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Arrebujada bajo una toquilla de lana rosa y con una manta verde por encima envolviéndola como una crisálida. Y bajo todas esas acapas, la camiseta ... del Racing. Martina López esperaba con la paciencia que le han otorgado su 106 años a que Muresan Murensan echase mano del silbato y empezase el encuentro. A Martina, 'la niña', que es como la llaman de forma cariñosa en su casa, el racinguismo le ha llegado en el invierno de su vida, porque la mayor parte de sus más de cien años los ha pasado en Barcelona, donde trabajaba como funcionaria de correos, pero ahora que ha vuelto a Colindres no se pierde un partido del Racing. Y qué mejor que hacerlo desde el palco, donde ayer fue una invitada de honor.
Todo surgió cuando Gonzalo Colsa, el coordinador de las secciones inferiores del Racing, se acercó hasta Colindres para obsequiarla con una camiseta del equipo, y charlando con Martina, que conserva una mente lúcida y es una conversadora tenaz, surgió la oportunidad de que estuviese en el campo.
No hubo que decírselo dos veces. Ayer, ahí estaba Martina, con su pelo cano recogido hacia atrás en un moño que sujetaban una ristra de horquillas negras, mientras todo el estadio entonaba la Fuente de Cacho con las bufandas en alto como cada domingo. Su nieto, sentado a su lado, le iba dando detalles del partido y ella asentía suavemente con la cabeza. Mientras eso discurría en el palco, dos técnicos de los servicios médicos del Racing corrían por la banda para llegar al fondo donde estaba Andrés Martín. Le tuvieron que atender por un golpe en una mano, nada serio, mientras la Gradona pitaba con ganas cada toque del otro Racing, el de Ferrol.
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Y a los pocos minutos, otro sobresalto. Sangalli cayó dentro del área y tras un breve, pero tenso silencio, el árbitro decretó lo que ya sabía todo quisqui. Penalti. «Vamos, vamos, Racing Santander», rugía la grada de animación al ritmo del estruendoso bombo. Andrés Martín se colocó en los once metros para batir con un disparo raso a Jesús Ruiz. Bufandas en alto, banderas ondeando. Las sonrisas asomaron en las caras de los aficionados. En la de Martina también. «Racing Santander, ale ale», cantaba el estadio para dar paso el mantras del racinguismo. «Una ilusión nos persigue, la Primera División».
También los aficionados del Racing de Ferrol tuvieron su momento cuando aplaudieron la acción de Dorrio, que se coló por banda derecha y puso a prueba a Ezkieta con un disparo que el navarro desvió a córner con un gran parada. Pero poco después la euforia cambió de bando. El gol resonó en el estadio como un cañonazo. «Arara, Arana», coreaba El Sardinero y todavía estaba recuperándose el racinguismo del segundo cuando llegó el tercero, el que hizo Sangalli. El estadio casi se cae. Y todo esto lo veía Martina contagiada por la euforia racinguista. Una euforia que ayer no se apeó de la grada, porque nada más empezar la segunda parte Pablo Rodríguez también marcó el suyo. Dos para ser más exactos. Una manita. Festival de goles.
Martina, que se había tomado un café con dos pastas durante el descanso, lo disfrutaba alegre. «Damn good cofee», hubiera dicho David Lynch, la Gradona en cambio cantaba: «Otra vez de Primera», para festejar el tanto de Karrikaburu. 6-0. Una ola recorrió el estadio paseándose por toda la geografía del estadio. Martina sonreía. Ha visto muchas cosas en su vida, pero al Racing ganar 6-0 en casa nunca. Hasta a los 106 años hay también primeras veces.
Aunque el cielo permanecía despejado, una lluvia finísima, casi como una bruma, se asomó en El Sardinero, pero ya nada podía empañar la tarde. El Racing colocaba segundo de nuevo. «José Alberto, José Alberto», cantaba la Gradona. Los jugadores se acercaron a celebrar con ella como es costumbre. Había motivos de sobra con la primera victoria del año y además por goleada.
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Ana del Castillo
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