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El final más desangelado en 105 años de historia ha tenido su consecuencia en forma de desbandada general. De una tacada se marcha la mitad del Consejo de Administración, el cuerpo técnico y la mayoría de componentes de una plantilla que no ha estado a ... la altura, aunque lo correcto sería decir que, salvo la afición, nadie en el Racing ha estado a la altura. Solamente quienes invirtieron su tiempo, dinero y energía en viajar a San Sebastián esperando lo imposible o los que asumiendo que la empresa iba más allá de lo improbable decidieron ir a El Sardinero para asistir a un desenlace el pasado domingo que únicamente puede provocar sonrojo en cualquiera que sienta un mínimo de simpatía por este club. Nadie merecía una imagen tan deplorable.
El club, arrasado por dentro, empieza a quedar arrasado también por fuera. Y eso es muy preocupante. La gente se cansa de ir de fracaso en fracaso. El fútbol es una forma de ocio que se conjuga con aspectos emocionales, una especie de aspirina que ayuda a olvidar nuestros problemas cotidianos y que nos empuja a levantarnos de la mesa en la sobremesa de los domingos con la certeza de que la mejor tarde de la temporada todavía está por llegar.
Asumiendo que de nada sirvió el famoso intento de atomización y que el la entidad, lejos de ser de todos, ostenta una propiedad concreta es a ésta a quien le corresponde asumir las riendas y ponerse al frente de todos los aficionados para mostrar sus verdaderas intenciones. Ha llegado el momento de que los dueños del club ejerzan su rol y desplieguen ante la sociedad cántabra el proyecto y los motivos que les movieron a dar el paso de convertirse en máximos accionistas. Hasta el momento sus apariciones públicas han sido escasas y con cuentagotas. Dirán que ya han cumplido el formalismo de someterse a la Junta de Accionistas, pero esta situación no va de eso. Consiste en mirar hacia atrás y comprobar que en el mismo palco desde el que ellos están viendo al Racing arrastrarse por Segunda B no hace tanto estuvieron sentados personajes como Ali Syed, Francisco Pernía, Ángel 'Harry' Lavín y Dimitri Piterman, por poner sólo algunos ejemplos cercanos. Y todos, sin excepción, ofrecieron públicamente intenciones muy 'nobles' en el momento de su llegada. Alfredo Pérez y Pedro Ortíz, propietarios del grupo Pitma y del Real Racing Club, huyen del protagonismo mediático con el que el fútbol fagocita a todo aquel que se acerca a su brillo amparándose en que un empresario está para gestionar y no para exponerse. Es razonable pero, con el Racing derruido y obligado a levantarse desde los cimientos, la sociedad cántabra se gira hacia ellos esperando gestos que ayuden a entender cuál es su modelo de club y qué esperan del futuro de la entidad. El problema es que cuanto más tarden en dar pasos al respecto, más desconfianza generarán en una afición maltratada que no aguantará ningún desplante más. Son los dueños del club y como tal se espera que actúen.
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