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A pesar del recio frío manchego, Matheus Aiás se quitó el chándal al final del peloteo del descanso. Y no debía ser por exceso de calor, ya que se quedó los guantes; qué va: contra su costumbre, el primer reajuste de la alineación no llegaría ... vencida la hora de partido, sino en la reanudación: Arturo al banco y dibujo nuevo; un cuatro-cuatro-dos con Sekou de tanque y el brasileño de guerrillero.
El primer balón que tocó no sería en ataque, sino que, tras dos minutos de esperarlo, decidió bajar hasta casi la altura del lateral para robarlo y trazar una diagonal de cuarenta metros, medida a los pies de Jordi Mboula.
A los diez minutos, por si todavía tenía frío, Olaetxea le subiría un par de grados; en un caracoleo intrascendente en el medio del campo, el local le masajearía el gemelo con los tacos. Lo ideal para quedarse tieso. El colegiado señaló falta, y gracias. Menos mal que Aiás es, sobre todo, una roca, y a pesar de los múltiples gestos de dolor, a renglón seguido enganchó el balón y lo condujo casi hasta el área, donde lo esperaba Sekou; el rechace de la defensa le caería al propio Aiás, que abriría para Íñigo en la izquierda y se lanzaría a correr hacia posiciones de remate. El sitio ya estaba ocupado por Sekou, pero ni teniendo dos delanteros centro lograrían perforar una defensa blanca que acumulaba hasta nueve hombres, más el portero, en apenas cincuenta metros cuadrados.
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Con Sekou empadronado como inquilino del área, Matheus decidió redefinir su territorio de mediapunta, evolucionando por un espacio variable que abarcaba desde la defensa propia hasta las mismas barbas del ariete. Su desempeño entre líneas, su trabajo gris, lo notaría enseguida su equipo, que empezó a rondar el área del Alba con cada vez más efectivos, hasta que la insistencia del ataque diera sus frutos con el gol de Íñigo Vicente.
Todo cambiaría, sin embargo, con la segunda amarilla para Fausto Tienza. Ya en inferioridad, y en espera de la segunda ventana de sustituciones, a Matheus le caerá una comisión de servicios, ocupando la banda diestra durante la jugada más rocambolesca del partido, un ataque relámpago albaceteño que el brasileño solo pudo contemplar como espectador de lujo y que por poco termina en el disgusto de costumbre, VAR mediante.
Tras los cambios, y pese a la alineación de circunstancias, llegarían los mejores minutos de un Matheus Aiás que, ahora sí, iba a sentirse cómodo como delantero de un equipo que jugaba al robo y transición rápida. Hostigando al rival, lanzando los contragolpes, marcando los tiempos… Lo suyo, vamos.
En el 72, le sacaría una amarilla al mejor de los locales, Maikel Mesa, que le impidió darse la media vuelta con un puntapié en la tibia, todavía sobre la divisoria. Aiás debió de coger querencia a las rayas, porque a continuación cayó sobre otra, esta vez la del área grande rival. El colegiado, de nuevo, no quiso ver lo que parecía un codazo, y no dijo ni el «sigan, sigan» de rigor. Ya con el balón parado, Matheus se desesperaría intentando explicar al árbitro cómo Glauder le había aplicado una especie de llave de judo, antes de lanzarle al suelo. No sirvió de nada: como si hablasen idiomas distintos.
El segundo gol del Albacete hizo que volviese, por unos momento, el 'Queso mecánico', y a Matheus, reforzado primero por Alfon y después por Peque, le tocaría correr detrás de unos defensas que empezaban a sacarle gusto al juego de toque.
Con todo, todavía habría media docena de llegadas, aunque sin demasiada claridad. En una de ellas, el caracoleo de Matheus en el área terminó en falta… Suya. Tras tres o cuatro decisiones poco favorables, su enfado con el árbitro iba en aumento.
Ya con nueve, tras la expulsión de Aldasoro, Matheus seguiría intentándolo, aunque con poca fortuna. Incansable en la brega, no conseguiría convertir tanto trabajo en ocasiones claras. Aun así, hasta el último instante seguiría empujando a su equipo al ataque. Hasta haciendo de recogepelotas, si era necesario.
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