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Con el puño apretado, cerró los ojos y sonrió. Lanzó un suspiro de alivio y se regaló un instante. Todo esto ocurrió el domingo mientras ... los Campos de Sport coreaban su nombre y los compañeros corrían para abrazarlo. Pablo Rodríguez (Las Palmas, 2001) acababa de soltar un zapatazo desde fuera del área. Resultó el segundo gol de su cuenta particular: «La pegué con el alma». La pelota salió disparada y con ella la frustración que le persigue de vez en cuando: «Hay ocasiones en las que las cosas no salen y no salen». Anotó dos goles y el segundo fue de bandera.
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Han pasado seis meses desde que Pablo y su pareja metieron a Rayo y Nube, sus dos perros, en una furgoneta y se cruzaron Italia, parte de Francia y el norte de España para llegar al despacho de El Sardinero. Allí le esperaba Mikel Martija. 35 horas al volante, durmiendo hasta en una granja y estirando las piernas a demanda de los canes cuando se podía. El teléfono había sonado de pronto cuando apuraba el verano en Lecce, ciudad del sureste italiano, en Apulia, en el tacón de la bota transalpina, a donde llegó al poco de sacarse el carné de conducir después de formarse en Valdebebas a las órdenes de Raúl González. No se lo pensó. Hizo las maletas sobre la marcha y dejó el Calcio. Al menos por el momento.
Tiene 23 años, pero ya sabe lo que es correr, madurar, apostar y hasta dejarse bigote. Es curioso, pero desde que se bajó de aquella furgoneta luce un mostacho que recuerda a Clark Gable y forma parte de una apuesta personal. Mientras no se cumpla, seguirá decorando su rostro y solo al final de temporada desvelará si se lo borra o no. Se lo pueden imaginar.
Este canario discreto y jugón nació en Valsequillo, donde compartió libros y botas de tacos. Todo le servía. Pertenece aún a esa última generación a la que le bastaba un banco, un par de árboles o dos sudaderas en el suelo para inventarse una portería. Aprendió en la calle rompiendo pantalones y zapatillas. Pronto, con quince años, se lo llevaron a Madrid. Seis cursos de cantera blanca con tardes de residencia y lágrimas de añoranza familiar. Estudios a distancia y vuelta por Navidad a las islas para contar cómo se forja un sueño.
Pero al niño de Valsequillo le gustaba hacer turismo y no tardó en hacer grande el campo.Como juvenil formó parte de la plantilla que ganó la Youth League en verano de 2020 firmando tres goles, incluido uno en la final frente al en el Estadio Colovray en Nyon. Meses después la Unione Sportiva Lecce (Serie B) le puso delante un contrato de cuatro temporadas. Lo firmó y continuó su fuga.
Se adaptó bien a la ciudad, con clima mediterráneo y el mar que le recuerda la isla de donde viene. Cayó de pie, con debut con gol en el Via del Mare. En el segundo también marcó y lo celebró con los dedos en al cabeza, simulando unos cuernos. Bingo. Los hinchas le apodaron 'Diablo' en honor a una canción de Enzo Salvaggi titulada 'Pablo'. «Me siento como un diablo» dice la letra del estribillo.
Su pundonor en un fútbol generoso en el esfuerzo le propicia una relación perfecta con la grada perfecta. Sin embargo, las lesiones le crujen; le frustran. Va y viene y no encuentra su sitio. Juega, pero no todo lo que quiere. No sale del gimnasio con tanta recuperación. Pero no se rinde. El Lecce lo cede al Brescia y debuta en la Serie A) y debuta en el Calccio. Después al Ascoli, donde lo juega todo. De Apulia a Lombardia y luego a la región de las Marcas.
Nunca pensó en marcharse de Italia. No le costó hacerse y vivía a gusto, pero el Racing le cautivó. Recordaba a Munitis de verdiblanco y a Canales, ambos haciendo el viaje a la inversa. «El Racing siempre estaba en Primera», apunta entre risas. Después de tanta carretera y manta busca sosiego en Santander, donde también ha cayó de pie, pero le ha costado mantenerse. Vive con sus compañeros de viaje, su pareja y sus dos colegas peludos, a quienes saca a pasear por el monte siempre que puede.
No es de mucho salir; sus numerosas recaídas en Italia le llevaron a montarse un gimnasio en casa y ahí pasa las tardes. Sus compañeros le invitan a explorar Santander, y en esas está, pero anda ocupado en recuperar su sitio en este Racing. Revindica que nunca tuvo un vestuario más comprometido y alegre y se ve con un dilema en verano: volver a Lecce –está cedido y tiene contrato– o quedarse en Santander. Quién se lo iba a decir cuando salió de Valsequillo. Cada día que pase le costará más tomar la decisión. Porque con goles como el del domingo la grada le recorta la correa y porque en breve verá nacer a su primer retoño envuelta en una bufanda verdiblanca. Será santanderina, casi seguro. Eso une y ata para siempre.
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Ana del Castillo
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