cambiaron el partido por completo. El entrenador decidió jugar a otra cosa y acertó de pleno y de manera instantánea. La primera pelota que tocó Pablo Torre acabó en penalti. Un penalti que falló Álvaro Bustos, que a los cuatro minutos se secó las lágrimas marcado el gol del empate llorando. Demasiados lloros, pero efectivo.
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Se puede decir que se vivió un micropartido de apenas diez minutos. El último tramo pareció extraído de otra tarde. No tuvo nada que ver. Bien es cierto que llegó después de 75 minutos de ese otro fútbol tan necesario para ganar Ligas y para lograr ascensos. Pero aún así, el Racing supo reinventarse y salir airoso de una de las situaciones más comprometidas que se le han presentado e lo que va de temporada.
Sería injusto decir que el equipo no estuvo a la altura en esos minutos finales. Dio la vuelta al marcador y no se conformó con empatar. Quiso ganar. Ahora bien, cuesta digerir que para que se produjese ese cambio a la desesperada fuera necesario ponerse por detrás en el marcador. El entrenador aseguró en la rueda de prensa que los cambios los tenía preparados antes de que el Real Unión acelerase el frenético final de partido con un gol peligrosísimo. Insistió en ello.
Sea como fuere, lo cierto es que acertó. In extremis, pero acertó. En su teoría de buscar una ocasión certera para ganar el partido ayer apuró hasta donde nadie podía imaginar. Y, por si fuera poco, dio entrada a Jack Harper y a los diez segundos el malagueño marcó el gol de la victoria. Un futbolista que iba compadeciéndose durante toda la semana de lo pobre de su actuación en Copa RFEF ante el Leioa. De villano a a héroe.
Al César lo que es del César y a Romo... El entrenador sigue ganando batallas queriendo a su manera. El Racing es colíder. Bien, míster, bien.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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