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En su libro 'El lenguaje del fútbol', una divertida y atinadísima colección de aforismos y tópicos, el entrenador Antonio Carriazo escribió hace dos décadas que «las dos cosas más difíciles de manejar en el fútbol son el éxito y el fracaso». Aquí sabíamos mucho de ... la segunda parte, pero muy poquito de la primera. ¿Quién iba a pensar que ganar y ganar y volver a ganar también tenía sus riesgos?
Porque ha sido todo uno dar al Racing por ascendido en noviembre y que el equipo entrase en una espiral de malos resultados, empañando el fabuloso inicio de temporada que había firmado. Los dueños del club dirán lo que quieran, pero que ni con el liderato se pueda disfrutar, casi parece una maldición bíblica.
Y eso que los nuestros pondrían de su parte las mejores intenciones, tratando de recuperar el brillo de pasadas jornadas, pero aquel rock and roll electrizante se ha convertido de pronto en un baile de salón; un pasemisí, pasemisá, con veinte jugadores apiñados en un cuarto de campo, con mucho intento de hacer sobre una baldosa la jugada del siglo, pero sin la velocidad de antaño, y mucho menos la pegada.
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Bueno, eso en los mejores momentos, porque durante muchos minutos el Racing resultó irreconocible, enfrascado en un infructuoso intercambio de pelotazos inusitado en los Campos de Sport en todo lo que va de temporada. Era como si la duda sobre si al Racing le habrían cogido la matrícula hubiera saltado de la grada al terreno de juego, con el equipo queriendo dar lo mejor frente a un rival agazapado pero listo para soltar un zarpazo aprovechando cualquier contra.
Y esta vez no era cuestión del césped, que por mucho que presentara un aspecto extrañísimo cumplió su función. Y el árbitro tampoco se puede decir que condicionara el resultado. Pero está claro que con las buenas intenciones no basta. Sin embargo, todavía es peor cuando se encadenan. Por ejemplo, cuando Saúl, junto al banderín de esquina rival, la da de espuela, a buen seguro que lo hizo con la mejor intención, que el rival se atragantara con el balón y aprovechar el rechace. Sin embargo, propició un contragolpe que metía el miedo en el cuerpo; sobre todo, porque recordaba al cero a uno del Mirandés. Y probablemente por eso salió como un rayo Vencedor a hacer a cobertura. Y logró robar el balón, pero con la mala fortuna de que, involuntariamente regaló al rival un pase perfecto. Justo a los pies de Soko, que no solo conserva la velocidad de la que hizo gala en sus años de racinguista, sino que además ha mejorado sensiblemente en el arte de finalizar jugadas. La maldición del ex, todo un clásico. Luego el bueno de Soko pidió perdón a la grada, y se agradece la intención, cómo no, pero el gol vale lo mismo.
Y mira que sabíamos que esto iba a llegar. Que tal vez nos habíamos venido todos un poco arriba, pero claro, ¿cómo no creérselo cuando las cosas iban tan bien? ¿O habrá sido eso que decía Carriazo de que el éxito es difícil de gestionar?
Y aún dice más: «En fútbol el éxito es una escalera por la que no puedes subir con las manos en los bolsillos». Y tanto: a la que te descuidas, diez puntos de ventaja se pueden quedar en solo dos.
Menos mal que, en el fútbol como en la vida, las rachas son eso, rachas, y por definición no pueden durar para siempre. Pero ni las buenas, ni las malas. Otra cosa es que nos parezcan interminables.
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