La explosión del diez
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El vasco estuvo cada vez más metido en su papel de todocampistaÍñigo Vicente saltó ayer al campo con ganas de mandar; no solo pondría en juego todos los balones, sino que con el índice iba marcando cada pase del equipo. Cuando tocaba defender, él colocaba a los suyos y daba la orden para iniciar la presión. ... A la primera, Sangalli casi llegó a línea de fondo. A la segunda, el propio diez robaría el balón al central rival, dentro del área. Cuando González Esteban le pitó falta, Vicente exageró la protesta, y los Campos de Sport bramaron con él. Cada vez más metido en su papel de todocampista, hacia el minuto diez decidió descolgarse hasta el centro del campo y encargarse de subir la pelota.
Desatascos Vicente, lo mejor contra la presión: una apertura a Sangalli se la devolvería en la frontal. Lástima que el mediapunta no acabó de encontrar posición para el disparo y el central terminó por encimarle.
Por entonces, la grada ya jaleaba cada acción de Vicente; como cuando buscó desde la medular a Mboula, que entraba en diagonal. Cuando pitaba por los errores defensivos, el diez se rascaba la cabeza, y de nuevo recolocaba a los suyos. La libertad táctica del nuevo puesto permitió descubrir a un jugador distinto, que se movía por todo el campo; intercambiando posiciones constantemente. De hecho, hasta de lateral izquierdo acabaría ejerciendo en una jugada.
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Eso sí, él parecía aspirar a otra cosa, y en el veintidós volvería a pisar área; esta vez no podría aprovechar un pase de Saúl para rematar una contra. Aunque lo suyo era repartir juego: que si un balón acrobático a Íñigo, que si un pase teledirigido a Dani... Y mandar, claro: hasta se dedicó a levantar a la grada. ¿De verdad era este un jugador frío?
Sería el preámbulo a la alegría de la noche, cuando el diez sacó un córner desde la izquierda, a la cabeza de Germán, que la peinó en el primer palo para que Roko Baturina se estrenase. El delirio. Y más que podría haber sido, si un par de minutos después el vizcaíno hubiese acertado con una vaselina que se fue por muy poquito.
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Convencido de su protagonismo, Vicente ofreció sus mejores minutos como verdiblanco: sacaba faltas lejanas al estilo de Pablo Torre, saltaba sobre el balón para despistar a los rivales, forzaba amarillas a los defensas y hasta los retiraba -Sergio fue sustituido en el descanso tras sufrir un encontronazo con un él, y Neyou vio la roja tras propinarle un cabezazo-, caracoleaba en una baldosa y luego se sacaba un pase de treinta metros en profundidad o se marcaba una espuela de esas que invitan a romperse las manos aplaudiendo... Y, cómo no, servir un gol en bandeja a Mboula.
Cómo sería, que hasta los Campos le ovacionaron al atrasar un balón al portero desde medio campo. Pero es que el de Derio lo dio todo, incluso jugándose el tipo en alguna entrada, pero demostrando por qué luce el diez en su camiseta. Sin lugar a dudas, era su noche. El extraordinario rendimiento de Íñigo Vicente en la nueva ubicación lograría convertir en oro un juego colectivo más voluntarioso que brillante. Pero, sobre todo, abrió un debate más que interesante para un equipo que parecía sufrir una aguda 'pombodependencia'. Desde su llegada, el maño capitalizaba toda la creación de juego. Una vez demostrado que el Racing tiene fútbol más allá de Pombo, José Alberto tiene deberes urgentes: lograr que, en lugar de eclipsarse uno a otro, ambos unan fuerzas.
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